Cardenal Kasper: «Desarmar el terror: un papel para los creyentes»

Un debate celebrado en el Encuentro «Religiones y culturas», de la Comunidad de San Egidio

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MILÁN, domingo, 12 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención pronunciada el martes pasado por el cardenal Walter Kasper ante religiosos y exponentes de la culturas de todo el mundo en el debate «Desarmar el terror: un papel para los creyentes». Éste se celebró en el marco del Encuentro «Religiones y culturas» organizado por la Comunidad de San Egidio en Milán (5-7 septiembre).

El cardenal Kasper es presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

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Tras el final de la guerra fría y la caída del muro de Berlín, nació la esperanza de un período de paz y de un desarrollo pacífico y democrático en el mundo. Ahora sabemos que esta esperanza fue del todo ilusoria. El nuevo flagelo de la humanidad y el nuevo desafío planteado a toda la civilización es el terrorismo –junto al hambre y a la pobreza en el mundo. Sin duda ello representa un reto para todos los estados civilizados que verosímilmente marcará todo el siglo que acaba de empezar.

Las causas de este horrible fenómeno son complejas. Ciertamente también los problemas sociales tienen un papel. Pero el terrorismo nunca puede ser justificado con las estructuras de injusticia existentes y con la distribución gravemente injusta de los bienes; éstas, con todo, juegan un papel importante en los intentos de justificación por parte de los terroristas, y son de ayuda para los grupos terroristas en especial pequeños o sirven al menos para ser tolerados por parte de algunos sectores de la población.

Además el debate frecuentemente saca a la luz otro problema, esto es, el vínculo entre terrorismo y religión. Sobre todo en las tres religiones monoteístas, Judaísmo, Cristianismo e Islam, caen sospechas de intolerancia y por lo tanto de ser por lo menos proclives a la violencia a causa de su fe exclusiva –realmente o así entendida– en un Dios único.

Siendo autocríticos y sinceros no podemos simplemente negar todos los ejemplos de la historia que podrían apoyar esta tesis. En el libro que los cristianos llaman Antiguo Testamento y los judíos Tanakh se encuentran muchos textos que hablan de guerras santas y de aniquilación del adversario. Por lo que respecta a la historia de la Iglesia se recuerdan a menudo las cuestiones ligadas a las cruzadas, a las persecuciones sangrientas de los herejes y a las guerras de religión. Finalmente se echa en cara al Islam que se quiera defender con la espada y glorificar la guerra santa contra los infieles. Así que las tres religiones monoteístas tienen motivo para una revisión crítica de la propia historia y para una «purificación de la memoria histórica».

Las tres religiones monoteístas se ven obligadas a enfrentarse igualmente con fenómenos actuales, conocidos y desagradables, como el conflicto en Irlanda del Norte, la política de seguridad de Israel, grupos terroristas de corte islámico. Pero también en las religiones no monoteístas se encuentran grupos intolerantes que están dispuestos a emplear la violencia, por ejemplo en el hinduismo. Quien se interesa de modo más profundo en este fenómeno sabe que los motivos sociales, económicos y políticos son mezclados con motivos religiosos, y que la religión a menudo sirve como cobertura ideológica, y es por lo tanto instrumentalizada. ¿Pero las religiones se oponen con suficiente claridad a esta instrumentalización?

Se trata de fenómenos que no pueden ser negados, y no tiene sentido echar la culpa a los demás. Es una forma en que pelean los niños, cuando discuten sobre quién ha iniciado la disputa y quién ha provocado al otro antes.

Superando este modo infantil de enfrentarse, la cuestión se hace fundamental. Es la pregunta de si los fenómenos descritos son expresión de un desorden de la religión y un abuso reprobable de ésta, o si este aspecto de intolerancia y de inclinación a la violencia que llega a la aniquilación física o a la sumisión violenta del adversario infiel forma parte de la esencia misma de la religión, especialmente de la religión monoteísta.

Una respuesta es posible a tres niveles. Primer nivel: Todas las religiones mencionada pueden referirse a pasajes centrales de sus textos sagrados que prohíben de modo absoluto todo tipo de violencia y específicamente el terrorismo. La regla de oro que dice que no hay que hacer al otro lo que no se desea que se le haga a uno mismo se encuentra de forma diversa en todas las religiones. También el Corán contiene frases que hablan explícitamente de tolerancia. La prohibición de matar del decálogo con la única excepción de la autodefensa directa es de gran importancia. En el Cristianismo se añade el mandamiento del amor hasta el amor al enemigo y la invitación a perdonar. Las tres religiones monoteístas prohíben también el suicidio y excluyen por eso categóricamente los atentados suicidas. Por lo tanto, quien realiza tales atentados suicidas no debería –según los principios del Corán— ser venerado como mártir, sino que debería ser condenado como homicida y delincuente.

