ROMA, jueves, 24 junio 2004 (ZENIT.org).- El viernes pasado el cardenal Camillo Ruini abrió ante el tribunal diocesano del vicariato de Roma la fase diocesana del proceso de beatificación del matrimonio formado por Lelia Cossidente y Ulisses Amendolagine en presencia de cuatro de sus cinco hijos (uno falleció), Teresa, Francesco, Giuseppe y Roberto, los dos últimos sacerdotes.
De acuerdo con el obispo vicario de Roma, al menos dos razones han hecho ejemplar la vida de los cónyuges: «En primer lugar el modo en que interpretaron la vocación y la misión de educar cristianamente a sus cinco hijos» y «en segundo lugar el ejemplo de vida que ofrecieron durante el período del sufrimiento».
Nacidos los dos en 1893 –Ulisse en Salerno y Lelia en Potenza– se trasladaron con sus respectivas familias a la capital italiana.
Ulisse trabajaba en el Ministerio del Interior y formaba parte de la Tercera Orden Secular de los Carmelitas, mientras que Lelia pertenecía a la Confraternidad del Santo Escapulario.
Se conocieron en 1929. Un año después, el 29 de septiembre de 1930, celebraron el matrimonio en la parroquia de Santa Teresa en el Corso de Italia, administrada por los carmelitas descalzos. La parroquia carmelitana se convirtió en punto de referencia de la nueva familia
«Consolidó el pacto entre esos dos corazones, además de las cualidades humanas, sobre todo el descubrimiento recíproco de una fe que constituyó el punto de fuerza de su unión conyugal», recalcó el cardenal Ruini.
De ello dan testimonio las cartas «a través de las cuales –relata el hijo del matrimonio, Francesco, también esposo y padre– tuve la alegría de reencontrarme como adulto con mis padres, saboreando la profundidad de su fe».
Igualmente lo testimonia la apertura de Lelia y Ulisse a la fecundidad del amor esponsal con sus cinco hijos y la atención constante hacia los demás en sus necesidades no sólo materiales.
Ambos «irradiaron en quienes les rodeaban el sentido divino y de lo sobrenatural haciéndolo concreto en la constante disponibilidad a ayudar y socorrer a quien estaban en necesidad, con discreción y generosidad», apuntó el purpurado.
El «matrimonio consolidado día tras día por la fe» también dio testimonio de ésta en un período de grandes dificultades como fue el de la Segunda Guerra mundial, con bombardeos, hambre y huída de Roma.
Los esposos «redoblaron su confianza en la Divina Providencia», firmes en el apoyo de la oración común, de la celebración eucarística y de la confianza en la protección de María.
Lelia murió el 3 de julio de 1951 después de padecer dos años un tumor. En sus últimos días, según se recordó, susurraba continuamente la última parte del Ave María: «Ahora y en la hora de nuestra muerte». Ulisse, afectado de parálisis, murió el 30 de mayo de 1969. En la tumba de ambos se puede leer el epitafio deseado por el esposo: «Resucitaremos».
Si bien es cierto que la santidad pertenece esencialmente a cada uno, también lo es que «la vida cristiana y familiar fue vivida por los dos Siervos de Dios de forma inseparable», justamente en virtud de su intenso vínculo «enraizado en la gracia del sacramento del matrimonio», observó el cardenal Ruini.
Otro matrimonio romano de la primera mitad del siglo XX, Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi fueron la primera pareja en la historia de la Iglesia en ser elevada a los altares por las virtudes de su vida conyugal y familiar. Fueron beatificados en octubre del 2001 en el contexto de las celebraciones del XX aniversario de la «Familiaris consortio». Tuvieron cuatro hijos: dos sacerdotes, una religiosa benedictina y la última es consagrada laica.
Los padres de Santa Teresa de Lisieux, Zelie y Luis Martin (Francia, segunda mitad del siglo XIX), padres de nueve hijos, fueron declarados venerables en 1994, año internacional de la familia. El 10 de junio del 2003 el cardenal Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Milán, reconoció oficialmente el milagro que podría abrir las puertas a su beatificación: la curación de un niño de un año –con una malformación congénita– ocurrida cuando la urna con las reliquias de Santa Teresa se encontraba en Monza, ciudad natal del pequeño.
Por su parte, la diócesis italiana de Catania inició hace tres años la fase diocesana del proceso de beatificación de Marcello y Anna Maria Inguscio (segunda mitad del siglo XX), padres de dos hijas. Ejemplares en su compromiso en el voluntariado al servicio de los más necesitados, Marcelo era músico y vicedirector del Liceo de Música «Bellini» de Catania, mientras que Anna Maria, de una familia protestante, se había convertido muy joven al catolicismo.