«El Papa no tiene ningún complejo de aparecer frágil»

Entrevista al Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud

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MADRID, 25 septiembre 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- Monseñor José Luis Redrado, Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, y el único obispo en la historia de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (lo cual, como él dice, le obliga a ser «más bueno» para dar ejemplo) ha clausurado esta mañana en Madrid las XXVIII Jornadas Nacionales de Pastoral de la Salud, organizadas por el Departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española.

Antes de pronunciar su conferencia «La enfermedad, sufrimiento y cruz como lugares de encuentro y de nueva evangelización», monseñor Redrado concedió una entrevista a la Agencia Veritas, en la que se ha referido especialmente al sentido de ejemplaridad del Santo Padre ante la enfermedad, y ha afirmado que la depresión, y no el sida, será la enfermedad del futuro.

–¿Cuál es la principal labor de la Iglesia en el mundo sanitario?

–Monseñor José Luis Redrado: La Iglesia siempre ha estado presente en el mundo de la salud porque responde al mensaje que ha dejado a la Iglesia el mismo Jesús «id, bautizad y curad los enfermos».

En la trayectoria histórica de la Iglesia vemos cómo ha estado atenta al servicio de los enfermos. Ha tenido campeones de la caridad, como Juan de Dios, Camilo de Lelis, san Vicento de Paúl y un ejército enorme al final del siglo XIX, sobre todo de mujeres. La Iglesia ha estado atenta especialmente en los momentos de crisis en el mundo.

El Papa actual también está siendo un campeón en la atención al mundo de los enfermos. Cuando su salud era brillante y fuerte, todos lo hemos visto dando aliento con su palabra; pero al enfermar, nos ha dado ejemplo con su situación. Yo mismo he publicado en «Ecclesia» un artículo en el que me refería a él como «el hospital cátedra». El Papa bromea diciendo que tiene tres residencias, el Vaticano, Castelgandolfo y el Hospital Gemelli de Roma.

Además Juan Pablo II ha publicado un documento como la «Salvifici Doloris», dedicado especialmente al dolor, al sufrimiento, al sentido del sufrimiento humano. Y también ha sido este Papa el que ha instituido el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud. El dicasterio, el ministerio de la salud, que es el ejercido por Jesucristo, resulta que la Iglesia, aún ejerciéndolo como mediación, lo descubre con este Papa, que instituye el Pontificio Consejo.

En el día del mañana se hablará de este Papa por muchas cosas, pero sobre todo se hablará de él como del Papa que nos ha hablado del dolor y del sufrimiento habiendo tenido una experiencia de ellos como ninguno. Nos ha hablado con su experiencia como una cátedra, hemos aprendido viéndolo a él sufrir. Y nunca lo hemos visto tan brillante como cuando ha sido frágil. Parece que un Papa o un rey tendría que ocultar su fragilidad. Incluso nosotros pensamos «¿por qué debe aparecer así?» Pero él no tiene ningún complejo de aparecer frágil.

–¿Qué funciones tiene el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud?

–Monseñor José Luis Redrado: El Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud coordina y anima desde la Santa Sede a todos los organismos implicados en la salud.

Este Papa ha instituido dicasterios como la cultura, la familia y la pastoral sanitaria. Tres aspectos que caracterizan al Papa desde antes de ser Papa, porque él ha querido llevar al papado cosas importantes que vivía él y que son de gran actualidad.

Otra mediación que ha instituido este Papa y que está multiplicando la presencia de la Iglesia en el mundo de los enfermos es la Jornada Mundial del Enfermo que se celebra el 11 de febrero todos los años. El Pontificio Consejo está encargada de organizarla mundialmente, y cada año se celebra en un continente.

El año pasado fue en el continente americano, en Washington. Este año vamos a Lourdes, porque se celebrará allí el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, y Lourdes es un lugar especial, además allí se hizo la primera Jornada, a la que volvemos ahora después de haber recorrido todos los continentes.

–¿Cómo formar buenos agentes de pastoral sanitaria?

–Monseñor José Luis Redrado: Tratándose de la preparación de técnicos: médicos, enfermeras u otros asistentes, hay que prepararles muy bien técnicamente. Pero la preparación técnica tiene necesidad de otros auxilios que desgraciadamente no se dan en la preparación del médico y de la enfermera.

Hace falta más Antropología, para conocer más al hombre, y al hombre en la debilidad y el sufrimiento, más temas de Bioética, donde las circunstancias de su hacer técnico encontrarán luz cuando se sepan más cosas, y no dejarlas al arbitrio, a «lo que yo quiero, pienso, me parece», porque jugar con la vida de los enfermos a «me parece», no es justo, no es humano.

