CIUDAD DEL VATICANO, 24 de noviembre de 2003 (ZENIT.org).- El próximo 25 de noviembre comenzará en Guatemala el II Congreso Americano Misionero (CAM 2), el gran encuentro eclesial que reunirá a unos 3.000 delegados de todos los países americanos, desde Alaska a Tierra del Fuego, comprometidos en el anuncio misionero dentro y fuera del continente.
Como enviado especial del Papa, viajará a Ciudad de Guatemala el prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el cardenal Crescenzio Sepe, quien en esta entrevista concedida a Fides aborda el significado del congreso y la situación y desafíos de la misión en América y en el resto del mundo.
–Eminencia, ¿qué es un Congreso Americano Misionero?
–Cardenal Crescenzio Sepe: Un Congreso Americano Misionero (CAM), es un encuentro del Pueblo de Dios, especialmente de todos aquellos que en la Iglesia en América (norte, centro, sur del continente y Caribe) desarrollan de algún modo una actividad de promoción y de animación misionera «ad gentes» a nivel local, regional o nacional.
La finalidad primordial de un CAM es animar a las Iglesias particulares del continente para que asuman su propia responsabilidad misionera en la específica tarea de la evangelización de todos los pueblos. Estos Congresos, que de por sí no constituyen un encuentro de expertos en misionología, tienen un carácter eminentemente pastoral y son un instrumento valioso, casi indispensable, para dar profundidad, forma y vida a la conciencia misionera de dichas Iglesias.
–¿Cuál fue el origen de dichos Congresos?
–Cardenal Crescenzio Sepe: Los Congresos Americanos Misioneros tuvieron su origen en México, en la ciudad de Torreón, en ocasión del VII Congreso Nacional Misionero, celebrado del 20 al 23 de Noviembre de 1977. Por una serie de circunstancias, que yo definiría providenciales, dicho Congreso se convirtió en el primer Congreso Misionero Latinoamericano (COMLA), reconocido como tal, gracias a la entusiasta presencia del enviado especial del Santo Padre, mi predecesor en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el recordado cardenal brasileño Angelo Rossi. La participación en el mismo de los presidentes de las Comisiones Episcopales de Misiones y de los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias de diferentes países de América Latina dio a dicho encuentro un carácter continental.
Otros cuatro Congresos Misioneros Latinoamericanos, celebrados a lo largo de la geografía del continente, siguieron al primer COMLA: el segundo se celebró también en México: Tlaxcala, 1983; los dos siguientes tuvieron su sede en dos países del área bolivariana: Bogotá (Colombia) en 1987 y Lima (Perú) en 1991; el quinto se celebró en Belo Horizonte (Brasil) en 1995.
Siguiendo los pasos del Sínodo de los Obispos para América y el deseo del Santo Padre de favorecer la unidad espiritual de los pueblos del continente, los organizadores del VI Congreso Misionero Latinoamericano, que se celebró en Paraná (Argentina) en 1999, consideraron que dicho encuentro misionero bien podía considerarse un fruto de dicho Sínodo si extendiera el ámbito de su celebración a todas las naciones del continente, desde Alaska a Tierra del Fuego. Es así como el VI COMLA se convirtió en el Primer Congreso Americano Misionero (CAM I), abrazando por primera vez a todos países del continente. Pienso que sea éste también uno de los «frutos de comunión y solidaridad en la integración de una Iglesia en una América» a los que hace referencia el «Plan Global 2003-2007» del Consejo Episcopal Latinoamericano.
–¿Por qué su celebración en Guatemala?
–Cardenal Crescenzio Sepe: Si observamos la geografía americana, advertimos como Guatemala es el «corazón» del continente, la nación que une, junto con los demás países centroamericanos, el norte y el sur del «nuevo mundo». Sin embargo, creo que su situación territorial, ya de por sí muy elocuente, no es suficiente para explicar cuál fue la razón por la que se eligió Guatemala como la nación sede del CAM 2.
