CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 21 abril 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II reconoce que en una sociedad obsesionada por «el éxito exterior» el creyente puede experimentar el «aislamiento» o incluso el «desprecio», pero no pierde la paz interior porque Dios es su confianza.

Así lo explicó este miércoles durante la audiencia general en la que participaron unos 20.000 peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano, dedicada a comentar la primera parte del Salmo 26, que comienza con el famoso versículo: «El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?».

«La vida del creyente es sometida con frecuencia a tensiones y contestaciones, en ocasiones también al rechazo e incluso a la persecución», comenzó constatando el Santo Padre en su intervención leída en italiano.

«El comportamiento del hombre justo fastidia, pues resuena como una admonición para los prepotentes y perversos», añadió el obispo de Roma, que saludó a los peregrinos en diez idiomas.

«El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que escoge con frecuencia como estandarte la ventaja personal, el éxito exterior, la riqueza, el goce desenfrenado», siguió explicando.

«Sin embargo --aclaró--, no está solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues como dice la espléndida "antífona" de apertura del Salmo «El Señor es mi luz y mi salvación». Repite continuamente: «¿a quién temeré?... ¿quién me hará temblar?... mi corazón no tiembla... me siento tranquilo».

La composición poética del Antiguo Testamento recuerda las palabras de san Pablo, reconoció Juan Pablo II, con las que afirmaba en la carta a los Romanos: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? ».

«La tranquilidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria», aseguró.

Al rezar, subrayó, el creyente «se pone en las manos de Dios» para «contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar sus alabanzas al Dios liberador».

«El Señor crea alrededor del fiel un horizonte de paz, que excluye el estruendo del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y de amor», concluyó.

La meditación del Santo Padre continuó con la serie de intervenciones que viene pronunciando desde hace meses sobre la Liturgia de las Vísperas, la oración de la Iglesia en el ocaso de la jornada. Pueden leerse en la sección «Audiencia del miércoles» de la página web de Zenit (www.zenit.org).