CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Al adorar al Niño Jesús en la Misa del Gallo de esta Noche Buena, Juan Pablo II constató que en el pesebre Dios muestra el valor de toda vida humana por la que se encarnó en Belén hace algo más de dos mil años.
El Papa, cansado pero firme, presidió en la basílica de San Pedro del Vaticano, al igual que en sus 25 años de pontificado, la solemne y larga celebración eucarística en la que participaron unos diez mil peregrinos.
Dirigiéndose al Niño Dios, pidió en la homilía: «que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano».
«El Príncipe de la paz, nace en la mísera y fría gruta de Belén», recordó. «En la extrema pobreza de la gruta contemplamos a «niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre»». «Permanezcamos en silencio y ¡adorémosle!».
«Que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno», siguió implorando.
«¡Demasiada sangre corre todavía sobre la tierra! ¡Demasiada violencia y demasiados conflictos turban la serena convivencia de las naciones!», exclamó tratando de dar fuerza a su frágil voz..
«Tú vienes a traernos la paz –concluyó–. ¡Tú eres nuestra paz!».
En la oración de los fieles se rezó en alemán por la paz en las naciones martirizadas por la guerra y la guerrilla (alusión a Irak).
En árabe se rezó por aquellos que reconocen a Abraham como padre –judíos, musulmanes y cristianos– para que renuncien a «todo sentimiento y acción de odio, de venganza y de violencia».
La misa, que fue transmitida por 78 canales de televisión de 48 países de los cinco continentes, comenzó con un homenaje floral ante una imagen del Niño Jesús realizado por doce niños que procedían, entre otros países, de Guatemala, Perú, India, Polonia, Italia, Lesotho y Croacia.
Antes de la misa, en la tarde, en el momento en que se inauguró el monumental Nacimiento de la plaza de San Pedro del Vaticano el Papa se había asomado a la ventana de su estudio para bendecir la luz de la paz simbolizada en una vela que llega a los corazones por el nacimiento de Jesús.