PAMPLONA, miércoles, 24 marzo 2004 (ZENIT.org).- Ciencia y fe tienen mucho que aportarse, asegura el académico Mariano Artigas (Zaragoza, 1938), que acaba de actualizar la sexta edición de su famoso libro «Ciencia, razón y fe».
En esta entrevista con Zenit, el profesor, ordinario de filosofía de la naturaleza y de las ciencias de la Universidad de Navarra, recuerda que «con una adecuada combinación de sentido religioso y de conocimientos científicos y técnicos, se podrían resolver muchos de los problemas más graves que sufre hoy día la humanidad».
El profesor Artigas es miembro de la Academia Internacional de Filosofía de las Ciencias de Bruselas y de la Academia Pontificia de Santo Tomás de la Santa Sede.
–Galileo, ¿sigue siendo un problema sin resolver?
–Artigas: Cuando hablo del caso Galileo como un problema sin resolver me refiero al valor de las teorías científicas. El cardenal Belarmino decía a Galileo que no tendría problemas si presentaba su teoría como un modelo hipotético, útil para calcular los fenómenos.
El Papa Urbano VIII dijo que no se podía saber si su modelo era verdadero, porque Dios es todopoderoso y quizás los efectos que observamos se deban a causas que no coinciden con nuestra teoría.
Galileo pensaba que la nueva ciencia buscaba la verdad y podía conseguirla: era un realista. Yo también lo soy.
Pero en la actualidad está ampliamente difundida la idea contraria. El caso Galileo es muy largo y complicado, muy poca gente lo conoce bien.
Hace poco he publicado, junto con William Shea, uno de los mejores especialistas de Galileo, «Galileo en Roma» (Ediciones Encuentro, Madrid), que también se ha publicado en New York y se está vendiendo bien («Galileo in Rome», Oxford University Press, New York). En ese libro proporcionamos todos los datos para saber exactamente qué sucedió, tomando como esquema los seis viajes que Galileo hizo a Roma.
–¿Cuáles son los «nuevos casos Galileo» de hoy?
Artigas: No ha habido ningún otro caso como el de Galileo. Las autoridades de la Iglesia aprendieron la lección. Lo más parecido sería el evolucionismo. Hubo actuaciones en contra; precisamente ahora estoy preparando un libro en el que utilizo los documentos, hasta ahora desconocidos, del archivo del Santo Oficio. Pero nunca se produjo una condena del evolucionismo por parte de las autoridades de Roma.
Problemas actuales como el aborto, la ética sexual o la bioética no tienen nada que ver con el caso Galileo: la Iglesia acepta todos los datos de la ciencia, simplemente no está de acuerdo en que sea moralmente correcto hacer todo lo que nos permiten las técnicas disponibles.
Yo diría que en la actualidad el peligro es más bien que existan casos Galileo al revés. O sea: científicos o filósofos que utilizan la autoridad de la ciencia para pontificar sobre cuestiones religiosas o morales que caen fuera del ámbito de la ciencia.
–¿Cuál es la posición de la Iglesia ante el evolucionismo, en palabras simples?
Artigas: En 1950 el Papa Pío XII, en la encíclica «Humani generis», dijo que el evolucionismo era una hipótesis, que se podía discutir el origen del organismo humano con tal que se admita que Dios crea en cada ser humano el alma espiritual.
En 1996 el Papa Juan Pablo II se refirió al evolucionismo como algo más que una hipótesis, que está avalado por un conjunto de pruebas independientes, y afirmó que los problemas no surgen de la ciencia, sino de ideologías materialistas que no son científicas.
En «Ciencia, razón y fe» he incluido un capítulo donde se resume la problemática del evolucionismo, y ahí cito los correspondientes textos del Magisterio de la Iglesia.
Además, la misma editorial Eunsa, de Pamplona, va a publicar muy pronto una edición actualizada de mi libro «Las fronteras del evolucionismo», donde trato estos temas con más amplitud, con toda la claridad posible.
–¿Cómo ayuda la fe a la ciencia, y viceversa?
–Artigas: La ciencia ocupa un lugar central en nuestra civilización, y dado su enorme prestigio, existe un peligro semejante al de las mayorías absolutas en política: no hacer caso de otros enfoques.
La fe muestra que existe un mundo espiritual al que la ciencia no llega, y ayuda a dar sentido auténtico a la ciencia como búsqueda de la verdad y servicio a la humanidad, de acuerdo con los planes de Dios.
A su vez, la ciencia proporciona muchos medios para mejorar la calidad de la vida humana.
Con una adecuada combinación de sentido religioso y de conocimientos científicos y técnicos, se podrían resolver muchos de los problemas más graves que sufre hoy día la humanidad.
–¿Dependemos totalmente de la ciencia, o tenemos un cierto margen de autonomía?
–Artigas: La ciencia es un producto humano. Somos nosotros quienes la hacemos. Es absurdo que, a veces, seamos las víctimas de nuestro propio producto. Ya he dicho que soy un realista: existe un orden en la naturaleza que está ahí y no lo podemos inventar, mediante la ciencia intentamos lo conocemos cada vez mejor y aprendemos a utilizarlo de modo controlado. Pero la ciencia no nos puede decir cómo utilizar ese conocimiento: hace falta complementar la ciencia con una reflexión meta-científica, de tipo filosófico, moral, religioso. La ciencia exige un complemento de conciencia. Nos proporciona un poder que es cada vez mayor, pero es un error pensar que todo lo que se puede hacer es correcto. Es nuestra responsabilidad enfocar correctamente la ciencia y la tecnología que se basa en la ciencia.