WASHINGTON, sábado, 5 febrero 2005 (ZENIT.org).- La vulnerabilidad de la vida humana fue recordada hace unos días con dos importantes conmemoraciones. En Polonia, el 27 de enero, el sexagésimo aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz nos trajo a la mente una vez más el horror del programa de exterminio del régimen nazi. Y, en Estados Unidos, las organizaciones pro-vida organizaron eventos para recordar la decisión del Tribunal Supremo en 1973 que introdujo el aborto legal en cualquiera de los nueve meses del embarazo.
«Treinta y dos años más tarde, la sentencia judicial que legalizó el aborto persiste, la sangre de los inocentes continúa manchando nuestra constitución», declaraba el cardenal William Keeler en su homilía del domingo 23 de enero en la Basílica de la Capilla Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington. «La pérdida de más de 40 millones de niños no nacidos debería rondar nuestra conciencia nacional».
En muchas zonas, la pérdida de vidas inocentes continúa sin pausa. La BBC informaba el 23 de enero que médicos holandeses admitían haber matado a 22 bebés enfermos terminales desde 1997. No se presentaron cargos contra ninguno de los médicos, a pesar de que la eutanasia de niños es ilegal en Holanda.
Los detalles de las muertes se presentaron en un estudio publicado en la Revista Holandesa de Medicina e implicaba a bebés con casos graves de espina bífida. Un examen sugiere que de 15 a 20 recién nacidos fueron asesinados cada año por los médicos holandeses, pero la mayoría de estos casos pasaron inadvertidos, informó la BBC.
La práctica holandesa de eliminar bebés deformes fue objeto de un artículo, el 26 de diciembre, en el Telegraph de Londres. Eduard Verhagen, jefe de pediatría del Hospital de Groningen, defendió tales acciones, afirmando que administrar veneno a los bebés ofrecía una «opción humana», en vez de forzarles a sufrir. Verhagen decía que el gobierno holandés estaba a punto de formular leyes que permitirían a los médicos realizar eutanasias a bebés.
Pero el obispo católico de Groningen, Wim Eijk, declaró al periódico británico que el estado no tiene derecho a autorizar a los médicos a poner fin a la vida de los niños, que son incapaces de dar el consentimiento para sus propias muertes.
«Para mitigar el sufrimiento»
«Ésta es una pesadilla darwinista y una grave violación de las leyes de Dios, afirmó un portavoz del obispo. «Se está cruzando un límite prohibido hasta el momento en cualquier código. La Eutanasia para niños en circunstancias en las que no es posible buscar o asegurar el consentimiento de los afectados. Es una rampa resbaladiza que dará a los médicos el derecho de imponer la vida o la muerte, y conducirá al argumento de esto se debe extender a todos».
Los miedos de a dónde pueden llevar una relajación de las leyes sobre eutanasia se vieron confirmados por un reportaje del 8 de enero en la Revista Médica Británica. Una investigación de tres años encargada por la Asociación Médica Real Holandesa concluyó que los doctores deberían ayudar a morir a gente que, aunque no estén enfermos físicamente, estén «sufriendo en la vida».
La ley que regula la eutanasia no indica específicamente que el paciente deba tener algún tipo de condición física o mental, sólo que el paciente debe «sufrir desesperada e insoportablemente», observaba el artículo. Pero el Tribunal Supremo en el 2002 dictaminó que el paciente debe tener una «condición física o mental clasificable». La decisión tuvo lugar tras el encausamiento de un médico por ayudar a morir a un paciente de 86 años, que no estaba enfermo sino obsesionado por su declive físico y su existencia «desesperada».
Según Jos Dijkhuis, el profesor retirado de psicología clínica que condujo la investigación, «Vemos que la tarea de un médico es reducir el sufrimiento, por lo tanto no podemos excluir estos casos por adelantado. Debemos mirar más allá para ver si podemos trazar una línea y dónde». Sin embargo, el informe admite que los doctores carecen de suficiente maestría en esta área.
