Juan Pablo II: Dios acompaña el camino por el desierto de la historia

Meditación sobre el Salmo 113 (A)

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CIUDAD DEL VATICANO, 3 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 113 (A) «Maravillas del éxodo de Egipto».

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

1. El canto gozoso y triunfal que acabamos de proclamar, evoca el éxodo de Israel de la opresión de los egipcios. El Salmo 113A forma parte de esa selección que la tradición judía ha llamado el «Halel egipcio». Son los Salmos 112-117, una especie de selección de cantos, utilizados sobre todo en la liturgia judía de la Pascua.

El cristianismo ha tomado el Salmo 113 (A) con la misma connotación pascual, pero abriéndolo a la nueva interpretación que deriva de la resurrección de Cristo. El éxodo celebrado por el Señor se convierte, por ello, en imagen de otra liberación más radical y universal. Dante, en la «Divina Comedia», presenta este himno, siguiendo la versión latina de la «Vulgata», en boca de las almas del Purgatorio: «In exitu Israël de Aegypto / cantavan tutti insieme ad una voce…» –Cuando Israel salió de Egipto/ todos cantaban unidos…»– (Purgatorio II, 46-47). Ve en el Salmo el cántico de espera y de esperanza de quienes tienden, tras la purificación de todo pecado, hacia la meta última de la comunión con Dios en el Paraíso.

2. Seguimos ahora la trama espiritual de esta breve composición de oración. Al inicio (Cf. versículos 1-2) se evoca el éxodo de Israel de la opresión de Egipto hasta la entrada en aquella tierra prometida que es el «santuario» de Dios, es decir, el lugar de su esperanza en medio del pueblo. Es más, tierra y pueblo están unidos: Judá e Israel, términos con los que se designaba tanto a la tierra santa como al pueblo elegido, son considerados como sede de la presencia del Señor, su propiedad especial y su herencia (Cf. Éxodo 19, 5-6).

Después de esta descripción teológica de uno de los elementos de fe fundamentales del Antiguo Testamento, es decir, la proclamación de las obras maravillosas de Dios por su pueblo, el Salmista profundiza espiritual y simbólicamente en los acontecimientos constitutivos.

3. El Mar Rojo del éxodo de Egipto y el Jordán de la entrada en la Tierra Santa son personificados y transformados en testigos e instrumentos que participan en la liberación realizada por el Señor (Cf. Salmo 113A,3.5).

Al inicio, en el éxodo, aparece el mar que se retira para dejar paso a Israel y, al final de la travesía del desierto, se presenta al Jordán que sube por su cauce, dejando seco su lecho para que pueda pasar la procesión de los hijos de Israel (Cf. Génesis 3-4). En medio, se evoca la experiencia del Sinaí: en ella, los montes participan en la gran revelación divina, que se realiza sobre sus cimas. Como criaturas vivientes, como carneros y corderos, exultan y saltan. Con una personificación sumamente vivaz, el Salmista pregunta entonces a los montes y a las colinas el motivo de su entusiasmo: Montes, ¿por que saltáis como carneros? Colinas, ¿por que saltáis como corderos?» (Salmo 113A,6).

No se da su respuesta: se refiere indirectamente a través de una orden perentoria, dirigida a toda la tierra para que se estremezca «en presencia del Señor» (Cf. v. 7). La conmoción de los montes y colinas era, por tanto, como un sobresalto de adoración ante el Señor, Dios de Israel, un acto de exaltación gloriosa del Dios trascendente y salvador.

4. Este es el tema de la parte final del Salmo 113A (Cf. versículos 7-8), que introduce otro acontecimiento significativo de la travesía de Israel por el desierto, el del agua que mana de la roca de Meribá (Cf. Éxodo 17, 1-7; Números 20, 1-13). Dios transforma la roca en un manantial de agua, que se convierte en un lago: en el fondo de este prodigio se encuentra su cariño paterno hacia su pueblo.

El gesto tiene, por tanto, un significado simbólico: es el signo del amor salvífico del Señor que sostiene y regenera a la humanidad mientas avanza por el desierto de la historia.

Como es sabido, san Pablo retomará esta imagen y, basándose en una tradición judía, según la cual la roca acompañaba a Israel en su camino por el desierto, releerá el acontecimiento en clave cristológica: «todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Corintios 10,4).

5. En este sentido, un gran maestro cristiano como Orígenes, al comentar el éxodo del pueblo de Israel de Egipto, piensa en el nuevo éxodo realizado por los cristianos. Por eso se expresa así: «No penséis que sólo entonces Moisés condujo al pueblo fuera de Egipto: también ahora el Moisés que tenemos con nosotros…, es decir la ley de Dios, quiere sacarnos de Egipto; si la escuchas, te alejará del Faraón… No quiere que te quedes en las acciones tenebrosas de la carne, sino que salgas al desierto, que llegues a ese lugar en el que no hay sobresaltos ni turbaciones del siglo, que alcances la quietud y el silencio… Cuando llegues a este lugar de tranquilidad, podrás hacer sacrificios para el Señor, podrás reconocer la ley de Dios y la potencia de la voz divina» («Homilías sobre el éxodo», Roma 1981, pp. 71-72).

Retomando la imagen de san Pablo, que evoca la travesía del mar, Orígenes sigue diciendo: «El apóstol lo llama un bautismo, realizado en Moisés en la nube y en el mar para que también tú, que has sido bautizado en Cristo, en el agua y en el Espíritu Santo, sepas que los egipcios te están siguiendo y quieren someterte a su servicio, es decir, al servicio de los que rigen este mundo y al de los espíritus malvados de los que antes fuiste esclavo. Ellos tratarán ciertamente de seguirte, pero tú échate al agua y sal indemne para que, una vez lavadas las manchas de los pecados, vuelvas a salir como un hombre nuevo dispuesto a cantar un cántico nuevo» (ibid., p. 107).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia se leyó esta síntesis y luego el Papa dirigió el saludo a los peregrinos de lengua española que aquí publicamos:]

Queridos hermanos y hermanas:

El Salmo que acabamos de proclamar evoca el éxodo de Israel de la opresión de los egipcios. El mar, el río, los montes, las colinas, los carneros, los corderos, son testigos de esta liberación. La roca transformada en manantial, signo del amor del Señor a la humanidad que avanza por el desierto de la historia, alude a otra liberación más radical y universal: Cristo, que con su redención nos salva de todas las esclavitudes.

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina. Bautizados en Jesucristo, en el agua y el Espíritu Santo, y redimidos de todo pecado, renaced como hombres nuevos y cantad el cántico nuevo.

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ZENIT Staff

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