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El próximo 16 de octubre, D.m., se celebra el XXV aniversario de la elección del Papa Juan Pablo II. En la tarde del 16 de octubre de 1978, la Iglesia recibía con gozo el anuncio de la elección del cardenal Karol Wojtyla, Arzobispo de Cracovia, como nuevo sucesor de San Pedro en la sede de Roma. Cuando el recién elegido se presentó en la logia de la basílica Vaticana como un Pastor “venido de lejos”, se dirigió al mundo con las mismas palabras de Cristo resucitado: “No tengáis miedo”, y añadió: “Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo”. Su solicitud por todas las Iglesias durante estos veinticinco años ha sido, sin duda ninguna, un especial don de Dios, que debemos y queremos agradecer.
Es imposible resumir en pocas palabras lo que el pontificado de Juan Pablo II significa para la Iglesia y para el mundo. Él sufrió bien pronto en su propia carne las heridas de la irracional violencia que azota al mundo de hoy. Pero Dios ha querido que su pontificado sea uno de los más largos de la milenaria historia de la Iglesia, el tercero después del de San Pedro. Así ha podido realizar su sueño de acompañar a la Iglesia en el paso del segundo milenio cristiano al tercero, en un cambio de siglo en el que se nos ha dado celebrar, con el mismo Papa y bajo su impulso, el gran Jubileo de la Encarnación de Jesucristo, el Hijo de Dios, en el año 2000.
El Santo Padre, con su enseñanza y con su ejemplo, nos ha ayudado a poner con fe, esperanza y amor nuestra mirada y nuestro corazón en Jesucristo, el Redentor del hombre y en el Padre de las misericordias y en el Espíritu Santo vivificador, Dios único y verdadero. A través de encíclicas, exhortaciones y cartas; innumerables audiencias y más de un centenar de viajes por todos los continentes, entre ellos, los cinco realizados a España; las Jornadas mundiales de la Juventud y, al tiempo, por su testimonio personal de vida, desde la madurez hasta la ancianidad, Juan Pablo II nos alienta a continuar y promover la misión que la Iglesia recibió de Jesucristo, el único Salvador del hombre, para el bien de toda la Humanidad. El magisterio del Papa en cuestiones morales, tan iluminador, se arraiga siempre en la visión de Dios y del hombre procedente de la revelación de Dios como el Amor, la Trinidad Santa.
La proclamación en los areópagos del mundo de la dignidad y de los derechos de la persona humana, del hombre y de la mujer, de los niños nacidos y por nacer, de la familia, así como de la fraternidad que ha de unir a todos los hijos de Dios; la defensa de la vida, de la libertad, de la concordia y la paz; la atención caritativa a los más necesitados de cualquier raza y religión para el desarrollo de todos los pueblos y la invitación constante a cuidar de la creación han resultado una verificación ejemplar de la evangelización. El mensaje de Juan Pablo II, propuesto siempre sin imposición ni injerencia alguna, sino con el valor profético y explícito del Evangelio y de la doctrina moral y social de la Iglesia que de él se deduce, ha llegado a contribuir de modo decisivo a la más justa configuración social de muchos países.
El diálogo ecuménico con otras confesiones cristianas, lleno de respeto y de amor a cada persona y simultáneamente a la verdad, ha promovido una mayor cercanía, que prepara los caminos de la unidad. Lo mismo se puede decir del diálogo interreligioso, del que la convocatoria en Asís de los líderes de todas las religiones del mundo en 1986, constituye un ejemplo de gran relieve histórico.
“Con el Concilio se nos ha ofrecido la brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”. La aplicación del Concilio Vaticano II, el gran don que el Espíritu Santo ha concedido a su Iglesia en el siglo XX, como un “nuevo adviento”, de modo particular a través de las distintas asambleas del Sínodo de los Obispos que él ha presidido personalmente, ha sido y es una de las tareas más relevantes del Papa, plasmada no sólo en la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, sino también en la renovación legislativa desde la mirada teológica y pastoral de su misión.
Al proclamar tantos santos y beatos, muchos de ellos contemporáneos y compatriotas nuestros, y, significativamente, tantos mártires del siglo XX de todas partes del mundo, Juan Pablo II nos ha recordado a obispos, sacerdotes y diáconos, consagrados y laicos que la santidad es posible para todos y que es necesario aspirar a ella con determinación por los distintos caminos de seguimiento del Señor en la fidelidad a las diversas vocaciones y misiones que enriquecen a la Iglesia.
