Un misionero de 90 años dirige 145 leproserías en China

Entrevista con el padre Luis Ruiz Suárez

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BURGOS, 22 septiembre 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- Este domingo el padre Luis Ruiz Suárez, s.j. cumplió 90 años, y fue la primera vez, desde 1930, que lo pudo celebrar en Gijón con su familia. «Es que estos últimos 62 años he estado por ahí, por estos mundos de Dios», argumenta.

Acaba de participar en el Congreso Nacional de Misiones que se ha celebrado este fin de semana en Burgos. Monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, arzobispo de Tunja (Colombia), le presentó a los medios como «la estrella del congreso», a lo que él respondió, con el sentido del humor que conserva intacto, «apagada, estrella apagada».

En estos 62 años ha trabajado con los más pobres de China, especialmente con los leprosos, y en la actualidad dirige 145 leproserías, que atienden a 10.000 enfermos.

—Y usted, ¿no piensa retirarse a descansar?

–Padre Ruiz: Yo descanso trabajando. A mis 90 años, llevo un régimen de vida similar al de un hombre de 60. Me levanto a las 6:30 de la mañana, y hasta hace dos años me solía mover en moto. Me encanta el fútbol; a través de la televisión china veo los partidos de equipos españoles. Pero quiero seguir trabajando: tenemos 15 proyectos en espera que no podemos poner en marcha por ahora por la falta de dinero y de voluntarios. Sé que el Señor me llamará cuando quiera, pero yo siempre he vivido al día, y nunca me preocupo por el mañana.

—Vayamos a sus inicios. Usted fue expulsado de España en 1931 por el Gobierno Republicano.

–Padre Ruiz: Sí, nos desterraron a todos los jesuitas del país. La Compañía me mandó entonces a Bélgica, y en 1937 marché a Cuba, a estudiar Magisterio. Yo era profesor en el colegio al que asistía Fidel Castro, que estaba haciendo el bachillerato en aquella época.

–¿Y cómo era? ¿Ya apuntaba en sus maneras a que llegaría a ser un dictador?

–Padre Ruiz: Pues sí, ya era muy trasto. Cuando estaba ya en China, me enteré que lo habían echado del colegio por sacar una pistola en medio de clase. Después engañó a los jesuitas y a sus compañeros y amigos de clase que le ayudaron. Nuestro colegio era el mejor de Sudamérica, y él, cuando alcanzó el poder, cerró el colegio y expulsó a todos los españoles de la isla. Cuando subió a la Sierra Madre, numerosos jesuitas se fueron de capellanes, y les traicionó a todos.

–Entonces, en 1941, llegó usted a China.

–Padre Ruiz: Sí, y allí comencé a estudiar el chino mandarín, que es una lengua endiabladamente difícil. En 1942 tuve que huir de Pekín por la II Guerra Mundial entre EE UU y Japón. En 1945 fui ordenado sacerdote, y estuve destinado a la misión de Anking, donde daba clase de inglés. En 1951 los comunistas ocuparon nuestra misión, y estuve prisionero en casa, donde enfermé de tifoidea, y me expulsaron de China.

–¿Qué hizo entonces?

–Padre Ruiz: Mis superiores me mandaron a Macao, que era colonia portuguesa. Llegué a una ciudad llena de refugiados muertos de hambre, sin dinero y sin trabajo. Olvidé mi enfermedad, porque tenía que dar salida a todas esas pobres familias. Comencé a recibir ayuda de Cáritas de EE UU, y les repartía arroz, fideos y queso. Yo, realmente, estaba esperando destino de mis superiores, pero mi provincial me dijo: «Ruiz, tú no te vas de aquí». Así que seguí ayudando y celebraba misa en chino, inglés y portugués en una parroquia. Además, tenía que recuperar mi salud, y, la verdad es que, hasta la fecha, lo he hecho bastante bien.

–Así que comenzó a organizar su labor en Macao. ¿En qué consistía su ayuda?

–Padre Ruiz: En ayudar a los refugiados que huían de China. Había algunos que incluso llegaban a nado, y no tenían absolutamente nada. Cada día venían 20, 40, 80. Hasta 30.000 refugiados chinos llegaron a pasar por nuestra misión. Nosotros les dábamos ropa, comida y un lugar para dormir. Después, cuando he vuelto algunas temporadas a España, me he encontrado con chinitos que estuvieron en mi casa.

–Tengo entendido que, en 1969, las autoridades chinas le prohibieron seguir ayudando a los refugiados.

–Padre Ruiz: Efectivamente. Cuando declararon Macao como territorio chino, nos prohibieron recibir más refugiados. Pero seguimos trabajando, y creamos un asilo de ancianas, otros dos de ancianos y un centro para retrasados mentales.

–¿Cuándo comenzó su trabajo con los leprosos?

