Según el presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, es posible ayudar al país africano con tres gestos decisivos: «hacer que terminen los enfrentamientos armados», «perdonar la deuda exterior» y «apoyar concretamente los proyectos de desarrollo» «obra de los propios africanos».
El representante papal visitó a principios de mes el país africano, incluyendo zonas de guerra como Gulu, Kalongo y Kitgum.
Allí la población atraviesa una catastrófica situación causada por la pobreza y la guerrilla del «Ejército de Resistencia del Señor» (LRA por sus siglas en inglés), que lucha contra el gobierno ugandés por la creación de un Estado basado en la observancia de pretendidos conceptos «bíblicos».
Para alcanzar este objetivo los rebeldes del LRA no dudan en lanzarse contra la población civil sembrando la inseguridad y la muerte en los distritos del norte de Uganda.
El martes pasado al menos 41 civiles, entre ellos varios niños, perdieron la vida a manos de los rebeldes en el campo de refugiados de Aboke –en el norte ugandés–. Medio millar de chozas fueron incendiadas en este campo que acoge a 12 mil desplazados.
Desde 1986, los rebeldes del LRA, dirigidos por Joseph Kony –un visionario a sueldo de Sudán–, han torturado y asesinado a incontables personas (se estima en más de 120.000 la cifra de muertos), han secuestrado a más de 25.000 niños (reducidos a la esclavitud o enrolados a la fuerza en la guerrilla) y han provocado el desplazamiento de más de un millón de civiles.
«Como es sabido, hasta ahora hay quien desde el exterior ha atizado el fuego y sostenido la acción de los rebeldes», subrayó el cardenal Martino en declaraciones a «Radio Vaticana». «Ahora parece que tal apoyo está disminuyendo y existe la esperanza de un giro en este drama, que ha durado demasiado y tiene demasiadas víctimas», añadió.
La «indeleble» y «lacerante» imagen que trae el purpurado de Uganda es la de «multitudes extenuadas por 18 años de guerra, por un subdesarrollo espeluznante y por graves enfermedades».
«Los campos de refugiados, las masas de los “sin techo”, sobre todo de niños amenazados y siempre en peligro de ser secuestrados para hacer de ellos “niños-soldado”, no podré olvidarlas en toda la vida», reconoció.
«Pero a la vez me ha impactado la gran dignidad de esta pobre gente –puntualizó el cardenal Martino–, su deseo de salir de esta condición inhumana».
En cuanto a los misioneros, no dudó en calificarlos de «gente estupenda que se entrega totalmente, arriesgando cada día la vida, sin otra contrapartida que la indicada por Jesús: “Hay más alegría en dar que en recibir… No hay amor más grande que dar la vida por los propios amigos”».