CIUDAD DEL VATICANO, 17 junio 2003 (ZENIT.org).- El mandamiento cristiano del amor, llevó a Juan Pablo II a lanzar este martes un llamamiento a favor del «desarrollo duradero e integral» de las poblaciones africanas del Sahel.
Al encontrarse este martes con la Conferencia de los Obispos de Burkina Faso y de Níger, que concluían su quinquenal visita «ad limina apostolorum», el Santo Padre pidió a la Comunidad un compromiso más concreto a favor de estos hombres y mujeres amenazados por la desertización.
El Papa confesó que todos los días siente «la preocupación por el desarrollo duradero e integral de las poblaciones» de los dos países africanos, «tan cercanas a mi corazón», así como «la lucha cotidiana que tienen que afrontar para sobrevivir».
«Las condiciones climáticas difíciles de la zona del Sahel y la desertización creciente de la región mantienen a las poblaciones en la pobreza endémica, que engendra precariedad y desesperanza, dándoles el sentimiento de sentirse marginados del escenario internacional», constató.
Por este motivo, el pontífice lanzó «solemnemente un nuevo llamamiento a la comunidad internacional para que manifieste concretamente y de manera duradera su apoyo a las poblaciones probadas del Sahel».
Al mismo tiempo, deseó que «la solidaridad, en la justicia y la caridad, no experimente ni fronteras ni limites y que la generosidad permita mirar hacia el porvenir con más serenidad».
Para ofrecer un futuro mejor a estas poblaciones, este Papa creó en 1984 la «Fundación Juan Pablo II para el Sahel», que se ocupa de formar animadores, operadores sanitarios, hidráulicos, genios civiles, mecánicos, agricultores, ganaderos, forestales. La Fundación ayuda a personas sin diferencia de religión, convirtiéndose así en otro instrumento de diálogo interreligioso.
En Burkina Faso, país de algo más de doce millones de habitantes, el 11,48% de la población es católica, el 50% musulmana, y el resto de la población sigue las creencias tradicionales africanas. La Iglesia en el país acaba de celebrar los cien años.
En Niger, tan sólo el 0,18% de sus diez millones de habitantes es católico. El 80% de la población es musulmana y el resto mantiene las creencias tradicionales.
El Santo Padre, en su discurso, reconoció que a pesar de ser minoría y a pesar de la «precariedad de vida de las poblaciones locales», la Iglesia en los dos países vive una auténtica «vitalidad misionera».
«Evangelizar es una misión esencial de la Iglesia. El anuncio del Evangelio no se puede realizar plenamente sin la contribución de todos los creyentes, a todos los niveles de la Iglesia particular», afirmó.