Diría también, Teología, para saber que el hombre no es sólo cuerpo, sino que está llamado a una dimensión alta y no solamente tiene que saber esto el enfermo sino el que lo atiende, para que tenga gran respeto a las opciones del enfermo, también a las de tipo religioso, para que sepa respetar y también ofrecer. Si estoy ante un enfermo que sé que es creyente, yo, médico o enfermera, debo ofrecerle posibilidades de auxilio de su religión. Además está demostrado como lo religioso ayuda a integrar el sufrimiento en el sentido positivo del que hemos hablado.

En las cátedras de Medicina tendría que ponerse mucho más acento a estas cosas; algunas facultades dirigidas por católicos no descuidan este aspecto, entonces encontramos a un médico o a un enfermero ante el que podemos decir «éste está formado de otra forma, más integral», y por eso puede ayudar más humanamente.

Es una paradoja que en los centros de salud que deberían ser centros de una gran humanización, hay una gran deshumanización. Hace falta un pensamiento fuerte y rico de las cosas, y no ñoño, una conciencia ilustrada que ayude a discernir lo que hace al hombre más hombre.

–¿Por qué mientras algunos hombres se reconcilian con Dios en el sufrimiento, otros en esas circunstancias se rebelan contra Él?

–Monseñor José Luis Redrado: La nueva evangelización pasa por la cruz, pero la aceptación o el rechazo depende mucho de la sensibilidad psicológica, el hombre no puede prescindir de lo que le está sucediendo, bueno o malo. La enfermedad es un mal, será un bien al final, pero depende del trayecto que uno haga y de donde pone la enfermedad.

Si el hombre pone la enfermedad en la rebelión es un mal, si sigue en la rebelión es un mal. Si de verdad va madurando hacia una aceptación, y pone amor en la enfermedad como ha puesto amor en el Señor, al final es un bien para la persona, porque encuentra este sentido de novedad e incluso hasta conversión, encuentra el rostro de Dios más cerca, porque Dios no se ha alejado. Es un misterio.

La enfermedad es una ocasión que tiene el enfermo en un momento biográfico que no es fácil vivir, pero si se abre a una vivencia nueva, a una vivencia de fe y de amor, se encuentra la realidad de un Dios mucho más rico, más esplendoroso.

El enfermo vive un viernes santo que es dolor, sufrimiento, pero no cerrado, sino que va caminando como el Señor hacia la Resurrección. Si el hombre se cierra en el sufrimiento del viernes santo sin camino «hacia», entonces es un sufrimiento que no sirve para nada. Si realmente es un sufrimiento que se abre a la esperanza, que camina con dolor, con fatiga, con fragilidad hacia una realidad nueva, entonces es vida y resurrección.

La enfermedad es un tiempo para el enfermo. El hombre de aquí para allá, no tiene tiempo para pensar, esta es la realidad de todos, creyentes y no creyentes. Es un momento también para la familia, el enfermo aglutina mucho a la familia. Y puede ser también un gesto de la Iglesia a tr
avés de un voluntario, de un sacerdote, de un médico o una enfermera, que llevan algo más que el medio técnico, una sonrisa… se despierta entonces lo que está dormido.

Si el enfermo vive esto, en estas condiciones, el enfermo llega a ser cátedra, escuela, el enfermo puede ser una gran universidad, pero siempre con estas condiciones. Puede haber rebelión porque es la primera actitud humana, nadie acoge una cosa que es difícil de acoger, pero está en el hombre el poderla integrar y madurar, y que sirva para algo, para la salvación, para la conversión personal.

Yo mismo he vivido una gran enfermedad y no digo que me haya convertido, no sé si estoy convertido, pero he aprendido a relativizar más, y relativizar no quiere decir despreciar, al contrario, pero ayuda a sentir las cosas de otra forma y a sentir que uno mismo no es tan importante, tan imprescindible. Te enseña a ver que tu vida tiene un límite, y esto ayuda a luchar para que la vida se forje de otro modo, porque si no olvido la muerte no olvido la vida, pero si olvido la muerte olvido realizar una experiencia de vida.

Esto nos lo da la enfermedad, pero tenemos la fatalidad de pasar muy rápidamente por estas cosas, tanto el mismo enfermo, que muchas veces no aprovecha esta oportunidad, como el mundo sanitario, la familia, etc. Es una ocasión de oro, misteriosa y difícil, pero de oro.

