ROMA, 7 junio 2003 (ZENIT.org).- Zenit presenta esta semana un análisis especial sobre los aspectos litúrgicos subrayados por la más reciente encíclica de Juan Pablo II, «Ecclesia de Eucharistia» .
El padre Edward McNamara, L.C. es profesor de liturgia en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» en Roma.
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La Dignidad de la Celebración Eucarística
Por el padre Edward McNamara, LC
Al tratar de la dignidad de lo que rodea a la celebración eucarística y de su decoro, la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» toma como fuentes algunos textos evangélicos que complementan y realzan nuestra comprensión del sencillo aunque solemne momento de la institución del sacramento.
Así, los relatos de la unción de Betania (Mateo 26:8; Marcos 14:4; Juan 12:4) anticipan «el honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona» («Ecclesia de Eucharistia», No. 47).
La «cuidadosa» preparación del cuarto superior que serviría como lugar para la Última Cena (Marcos 14:15; Lucas 22:12) también da luz sobre el cuidado con que la primera Iglesia celebraba el Santo Sacrificio.
Desde esta base, Juan Pablo II establece con audacia que la «Iglesia no ha tenido miedo de ‘derrochar’» al atender todo lo que rodea a la celebración eucarística. «No menos que aquellos primeros discípulos encargados de preparar la «sala grande», la Iglesia se ha sentido impulsada a lo largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la Eucaristía en un contexto digno de tan gran Misterio» (No. 48).
Desde aquí Juan Pablo II procede a una consideración de la prioridad del aspecto sacrificial de la Eucaristía sobre aspectos como la Eucaristía en cuanto banquete, y sólo después vuelve a las formas exteriores de expresar este misterio en la arquitectura, el arte y la música.
A primera vista puede parecer fuera de lugar la inclusión de una reflexión teológica sobre la prioridad de la Eucaristía como sacrificio en medio de una consideración sobre la arquitectura litúrgica, el arte y la música sagrada en medio, y sin embargo, podría afirmar que la intuición profunda del Santo Padre es que la teología es la clave para entender el propósito del arte y la música que rodean a la Eucaristía, ya que la teología esta en el corazón de casi todas las cuestiones que tienen que ver con la condición humana.
Cuando la grandeza del misterio de la eucaristía se enlaza a su aspecto vertical como don de Cristo al hombre, necesariamente inspira entonces un arte, una arquitectura y una música que se eleva como respuesta al misterio. Si, por el contrario, se da prioridad teológica a conceptos horizontales como la Eucaristía como alimento compartido, los resultados artísticos son con frecuencia vacíos, expresiones mediocres en busca de un ilusorio igualitarismo extraño al auténtico cristianismo.
Dicho esto, la encíclica, mientras alaba los esplendores artísticos y musicales de épocas anteriores, no se queda en ningún estilo en particular, ni recomienda un renacimiento del gótico, el barroco o cualquier otra escuela artística, sino que contempla la posibilidad de adaptación a las diversas culturas (ver No. 51). Insiste, sin embargo, en que recuperemos el sentido de misterio que trajo a estas obras maestras a la existencia.
Nada impide a la arquitectura moderna de igualar las obras de anteriores generaciones, y con razón por las posibilidades de los materiales y técnicas de construcción modernas, e incluso sobrepasarlas.
El axioma de la arquitectura moderna, «la forma sigue a la función», también se aplica a la construcción y embellecimiento de las iglesias, con tal que la «función» no se límite a los aspectos prácticos de movilidad, salas de espera y salidas de incendios, sino que se entienda correctamente como una forma de proveer un lugar digno y espléndido para el inestimable don de la Eucaristía. Parecería así que solamente un arquitecto y un artista que es también un verdadero creyente pueda hacer justicia realmente al misterio.
Si muchos diseños modernos de iglesias no inspiran, y muchas obras de arte de iglesias modernas y sus mobiliarios nos dejan fríos, la razón hay que buscarla primero y principalmente en la falta de teología, o en la no existencia de ella.
Otro factor es quizás una mentalidad gestionadora que acentúa «el fondo» y olvida que «la Iglesia no ha tenido miedo de ‘derrochar’». Sin embargo, incluso un vistazo al pasado reciente nos muestra qué espléndidas iglesias se han construido con las monedas y el sudor de pobres inmigrantes y trabajadores del campo que, aunque carecían de educación, aferraban el misterio que es la Eucaristía y entendían que Cristo merece lo mejor.
Lo mismo puede decirse de la música litúrgica. La Iglesia sigue recomendando el canto gregoriano y las obras clásicas de polifonía como sumamente conveniente para la Eucaristía. Al mismo tiempo, la reforma litúrgica ha creado una necesidad real de nuevas composiciones capaces de elevar el alma y acercarla a la fe.
De los millares de composiciones musicales latinas conocidas que existen, muchas eran bien intencionadas, pero musical y literariamente eran pobres y, como sus autores, han sido misericordiosamente olvidadas. Con toda probabilidad el mismo destino aguarda a mucho de lo que se ha producido en los últimos años. Esto no debe disuadir a los compositores de buscar expresar el misterio de la salvación en un verdadero espíritu de servicio al culto divino, en la esperanza de que al menos algunos sean contados entre los más brillantes y mejores.
El capítulo 5 de la encíclica continúa con una nota menos poética. El Santo Padre está abierto a las nuevas formas de arte sagrado y arquitectura en zonas de reciente evangelización como Asia y África. El misterio eucarístico, sin embargo, es el tesoro de toda la Iglesia y, por ello, el desarrollo de nuevos estilos no puede disociarse de la tradición de la Iglesia, y debe llevarse a cabo con gran cuidado y en comunión con la Santa Sede.
Los libros litúrgicos proporcionan ya un amplio marco de adaptación en algunas áreas como los colores litúrgicos y el lenguaje, pero hay relativamente pocas prescripciones en la ley universal en el área de la música y el arte. Por eso, la Iglesia local, actuando de acuerdo con la Santa Sede, es más que un mero requerimiento jurídico, sino que expresa un genuino deseo de encontrar su propia voz, siempre en armonía con la Iglesia universal.
Finalmente, Juan Pablo II recuerda a los sacerdotes que es tarea de ellos el mantener la dignidad y el honor de la Eucaristía. Lamenta los múltiples abusos e innovaciones no apropiadas realizados por muchos sacerdotes en los años que siguieron al Vaticano II, y aboga por una fidelidad renovada a las normas de la Iglesia en la celebración de la Eucaristía.
Esta fidelidad no es una prescripción legalista o formalista sino una «expresión concreta de la auténtica naturaleza eclesial de la Eucaristía, a través de la cual «los sacerdotes demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia» (No. 52).
Para subrayar el valor más profundo de las normas litúrgicas, el Papa anuncia un futuro documento, más jurídico, que dará expresión concreta a sus preocupaciones. Si bien este futuro documento será útil y necesario, es de esperar que la profundidad de la meditación del Santo Padre sobre el misterio eucarístico, haga este documento motivo de diálogo para muchos sacerdotes y fieles, llevándolos a acercarse al Santo Sacrificio con renovada reverencia y fidelidad.