CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2003 (ZENIT.org).- El Mensaje de Navidad de Juan Pablo II se convirtió en una invocación a Dios por la paz en el mundo y el fin del terrorismo.
«Sálvanos de las guerras y de los conflictos armados que devastan regiones enteras del globo», invocó antes de felicitar por las Navidades en 62 idiomas y de impartir la bendición «urbi et orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo).
«Sálvanos de la plaga del terrorismo y de tantas formas de violencia que torturan a personas débiles e inermes», añadió bajo un estupendo sol en una mañana que sin embargo era bastante fría.
El Santo Padre leyó íntegramente su mensaje, algo más breve que en años anteriores, a pesar del cansancio acumulado a causa de la Misa del Gallo, que había presidido en la Noche Buena.
En vez de hablar desde el balcón de la fachada de la Basílica vaticana, como estaba programado, el pontífice prefirió bajar en su sillón con ruedas a la plaza de San Pedro, para poder estar más cerca de los 60.000 peregrinos.
«Sálvanos del desánimo para emprender los caminos de la paz, ciertamente difíciles, pero posibles y por tanto obligados» dijo, haciendo una especial referencia a la ensangrentada Tierra Santa.
«¡Ha nacido para nosotros el Salvador!» afirmó aclarando el fundamento de la esperanza cristiana en la paz. «Una ola de ternura y esperanza nos llena el ánimo, junto con una profunda necesidad de intimidad y paz».
«¡Qué asombro! –reconoció– Naciendo en Belén, el Hijo eterno de Dios entró en la historia de cada persona que vive sobre la faz de la tierra».
«¡Que la alegría de tu Navidad llegue hasta los últimos confines del universo!», concluyó.
En esta Navidad el Papa ha batido un nuevo récord en sus 25 años de pontificado. El Mensaje fue transmitido por 82 canales de televisión de 50 países, algo que no había sucedido en estas ocasiones hasta ahora, según confirmó Joaquín Navarro-Valls, portavoz de la Santa Sede.
Ante el temor de atentados terroristas, en este año se reforzaron las medidas de seguridad. Los peregrinos, antes de entrar a la plaza, eran sometidos al control de la policía. El despliegue de fuerzas del orden era evidente. La Vía de la Conciliación, que une al Vaticano con el Tíber, fue cerrada.