Los organizadores del acontecimiento –más de 80 grupos de la sociedad civil– calculan en un cuarto de millón de personas que marcharon en silencio desde el monumento a la Independencia hasta el Zócalo de la Ciudad de México, centro geográfico, religioso y político de toda la República.
Ahí y en otras ciudades del país se leyeron consignas en contra de la impunidad que ha llevado al país a ser el numero dos de secuestros en el concierto internacional, tan sólo detrás de Colombia. Los asistentes iban vestidos de blanco y la consigna fue «¡Ya basta! de impunidad».
El mitin coincidió con la celebración de la tradicional misa del domingo en la Catedral Metropolitana de la capital, presidida por el Cardenal Norberto Rivera.
Éste, en conferencia de prensa posterior, reconoció la demanda ciudadana por un endurecimiento de las penas que pudiesen enfrentar los delincuentes, sin embargo, se mostró en contra de una de las peticiones de la marcha: la pena de muerte en contra de los secuestradores.
«No estamos de acuerdo en la Iglesia con la pena de muerte», dijo. «Creo que no resolvería nada, se cometerían más injusticias y sería como una venganza contra aquellos que han violado la ley. Yo creo que la violencia nunca se combate con violencia. Es necesario el perdón, es necesaria la reconciliación».
Desde el movimiento estudiantil de 1968 no se percibía una manifestación de silencio tan grande en la capital de México.
Muchos de los ciudadanos ahí reunidos urgían al gobierno federal y al gobierno capitalino –hoy enfrentados en pugnas de carácter político– a ponerse a trabajar de manera conjunta y hacer un frente unido en contra de la delincuencia.
En un hecho que hacía mucho tiempo no se veía, las campanas de la Catedral de México sonaron diez minutos fuera del horario de llamadas a misa, para ejemplificar la unión de la Iglesia católica mexicana con el pueblo y a favor de una paz justa en el país.