En nuestro Viejo Continente, desde la interpelación lanzada en 1982 en Santiago de Compostela: Europa, “vuelve a encontrarte. Sé tú misma”, pasando por la vigorosa ayuda prestada a la superación de la división simbolizada por el muro de Berlín, hasta los reiterados llamamientos recientes, con ocasión de la redacción de una primera Constitución europea, el Papa ha impulsado la verdadera unión entre los pueblos de Europa, alimentada por las raíces cristianas que están en el origen y que continúan sosteniendo su cultura.
Para la Iglesia en España, los mensajes con ocasión de las visitas “ad limina”, en las que nos ha acogido a los obispos con benevolencia de padre y amor de hermano en el episcopado, así como la palabra sembrada en sus visitas apostólicas, expresión de la perspicacia y del corazón del verdadero pastor, han conmovido nuestras iglesias particulares para la conversión y la renovación exigidas por la nueva evangelización.
Por todo ello, damos gracias a Dios, con el mismo Santo Padre, por los beneficios recibidos. Invitamos a todos los fieles para que, en nuestras respectivas diócesis, el mismo día 16 de octubre, con el esquema de la “Misa por el Papa”, participemos en la celebración de la Eucaristía, uniéndonos a la celebración que el mismo Juan Pablo II presidirá en Roma, acompañado por muchos obispos, sacerdotes y laicos de todo el mundo, pues “la liturgia eucarística es por excelencia escuela de oración cristiana para la comunidad”, el mejor modo de dar gracias a Dios. En la Eucaristía del domingo 19, además de la intención misionera del “Domund”, podremos hacer en la oración de los fieles una petición especial por el Santo Padre, justamente en el día de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta.
Proponemos, a la vez, que el magisterio y las acciones del ministerio pastoral del Santo Padre, puedan ser estudiadas y presentadas en distintos actos públicos o académicos, como conferencias, diálogos en los ámbitos eclesiales y civiles, etc. para agradecer también de este modo al mismo Papa su entrega y su servicio a la Iglesia y al mundo.
Anunciamos que el día 18 de Noviembre, durante la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, todos los obispos concelebraremos la Eucaristía en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena para dar gracias a Dios por el mismo motivo. Invitamos a los fieles a participar en ella. Muchos de nosotros, como muchísimos hermanos en el episcopado, hemos sido llamados por él durante estos veinticinco años para desempeñar, “bajo su sombra”, como la de Pedro, el ministerio episcopal.
Mientras tanto, seguimos pidiendo al Señor para que conceda al Papa los dones de la salud y de la fortaleza en el cumplimiento de su misión apostólica, cuyo secreto ha sido expresado tan bellamente por él: “Tú eres Pedro. Te doy las llaves del Reino… Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos conclaves, y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad, después de mi muerte…”.
También pedimos que el Espíritu Santo nos asista a todos con su fuerza, de modo que podamos ser en nuestro mundo testigos fieles de Jesucristo. Sí, deseamos responder a la llamada de Juan Pablo II en su última visita a España, convirtiéndonos en misioneros del Evangelio y en artífices de la paz.
A Santa María, la Madre de Jesucrist
o y de la Iglesia, de quien el Papa ha querido ser siempre suyo y a la que invoca continuamente al final de sus encíclicas y exhortaciones, así como en su oración personal, confiamos su persona con todo afecto, para que – según él mismo reza – acoja su testimonio “como una ofrenda filial, para gloria de la Santísima Trinidad. Que la haga fecunda en el corazón de los hermanos en el sacerdocio y de tantos hijos de la Iglesia. Que haga de ella una semilla de fraternidad también para quienes, aun sin compartir la misma fe, me hacen con frecuencia el don de su escucha y del diálogo sincero”.
Nota de la Comisión Permanente en el XXV aniversario de la elección de Juan Pablo II
MADRID, 25 septiembre 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- Publicamos la nota de los obispos españoles reunidos en Asamblea Permanente emitida este jueves ante el XXV aniversario de la elección de Juan Pablo II en la que presentan su ejemplo misionero.