Pienso que la Iglesia en Guatemala, nación que en la historia de la Iglesia en América ha jugado un papel de primer orden, sigue teniendo en el presente y en el futuro inmediato del continente una gran importancia. Una prueba de ello son los tres viajes que Juan Pablo II ha querido realizar a esa noble nación.
En ocasión de su segundo viaje apostólico (febrero de 1996), el Santo Padre rindió un merecido homenaje «a los centenares de catequistas que, junto con algunos sacerdotes arriesgaron su vida e incluso la ofrecieron por el Evangelio». La herencia de estos héroes de la fe, declaró Juan Pablo II, «conlleva la urgente tarea de la evangelización: es necesario –decía– que ningún lugar ni persona se quede sin conocer el Evangelio». El año pasado, con ocasión de su visita para la canonización del Hermano Pedro de Betancur, el Santo Padre puso de relieve –como ejemplo a ser imitado por todos– el testimonio de santidad de ese gran misionero, fruto del «encuentro interior con Cristo que trasforma al ser humano, llenándole de misericordia hacia el prójimo».
La Iglesia en Guatemala se ha preparado para el Congreso con un gran sentido de responsabilidad. Diferentes iniciativas a nivel local, nacional y centroamericano, como por ejemplo el «Año Misionero», han sabido sensibilizar adecuadamente a todo el Pueblo de Dios. Desde el primer momento los fieles guatemaltecos han sentido el Congreso como algo propio. Un signo elocuente del amor del pueblo guatemalteco hacia el Congreso es la hospitalidad y el modo tan generoso con el que las familias de la capital se preparan para acoger y asistir a los más de 3.000 congresistas. Dicha labor ha sido encomiablemente promovida y realizada por la Conferencia Episcopal de Guatemala; en modo particular, por el señor cardenal Rodolfo Quezada Toruño –arzobispo de Guatemala–, por la Comisión Central del Congreso, presidida por monseñor Julio Cabrera Ovalle –obispo de Jalapa–, asistido por el director nacional de las O.M.P., el padre Antonio Bernasconi.
–¿Cuál será el aspecto prioritario del II Congreso Americano Misionero?
–Cardenal Crescenzio Sepe: Teniendo en cuenta el contexto social y eclesial del área centroamericana, pienso que «los ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio» que en situaciones dramáticas han sabido dar muchos hijos e hijas de la Iglesia en estos amados países –entre los que no podemos olvidar al que fuera obispo auxiliar de Guatemala, monseñor Juan Gerardi Conedera–, nos indican uno de los puntos centrales del próximo Congreso: acoger la llamada a la santidad, por parte de cada fiel y de toda comunidad cristiana, constituye la premisa indispensable para que las Iglesias particulares en América asuman responsable y solidariamente el compromiso de la misión «ad gentes».
Creo que la Iglesia en Guatemala y en los demás países centroamericanos, desde la riqueza de su fe acrisolada en el fuego de la prueba, desde el tesoro de sus testigos de la fe y desde el testimonio de la comunión eclesial entre sus diferentes pueblos y etnias, puede ofrecer una gran contribución a toda la Iglesia en América y, por ende, a la Iglesia universal. Con su ejemplo nos demuestra que sólo desde los dones de la gracia recibidos en el sacramento del bautismo –plenamente desarrollados, vitalmente asimilados–, es decir, sólo desde una vida santa, se puede ser testigo veraz del misterio del Amor de Dios y es posible asumir con valentía la llamada universal a la misión.
El Santo Padre inaugurará el Congreso mediante un mensaje que, por medio de su enviado especial, dirigirá a los participantes en el mismo. Todos, especialmente las Iglesias particulares del continente, esperamos las palabras del Papa como un estímulo y una
guía para el desarrollo de la misión «ad gentes» en América y desde América.
[Zenit publicará la segunda parte de esta entrevista el próximo 25 de noviembre.]