Podríamos hablar de muchas conversiones. Tengo en mi vida clavada una clamorosa, un religioso que no era malo, superior de una comunidad importante, joven, no era malo pero era superficial. La superficialidad en la vida religiosa debe ser un gran pecado. Le diagnosticaron una enfermedad que en dos meses le produciría la muerte, pero fueron dos meses de una gran purificación, de gran cambio. Cambió de tal forma que yo personalmente dije «querría estar en su lugar». Es importante que si hemos caminado, al final el último paso lo demos con gran significado, sino ¿a qué sirve una muerte cualquiera?

–El cardenal Claudio Humees ha dado a conocer ante las Naciones Unidas un dato importante, que 25 % de los enfermos de Sida en el mundo son atendidos por la Iglesia ¿en qué consiste básicamente esa atención?

–Monseñor José Luis Redrado: En el Pontificio Consejo hemos hecho un estudio, del que el cardenal coge el dato, que responde a una realidad que hemos comprobado sociológicamente.

Partimos de una realidad: la Iglesia siempre ha estado en la frontera de todo lo que ha acontecido en el mundo de la salud. Cuando ha habido una epidemia, la Iglesia ha estado presente; cuando el Sida ha salido a flote, la Iglesia no ha condenado sino que ha acogido el problema con misericordia, esta capacidad de acogida y de misericordia, la Iglesia la ha heredado de Jesús, que siempre ha acogido a los marginados.

Cuando la Iglesia no hace la experiencia de la misericordia no es la Iglesia de Jesús, que tiene sus mártires y sus profetas, sus gestos caritativos. Una Iglesia sin mártires y profetas no es la Iglesia de Jesús, y una Iglesia sin la «fantasía de la caridad», que dice el Papa, no es la Iglesia de Jesús.

La nueva evangelización es ésta, la de personas nuevas, la del evangelizador que se ha convertido al Evangelio y lo proclama, es testigo; por eso el enfermo convertido, consciente de lo que significa su cruz, es el mejor evangelizador. Quien no ha tenido una experiencia de sufrimiento, al nivel que sea, es difícil que haya madurado en la vida como persona.

A la hora de la verdad, la vida es difícil, los que vengan detrás de nosotros, aún teniendo más medios, lo tendrán más difícil, porque los aspectos de tipo psicológico serán más duros. La depresión, es la enfermedad del futuro y no el sida, que se combatirá.
La depresión es ahora la quinta causa de mayor ausencia laboral, dentro de diez años será la tercera causa. Tener a alguien depresivo cerca, en la familia, no es lo mismo que hablar de ello.

En noviembre próximo el Pontificio Consejo organiza la 18 Conferencia Internacional tratará sobre «La Depresión», porque estamos viendo que es el futuro.

Para estas nuevas situaciones, para este período, la Iglesia necesita hombres nuevos, que siempre aparecen en los momentos de crisis. Para un mundo tan global y difícil, una madre Teresa de Calcuta no es suficiente, necesitamos más personas. Juan de Dios fue un revolucionario, el «inventor del hospital moderno», que con esta gran sensibilidad de Dios le hizo ver al enfermo como un prójimo. Hacen falta personas así.

En nuestro mundo, en el que la medicina se está revolucionando, intuyo que dentro de la Iglesia debe nacer algo nuevo, como espíritu y dimensión de la Iglesia, especialmente en el mundo de los enfermos.

Hace falta una nueva cultura real (para la que hay que invertir dinero y cerebro) donde aparezcan hombres que pueden afrontar las nuevas situaciones sin miedo a la pluralidad. La cultura imprime a todo el ser.

–La sociedad sigue rechazando al enfermo y al sufrimiento. El reciente caso de los cadáveres de ancianos no reclamados en Francia después de la ola de calor parece ser una llamada a nuestra conciencia. ¿Se puede cambiar esta sensibilidad?

–Monseñor José Luis Redrado: A esta situación hemos llegado por eslóganes, por sentimientos, por formaciones deformadas, que nos han conducido a cosas que no son humanas. Del mismo modo que hemos llegado a una deshumanización podemos llegar a una humanización. El hombre no es tonto. Estamos en una cultura donde muchos valores son rechazados porque denuncian lo que se está haciendo, el cambio no es fácil pero es posible.

Cuando he tratado un tema como el del acompañamiento en la muerte, he oído comentarios del tipo «¿no nos podría hablar de otra cosa?». A veces, sólo cuando llega le enfermedad se piensa más en la muerte.

Al final del camino, yo no quiero cerca a gente estúpida, a un cura que tenga miedo, a una enfermera asustada, sino que quiero a alguien que me sepa acompañar a mí con mi nombre y apellidos. Quiero cerca de alguien que me abra una gran ventana, al misterio, que hable con normalidad, que no oculten lo que el enfermo pueda digerir, porque además, el enfermo es el que más sabe.

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ZENIT Staff

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