MADRID, lunes, 7 junio 2004 (ZENIT.org).- Los políticos, en particular los creyentes, tienen en la exhortación apostólica «Ecclesia in Europa» una brújula para su compromiso político y evitar el «partidismo», considera Alberto Ribera.

Así lo expuso este médico y economista, profesor del IESE, la escuela de negocios de la Universidad de Navarra, con sede en Barcelona y Madrid, al intervenir en el Foro de Coloquios Interdisciplinares de Madrid, que ha celebrado un ciclo de encuentros sobre el documento en el que Juan Pablo II recoge las conclusiones del segundo sínodo europeo.

En esta entrevista concedida a Zenit, Ribera explica sus conclusiones.

--¿Qué destacaría del mensaje de «Ecclesia in Europa», por lo que se refiere a la actuación de los católicos en la vida política?

--Alberto Ribera: Todo el documento es, como dice el Papa al principio, «una invitación a la esperanza». En esa línea, me parece especialmente relevante el comentario al pasaje del Apocalipsis: «ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir», en el que Juan Pablo II invita a «confesar nuestras lentitudes, omisiones, infidelidades y culpas», sin excusas y sin adoptar «actitudes huidizas de desaliento».

--¿En qué se manifiestan esos signos de desánimo y esas otras actitudes negativas, que sería necesario rectificar?

--Alberto Ribera: Ante todo, en la falta de reconocimiento de la responsabilidad personal de cada uno --de mí mismo-- en la crisis que vivimos. Contrasta la actitud del Papa y de los obispos con la postura de muchos católicos, cuando tan a menudo imputamos los males de la situación actual a los adversarios de la Iglesia, culpables del deterioro moral, cultural y social, que se observa a nuestro alrededor. A menudo, nuestra acción se agota en denunciar los presuntos abusos que otros cometen.

--¿Podría poner algún ejemplo?

--Alberto Ribera: Voy a tomarlos de una entrevista al catedrático de Derecho de la Universidad Complutense, Rafael Navarro-Valls, publicada por Zenit el 11 de mayo de 2004.

Según esa entrevista, las dificultades para la enseñanza de la religión en las escuelas públicas en España surgieron «porque no había un número suficiente de profesores que quisieran impartir este tipo de enseñanza». Después vinieron los problemas con sindicatos y con gobiernos centrales o autonómicos. Pero a lo mejor también hay que responsabilizar a los católicos, que hemos abandonado la enseñanza pública o que nos hemos desentendido de las clases de religión en los centros públicos.

Recuerda el ilustre jurista que «la Iglesia aspira a su autofinanciación, donde encontraría un mayor espacio de libertad». Si esta capacidad de independencia económica no se ha logrado, ¿es debido a la oposición de algunos partidos políticos? Más bien habría que decir que algo falla en el grado de compromiso de los laicos católicos con nuestra Iglesia, cuando se trata de echar mano de la cartera.

La lista de ejemplos podría prolongarse. Y es que resulta más cómodo echar la culpa a los «malos» que arremangarse y tratar de ser coherente. En el fondo del asunto, subyace --a mi modo de ver-- la poca asimilación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad.

--Esa mayor presencia en la vida pública, ¿no significaría desenterrar anacrónicos planteamientos de confesionalismo?

--Alberto Ribera: En absoluto. Creo que Juan Pablo II proclama justamente lo contrario, y lo hace de manera radical al insistir en la necesidad de orientar las tareas políticas en función de su naturaleza de servicio al bien común. En la exhortación sobre la Iglesia en Europa, subraya de nuevo el deber de «defender la verdad y promover la paz, purificando el corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo». Considero muy significativa esa mención al «partidismo», que el Papa ha repetido varias veces: por ejemplo, en la proclamación de santo Tomás Moro como Patrono de los gobernantes y políticos, durante el Jubileo del año 2000. Tal vez no se ha prestado suficiente atención a la denuncia de una subordinación de la política a «la utilidad del propio grupo o partido», que hizo en aquella ocasión.

--¿Cuáles son esos posibles riesgos del partidismo?

--Alberto Ribera: Además de la violación de la justicia en las acciones concretas en que se anteponga el bien particular de un grupo al bien común, la partitocracia está llevando a un difuso desprestigio de la democracia, especialmente entre los jóvenes. De ahí al rechazo de la política y al cinismo, no hay más que un paso.

Predomina en todas partes --lo vemos a diario, a derecha e izquierda-- una visión de la política como lucha de poder y no como tarea de servicio. Un político católico incurriría en esa postura partidista, si para él lo importante fuera detentar el poder e impedir así que lo ocuparan «otros», presunta o declaradamente anticatólicos. Aunque esto último fuera cierto, el argumento no sería válido: que el otro sea «malo» no significa que yo sea «bueno». Quizá de manera inconsciente, no sólo se prejuzga que los otros obrarán mal, sino que también se da por supuesto que «los míos» actúan siempre bien. Se acaba en un partidismo-sectarismo, que genera confrontación y agresividad. Ahí está la política «anti» y el ambiente de crispación que lamentablemente ya se ha convertido en un tópico con el que en España unos partidos denuncian a otros, jaleados por medios de comunicación igualmente partidistas-sectarios.

--¿Puede ofrecer alguna sugerencia o propuesta concreta?

--Alberto Ribera: Opino que sería conveniente una reforma de las leyes electorales dando cabida a listas abiertas, que facilitarían discernir entre personas singulares y no sólo entre etiquetas de partido. Además, considero importante que los partidos políticos garanticen la libertad de voto --o al menos la objeción de conciencia--, en aquellas cuestiones que afectan a las convicciones personales. Se trata de un derecho básico, pero que demasiadas veces se ha conculcado en nombre de disciplinas de partido, impuestas de manera formal o tácitamente (por ejemplo cuando se temen represalias ante un posible disenso respecto a los líderes del partido).