Llamamiento de los católicos iraquíes al Congreso Eucarístico Internacional

Declaraciones de su representante, el archieparca de Mosul

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GUADALAJARA, martes, 12 octubre 2004 (ZENIT.orgEl Observador).- El archieparca de los católicos sirios en Mosul, Irak, monseñor Basile Georges Camoussa fue el único representante de la Iglesia en su país de este país que participa en el Congreso Eucarístico Internacional que se celebra en Guadalajara.

Ha tenido que regresar a Mosul, duramente castigada por los combates que libran fuerzas de los Estados Unidos y grupos rebeldes atrincherados en la zona.

Antes, pudo hablar con la prensa, en particular con «El Semanario», órgano de la archidiócesis de Guadalajara, que, durante el Congreso, está ofreciendo una edición diaria entre los participantes.

«Quiero dar un grito en este Congreso. Quiero hacer escuchar la voz de los pueblos oprimidos y que todos, principalmente los políticos, la escuchen: que los pueblos no sean madera para quemar en los hornos», dijo el archieparca.

En cuanto a las esperanza que los católicos de Irak tienen en este Congreso, en medio del polvorín en que se ha convertido Oriente Medio, el arzobispo de Mosul expresó su deseo de que el Congreso Eucarístico Internacional «pueda hacernos salir de nosotros mismos, para sentir el sufrimiento de los otros, y para clamar por la causa de todos aquellos que sufren, sobre todo, el clamor del derecho de los pueblos para vivir en paz».

Sobre el tema de la Eucaristía de comunión, que ha sido el tema principal del Congreso, sobre todo en su primera etapa reflexiva y teológica, monseñor Casmoussas subrayó que «la presencia de Cristo no puede ser verdadera en nuestra vida, si nosotros no estamos en comunión con los otros, sobre todo aquellos que sufren más y se encuentran en dificultad».

No obstante el miedo, reconoció el prelado, «yo soy responsable de una Iglesia, y tengo la convicción de que debo permanecer en mi país, porque debemos sostener la fe de nuestro pueblo».

Calificó, finalmente, la voz de la Iglesia católica como san Juan Bautista, «una voz que clama en el desierto». Sin embargo, afirmó, «a mí la voz todavía no se me acaba».

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ZENIT Staff

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