–Padre Ruiz: En 1986 (con 73 años) comencé a trabajar en la provincia de Guangdong. Allí, en una isla, tenían tirados a todos los leprosos. Una noche fuimos en una lancha de pesca hacia la isla. Debería habernos visto; parecíamos contrabandistas. Yo llevaba cigarrillos para repartirlos entre los leprosos. Cuando llegamos a la isla, vimos algo que no se me olvidará jamás. Aquella gente vivía en un lugar sucio y asqueroso. Se me acercó un leproso y le extendí mi mano. Cuando él extendió la suya, me di cuenta de que no tenía más que un muñón. Y así todos los habitantes de la isla que se iban acercando. ¿Y qué podía hacer yo con los cigarrillos que había traído? Pues los iba encendiendo yo, y se los ponía a ellos entre los muñones.

–¿Empezó a trabajar en esa isla?

–Padre Ruiz: Sí, y al cabo de los años, fue un cambio total. En Macao, yo tenía 25 monjas que me ayudaban. Les pedí ayuda, y vinieron 5: una sevillana y cuatro indias. Al principio teníamos miedo a que el Gobierno chino nos cerrará los centros, así que trabajábamos con mucha discreción. Al cabo de los años, hasta las autoridades chinas nos pedían ayuda. Ahora, en Cantón, tenemos 40 leproserías.

–¿Y qué le llevó a dedicarse a los leprosos?

–Padre Ruiz: Cuando ves la pobreza, no puedes cruzarte de brazos. Tendría que ver el cambio en la vida de los leprosos. Cuando llegamos, no había agua ni electricidad; las casas estaban destrozadas, y todos pasaban hambre. Empezamos a hacer pozos, que cada uno me cuesta 20.000 euros, y conseguimos unas placas solares para calentar agua. Había muchos leprosos que me decían: «Padre, es la primera vez que nos duchamos con agua caliente».

–¿Cuántos centros dirige usted ahora?

–Padre Ruiz: 145 leproserías en las que atendemos a 10.000 enfermos. Allí mismo educamos a los hijos de los leprosos, y tenemos 2.000 alumnos entre primaria y la universidad. En Macao, por ejemplo, tenemos una escuela que ya es muy famosa. Hace poco, un ex alumno, que ahora es un empresario de éxito en Hong Kong me mandó 20.000 dólares de donativo. Y los alumnos que tuve en Cuba, que ahora viven en EE UU, aún me mandan dinero.

–Hablando de dinero, ¿cómo lo consigue?

–Padre Ruiz: Yo no consigo el dinero; el dinero me llega. Nunca pido; el Señor me lo envía. Especialmente tenemos bienhechores de Alemania, Inglaterra, España y Estados Unidos. El Señor a veces envía unas gotitas de dinero, y a veces es una lluvia torrencial de dólares. Yo no me comprendo ni a mí mismo: físicamente tengo 90 años, y aún aguanto. El dinero, sencillamente, llega. Y tenemos más de 100.000 euros al mes en donativos.

–Una curiosidad: ¿cuántos idiomas habla?

–Padre Ruiz: Hablo lo que necesito. Abandoné el alemán, y ahora me doy cuenta de que lo necesito, porque muchos de nuestros bienhechores son de allá, así que he vuelto a aprenderlo. El inglés lo aprendí en el viaje en barco de Cuba a China, porque había una familia inglesa muy agradable que me enseñó. Y cuando llegué a China, ya sabía hablar inglés.

–Todo el mundo conoce a la Madre Teresa, a Vicente Ferrer… ¿Por qué no se conoce al padre Luis Ruiz?

–Padre Ruiz: No me preocupa eso; no hago propaganda de lo que hacemos. Siempre trabajo con los más pobres, y a la gente que trabaja conmigo le pido que sea discreta. Nosotros hacemos
la labor de Dios: Él es nuestro Padre, y también el Padre de los leprosos. La labor cristiana es la de la caridad, no la de hacer ruido. Recuerdo que, cuando iba a entrar en China, las autoridades comunistas me dijeron que me daban el visado si no predicábamos a Cristo. Pero el mismo Jesús dijo que «si no creéis en mis palabras, creed al menos en mis obras». Hace unos años, un señor chino que se vino una semana conmigo a visitar las leproserías, me dijo: «Yo no creo en Dios, pero creo en el trabajo que hace el padre Ruiz». Y yo le respondí: «Pues si cree en mí, crea también en Dios».

–Y mirando atrás, ¿vale la pena lo que ha hecho? ¿Volvería a repetir su vida?

–Padre Ruiz: ¡Ufff! No hay nada mejor que tratar de hacer felices a los demás. No sólo es que valga la pena ser misionero; es que es necesario. Siento que he tenido una vida privilegiada.

–Algunos dicen que Juan Pablo II se debería retirar, que está mayor. Usted, que le saca 7 años, ¿qué le parece?

–Padre Ruiz: El Papa está más derrotado físicamente que yo. Pero tiene una cabeza y una conciencia que no están derrotadas. Los obispos, que se retiran a los 75 años, ¡están mejor de salud que yo! Yo no entiendo por qué se tienen que retirar. Mientras se pueda servir, sirve; cuando el Señor te diga basta, pues basta. Yo, todos los días, antes de salir a trabajar, paso por la capillita de mi casa y le digo al Señor: «Oye, si quieres llamarme hoy, me llamas». Y por la noche, cuando vuelvo a casa, le digo: «Gracias, Señor, porque has querido darme un día más para servirte».

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ZENIT Staff

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