El Papa beatifica el domingo a una laica portuguesa de la familia salesiana

Alessandrina Maria da Costa vivió 17 años sólo de la Eucaristía

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 23 abril 2004 (ZENIT.org).- Entre los tres miembros de la familia salesiana que Juan Pablo II proclamará beatos el próximo domingo en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, se encuentra una laica de origen portugués, Alessandrina Maria da Costa, quien hizo de su vida –marcada por la experiencia mística– un continuo ofrecimiento por la conversión de los pecadores y por la paz del mundo.

Alessandrina nace el 30 de marzo de 1904 en Balasar, en la provincia portuguesa de Oporto. Es una pequeña campesina llena de vida, divertida, afectuosa. A los 14 años se lanza desde de una ventana a cuatro metros de altura del jardín para preservar su pureza, amenazada por unos hombres que habían entrado en la casa.

Cinco años más tarde, las lesiones derivadas de la caída le provocaron una parálisis total que la mantuvo en cama durante más de 30 años, hasta el final de su vida.

Se ofreció como víctima a Cristo por la conversión de los pecadores y por la paz del mundo. Durante cuatro años (1938-42) revivió todos los viernes, durante tres horas, la pasión de Cristo.

En 1936, por orden de Jesús –explica la biografía difundida por la Santa Sede– solicitó a Pío XII la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Renovó su petición varias veces. Finalmente, así lo hizo el Santo Padre el 31 de octubre de 1942, con un mensaje transmitido a Fátima en lengua portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la Basílica de San Pedro el 8 de diciembre del mismo año

Del 27 de marzo de 1942 hasta su muerte (esto es, durante 13 años y 7 meses), no ingirió ninguna otra bebida ni alimento más que la Eucaristía.

Orientada por su director espiritual –un salesiano, Don Humberto Pasquale–, «mi cirineo en las horas más trágicas de mi vida» (1944-48), decía Alessandrina, se hizo cooperadora salesiana, ofreciendo sus sufrimientos por la salvación de la juventud.

El 13 de octubre de 1955, se la oyó exclamar: «Soy feliz, porque voy al cielo». Por la tarde falleció en Balasar, donde se encuentra su sepulcro y adonde acuden multitud de peregrinos.

«Alessandrina es una figura ejemplar, en su sencillez y autenticidad» –reconoció el jueves el cardenal Jose Saraiva Martins, prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, ante los micrófonos de «Radio Vaticana»–, pues con su vida ofrece «un estímulo, una motivación para ennoblecer –sobre todo entre los jóvenes— lo que la vida presenta de doloroso, de triste».

La futura beata hasta 1928 «no dejó de pedir al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la curación, prometiendo que, si era sanada, se iría de misionera –relata el purpurado–. Pero en cuanto comprendió que el sufrimiento era su vocación, la abrazó con prontitud».

«Decía: “Nuestra Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la conformidad completa a la voluntad de Dios, y en fin el deseo de sufrir”. Se remontan a este período los primeros fenómenos místicos –prosigue–, cuando Alessandrina inició una vida de gran unión con Jesús» en los Sagrarios.

«Un día que estaba sola –explica el prefecto del dicasterio–, le vino inesperadamente este pensamiento: “Jesús, tú estás prisionero en el Sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía”. Desde entonces comenzó su misión: ser como la lámpara del Sagrario. Pasaba sus noches “peregrinando” de Sagrario en Sagrario. En cada Misa se ofrecía a Dios como víctima por los pecadores, junto a Jesús».

Además Alessandrina «fue elegida misteriosamente por el Señor para que se convirtiera en apóstol de la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María», recordó el cardenal Saraiva Martins.

Sobre la sepultura de la futura beata se leen estas palabras que ella quiso: «Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad sobre ellas, pisadlas hasta que desaparezcan. Pero ya no pequéis; ¡no ofendáis más a nuestro Jesús!».

«Es la síntesis de su vida gastada exclusivamente para salvar las almas», concluye el purpurado portugués.

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ZENIT Staff

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