Testigo del martirio de un muchacho mexicano de catorce años

El padre Marcial Maciel recuerda el testimonio de José Sánchez del Río

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 22 junio 2004 (ZENIT.org).- Setenta y seis años después sigue grabada en la memoria del padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, el martirio de su amigo José Sánchez del Río, a tan sólo catorce años, del que él fue testigo presencial.

La Santa Sede promulgó este martes el decreto con el que reconoce el martirio de este adolescente mexicano, nacido el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo (Michoacán, México), asesinado «por odio a la fe» el 10 de febrero de 1928, según aclaró el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Al narrar el origen de la Legión de Cristo, el padre Maciel explica en el libro «Mi vida es Cristo» el papel decisivo que tendría para su vocación el testimonio de José, a quien conocía pues vivían en pueblos cercanos.

La familia de Marcial Maciel, que entonces tenía siete años, había tenido que abandonar la casa de la localidad de Michoacán, Cotija, precisamente a causa de la persecución que se desencadenó en el país contra los católicos tras la promulgación de leyes que negaban el derecho fundamental a la libertad religiosa.

Maciel, que entonces tenía 7 años, recuerda que José le invitó a escaparse con él a la Sierra para unirse a los «cristeros», los católicos que se rebelaron a las imposiciones del Gobierno central que llevaron incluso a la suspensión del culto.

«Pocos días después de su fuga fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo ejemplar», recuerda el fundador.

«Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo», añade.

«Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio –recuerda–. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en cuando se detenían y decían: «Si gritas ‘Muera Cristo Rey'» te perdonamos la vida. «Di ‘Muera Cristo Rey'». Pero él respondía: «Viva Cristo Rey»».

«Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires mexicanos «¡Viva Cristo Rey!»».

«Estas son imágenes imborrables de mi memoria y de la memoria del pueblo mexicano, aunque no se hable muchas veces de ellas en la historia oficial», concluye el padre Maciel.

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ZENIT Staff

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