Los desafíos del diálogo entre el Islam y Occidente; según un misionero

Una cuestión clave para la paz; afirma el padre Gheddo

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ROMA, 19 junio 2003 (ZENIT.org).- El crecimiento en los últimos cincuenta años entre el Islam de una «fuerte aversión contra Occidente», constituye un «desafío prioritario para la paz», considera uno de los misioneros más conocidos.

El padre Piero Gheddo, misionero italiano del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras), con medio siglo de sacerdocio y misión a sus espaldas, ha dirigido algunas de las publicaciones misioneras más influyentes, como la agencia «Asia News» o «Mondo e Missione».

Abordando en «Il Timone» la situación de los misioneros en los países donde el Islam es más radical, el padre Gheddo constató que 40 ó 50 años atrás este profundo sentimiento de aversión no existía, según el testimonio que le han aportado los misioneros de veinte países islámicos diferentes.

Aunque las causas son muchas y complejas, «en la raíz no está la lucha entre ricos y pobres, sino el hecho de que los pueblos islámicos viven una época que se presenta como sagrada, como Europa entre los años 1300 y 1400», explicó.

«El mundo moderno –televisión, consumismo, feminismo, etc.– desquicia la fe y las comunidades del Islam. Los musulmanes nos ven como pueblos ateos, inmorales; nosotros les conquistamos con la técnica, ellos con la fe», continuó.

En este contexto, «el odio y el terrorismo son la reacción al sentirse impotentes frente al mundo moderno llegado de Occidente, que margina la religión en la vida de estos pueblos».

La realidad del diálogo
El misionero respalda firmemente la necesidad del diálogo en esta situación, pero precisa: «Nosotros hablamos de diálogo, de educación en el amor, en la comprensión y en el respeto del otro». Sin embargo, «en distintos países islámicos, incluso “moderados”, los libros escolares, los periódicos y las televisiones son violentamente anti-occidentales y hay ataques contra los cristianos y el Cristianismo».

«Esto no es diálogo –reconoce–, sino incitación al odio. Por ejemplo, Bangladesh es un país muy pobre y dependiente de la financiación de los países occidentales y de los organismos de la ONU, financiados por Occidente».

«Con todo, en Bangladesh, hasta el 11 de septiembre de 2001, había cientos de “madrasas” (escuelas coránicas) financiadas por los países del petróleo, donde había pláticas contra Occidente, y seis centros de formación de los “guerrilleros del Islam”: los mejores jóvenes eran enviados a los talibanes de Afganistán para ir a luchar en la Intifada palestina», recuerda.

«En los países cristianos los musulmanes son libres», algo que no suele sucedecer en los musulmanes, observó el misionero citando los casos de Indonesia –«donde hay un Islam entre los más moderados y dialogantes y sin embargo se queman capillas y las casas de cristianos, quienes son discriminados en la vida pública»–, Malasia, Pakistán, Sudán, Turquía, Egipto y Emiratos Árabes.

«En Indonesia –continuó– hay “pesantren”, esto es, escuelas de preparación de los dirigentes del Islam que toman a los niños desde la enseñanza elemental y los conducen hasta la universidad. Dependen del Ministerio de la Religión, no del de Educación».

Según explicó el padre Gheddo, estos centros son muchos. En ellos hay disciplina férrea, educación islámica integral y forman «a los fanáticos del Islam que trabajan al servicio el Ministerio de la Religión: enseñan el Islam en las escuelas –incluso elementales–, registran los matrimonios y las peregrinaciones a la Meca».

«¿Es admisible que un país de “Islam moderado” y financiado por Occidente prepare a sus mandos religiosos en este espíritu?», cuestionó.

El deber de los cristianos
Ante este panorama, «nuestra orientación como cristianos está clara y lo pide el Papa con fuerza: diálogo, encuentro fraterno, acogida, solidaridad, unidad de vida y anuncio de Cristo en la forma adecuada que sea posible».

«Especialmente, la caridad hacia los más pobres es el mejor testimonio del espíritu cristiano», puntualizó el padre Gheddo.

Pero «debemos volver a Jesucristo si queremos tener, como europeos, una identidad precisa y fuerza religioso-moral», advirtió el sacerdote.

«Una Europa descristianizada es presa fácil de una pacífica invasión islámica; ellos tienen la fuerza de la fe; nosotros somos una civilización vacía de contenidos», constató.

«Si a los europeos nos quitan el cristianismo, ¿qué nos queda? (…) ¿Porqué los intelectuales y periodistas, dispuestos a debatir de cualquier tema, ignoran esta tragedia de Europa?», preguntó el sacerdote.

«Nuestros pueblos “cristianos” deben darse cuenta de que, tal como estamos hoy, ¡estamos destinados a desaparecer! Es inevitable: donde se crea un vacío, hay quien está dispuesto a llenarlo», concluyó.

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ZENIT Staff

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