Segundo nivel: La prohibición de matar y de cometer suicidio para la tradición judeo-cristiana se fundamenta en el concepto mismo de Dios. Esta tradición es revolucionaria porque antepone a la historia especial de la elección del pueblo de Dios en Génesis 1-11 la historia humana general, y de cada hombre que independientemente de su pertenencia étnica, cultural, religiosa, sexual afirma que ha sido creado a imagen de Dios; por lo tanto Dios pone su mano sobre todos los hombres, porque la sangre de otro no debe ser derramada. La Biblia conoce un solo Dios, pero este Dios único no es un ídolo nacional, sino Señor universal de toda la humanidad; y lo anterior es el motivo de la dignidad de todo hombre. Por lo tanto el terrorismo como negación de la dignidad del hombre es al mismo tiempo una ofensa a Dios. La justificación del terrorismo en nombre de Dios es el abuso más grave del nombre de Dios y su mayor profanación. Y es por lo tanto muy positivo que durante la jornada de oración por la paz de Asís todas las religiones presenten estuvieran de acuerdo en esta declaración.

Tercer nivel: No basta estar de acuerdo solamente en la teoría; la práctica debe corresponder a la teoría. Hoy el terrorismo se ha convertido en una amenaza para toda la humanidad; en el fondo los terroristas pueden golpear por todas partes. No podemos defender la dignidad del hombre y la paz sólo a través de palabras piadosas, debemos defenderla también a través de los hechos. Así que se plantea la cuestión: ¿qué podemos hacer contra el terrorismo? No puede exponer un programa completo, pero puedo aportar algunas indicaciones.

1. La lucha contra el terrorismo internacional tiene necesidad de intervenciones militares y de policía. Las democracias deben estar dispuestas, si es necesario, incluso si esto significara el sacrificio de vidas humanas, a defender con la fuerza su libertad. En la lucha contra el terrorismo no obstante no puede ser utilizado aquello que se condena y se combate en el terrorismo. Por esto en la lucha contra el terrorismo no se pueden anular los derechos humanos fundamentales y utilizar el instrumento de las torturas, que son contrarias a la dignidad del hombre; no se puede hacer una guerra preventiva que revoque las reglas de la guerra justa que valen solamente como «ultima ratio»; no se pueden cometer homicidios selectivos sin un justo proceso precedente. La barbarie del terrorismo no puede hacernos dar marcha atrás respecto a las conquistas de la humanidad civilizada y provocar que nos hundamos en la barbarie.

2. Es necesario cambiar con todas las energías las condiciones que favorecen la expansión del terrorismo y que podrían ser consideradas como una legitimación; esto es, hay que eliminar las injusticias sociales, económicas, políticas, y hay que comprometerse
por un orden mundial más justo, sobre todo en las áreas críticas del mundo.

3. Las religiones se deben despertar, y deben activar los propios recursos espirituales de resistencia a la violencia terrorista. Tal toma de distancia clara y pública del terrorismo es lo que muchos justamente se esperan del Islam. El rasgo profundamente nihilista del terrorismo se puede vencer sólo a través de la afirmación de la actitud fundamental de toda religión, o sea, el profundo respeto. Esto significa tanto la revisión autocrítica de la propia historia como la predicación no de odio, sino de tolerancia, y el respeto de las convicciones ajenas así como la condena consecuente de toda forma de violencia. Las religiones deben arrancar la careta religiosa del rostro de los terroristas para desenmascararles y mostrarles por lo que son verdaderamente, esto es, nihilistas que desprecian todos los valores y los ideales de la humanidad.

Se puede evitar el «clash of civilization» [«choque de civilizaciones». Ndt.] sólo a través del diálogo de las culturas y de las religiones. El diálogo antepone el respeto de la común herencia de todas las religiones, el profundo respeto de lo sagrado; el diálogo sin embargo no significa en modo alguno sincretismo y renuncia de la propia identidad; más bien el diálogo puede llevarse a cabo sólo por interlocutores que tengan cada uno la propia identidad, una identidad que conocen, estiman y por la cual se comprometen a través de las armas del espíritu. Tal unidad de diálogo de las religiones que condena el conflicto físico, pero que no teme el afrontamiento espiritual, es el único camino para la paz en el mundo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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