La sangre de los mártires, semilla de cristianos

Por el profesor Antonio Miralles

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 4 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del profesor Antonio Miralles, de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma, pronunciada en la videconferencia mundial sobre «El martirio y los nuevos mártires» organizada por la Congregación vaticana para el Clero (www.clerus.org) el pasado 28 de mayo.

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La sangre de los mártires, semilla de cristianos
Prof. Antonio Miralles, Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)

Este título está tomado casi al pié de la letra de Tertuliano, que escribía en el año 197: «La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos». Encontramos la misma idea ya a mitad del siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano Diogneto: «¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?» (7, 7-8). Un contemporáneo de Tertuliano, Hipólito Romano escribía, durante la persecución de Septimio Severo, que un gran número de hombres, atraídos a la fe por medio de los mártires, se convertían a su vez en mártires (cfr. Comentario sobre Daniel, II, 38).

Esta convicción de fe de los primeros cristianos se basa en un fundamento sólido, porque Jesús, refiriéndose a su muerte redentora, dice: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Los mártires, pues, no han hecho más que recorrer el camino abierto por Jesús al decir de sí mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).

Para el mártir, la pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!» (Insegnamenti, 23/1, 776).

Para comprender mejor que la muerte de los mártires es semilla de cristianos, es bueno recordar que, en la parábola de la semilla, «la semilla es la palabra de Dios», es decir, no sólo sus palabras reveladas, sino sobre todo la Palabra, con mayúscula, el Hijo que el Padre ha enviado y que el Espíritu Santo hace brotar en el corazón del cristiano, identificándolo con Cristo. Por eso, en su muerte testimonial, el mártir se identifica con Cristo. Pero también el Espíritu actúa en los corazones de quienes acogen el testimonio del mártir, que se vuelve así particularmente elocuente. Como dice el prefacio de los santos mártires: «Han atestiguado con su sangre tus prodigios».

El mártir nos ayuda a descubrir el gran valor del testimonio dado a Cristo al donar por entero la vida. Es un don que puede ser pedido a algunos en un instante, pero que se nos pide a todos día tras día, hora tras hora. Como decía San Ambrosio, refiriéndose a su tiempo, cuando ya las persecuciones exteriores habían acabado: «¡Cuántos hoy son mártires en secreto y testimonian al Señor Jesús!» (Comentario al Salmo 118).

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ZENIT Staff

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