CANCÚN, 15 septiembre 2003 (ZENIT.org).- El fracaso de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, celebrada en Cancún (México), ha dado más fuerza al llamamiento que en ella lanzó la Santa Sede a favor de un comercio auténticamente humano y equitativo.

«Todos los aquí presentes deben ser fieles a las promesas y compromisos asumidos ante los pobres en Doha», recordó en nombre de la Santa Sede monseñor Frank J. Dewane, subsecretario del Consejo para la Justicia y la Paz, el 13 de septiembre

La actual ronda de negociaciones comerciales, conocida como Ronda de Doha por haberse acordado en la capital de Qatar, fue lanzada en noviembre del 2001 y debería concluir antes de enero del 2005 con el propósito de ampliar la liberalización del comercio.

En este objetivo, la conferencia de Cancún ha supuesto un fracaso, a causa de la división entre los así llamados países «ricos» y países «pobres» --término utilizado por la mayoría de los medios de comunicación que han cubierto el evento-- para avanzar en temas como la eliminación de subsidios a las exportaciones agrícolas y la reducción de los apoyos internos a la producción.

«El mercado debería beneficiar a la gente y no sólo a los mercados y a las economías --alertó el sacerdote estadounidense--. Las reglas del mercado, de hecho, independientemente de sus aspectos técnicos, tienen una naturaleza social y política, con consecuencias profundas y duraderas para la vida de la humanidad».

Por este motivo, aclaró, «deben ajustarse a las exigencias de la justicia social y al mismo tiempo permitir y fomentar el desarrollo humano».

El fracaso de Cancún es particularmente grave, pues como aclaró el representante vaticano, «con frecuencia las economías más pequeñas son las que más necesitan un sistema de reglas de comercio equitativo, en el que todos puedan participar y beneficiarse, basándose en la mayor igualdad de oportunidades posible».

«Pero ningún sistema de reglas es justo por sí mismo --advirtió--. Tiene que conformarse a las exigencias de la justicia social, permitiendo y promoviendo el desarrollo humano».

En particular, el sacerdote alentó el compromiso en la apertura de intercambios de productos agrícolas, tan reivindicada por los países en vías de desarrollo.

«En el contexto de la reducciones arancelarias merecen consideración especial los productos agropecuarios que son alimentos básicos de los que dependen las personas de escasos ingresos y los agricultores pobres», explicó.

«Estas reducciones, en los países pobres, junto con los efectos de los subsidios a las exportaciones y las ayudas a los productos nacionales, y con el "dumping" por parte de los países desarrollados, perjudican gravemente a los pequeños agricultores», denunció.

Por este motivo, propuso, «los países en desarrollo deben evitar la tentación de seguir la senda del proteccionismo a ultranza».

El representante de la Santa Sede concluyó llamando la atención por «la situación de particular necesidad que atraviesa el continente africano para beneficiarse del desarrollo que el comercio puede impulsar».

«África sigue siendo un continente en peligro, vulnerable en términos de relaciones comerciales y de los beneficios correspondientes», constató, interpelando a la conciencia de todas las delegaciones que participaron en la Conferencia.

Al comenzar la Conferencia de Cancún la Santa Sede publicó en inglés unas Guías éticas para el comercio internacional. Puede consultarse una síntesis en (Cf. Zenit, 11 de septiembre de 2003).