El artículo citaba a Henk Jochemsen, director del Instituto Lindeboom para la Ética Médica, institución anti-eutanasia, que afirmaba que el informe muestra signos peligrosos. De hecho, Jochemsen advertía, «nosotros como sociedad deberíamos decir a las personas que sienten que su vida carece de significado: ‘De acuerdo, sería mejor que se fuera’».
La búsqueda del mejor bebé
Otras declaraciones recientes parecen retrotraernos a la mentalidad de los programas nazis diseñados para mejorar la calidad racial. «Si usted va a tener un hijo, debería tener el mejor hijo que pueda», afirmaba Julian Savulescu durante un seminario en Australia el año pasado.
Según un reportaje del 16 de noviembre en el periódico The Age, Savulescu, profesor de la Universidad de Oxford y del Instituto Murdoch de Investigación para la Infancia, animaba a los padres a usar la tecnología genética para tener el «mejor» bebé posible.
Savulescu especulaba que algún día los padres podrán utilizar estos métodos incluso para seleccionar los rasgos de comportamiento y otras características. Recomendaba que los padres eligieran basándose en lo que juzgasen será «una mejor oportunidad para su hijo».
En Gran Bretaña, la antigua presidenta de Family Planning Association, la baronesa Flaher, recomendaba que los pobres deberían evitar tener muchos hijos, informaba el 5 de diciembre el Times. La baronesa, que ahora es directora de Marie Stopes International, una de las instituciones que más abortos realiza en Gran Bretaña, fue inmediatamente acusada de defender la eugenesia.
En Estados Unidos, crece la popularidad del análisis de embriones para eliminar los que sufren de defectos genéticos. Un reportaje en el Wall Street Journal del 23 de noviembre mostraba que tal análisis es más usado ahora que el seguro médico cubre su alto coste. El diagnóstico genético de preimplantación (DGP) puede costar entre 4.000 y 5.000 dólares, aparte el tratamiento de fertilización in vitro que le acompaña, que cuesta unos 8.000 dólares.
Criar sin defectos
Cerca de 1.500 bebés en el mundo han nacido a través del DGP desde que éste comenzó, según Yury Verlinsky, director del Instituto de Genética Reproductiva, un laboratorio y clínica de fertilidad de Chicago. «El DGP se ha disparado», añadía William Kearns, director del Centro Shady Grove para la Diagnosis Genética de Preimplantación en Rockville, Maryland.
Al otro lado del Atlántico, en Escocia, las parejas pronto podrán obtener el DGP a través del Programa Nacional de Salud, según un reportaje del 19 de diciembre en el periódico Scotland on Sunday. El tratamiento ha sido llevado a cabo por médicos del Glasgow Royal Infirmary para cinco bebés, y el hospital ha pedido financiación pública para tratar a más parejas.
La medida recibió fuertes críticas de Ian Murray, director escocés de la Sociedad para la Protección del Niño no Nacido. «En principio nos oponemos totalmente a este procedimiento y consideramos que es muy triste que el Glasgow Royal Infirmary esté solicitando financiación», declaraba. «No tiene valor terapéutico y sigue el camino de la eugenesia. No hace nada por las personas discapacitadas, sólo mata a quienes tienen discapacidades».
«Hace sesenta años condenamos a los médicos nazis por la eugenesia», afirmaba Murray. «El diagnóstico genético de preimplantación no es mejor».
En un artículo de opinión el 27 de diciembre en el periódico Scotsman, Katie Grant precisaba que el DGP no trata de curar una enfermedad: «La enfermedad se elimina, no con la reparación del gen culpable, sino a través de la creación de embriones, que son analizados, desechando los malsanos e implantando lo
s sanos».
«La idea – criar sin defectos – es eugenesia, pura y simple», escribía Grant, «y poco servicio hacemos a la sociedad y a nosotros mismos recurriendo a eufemismos no por otra razón sino para no ponernos nerviosos por sus connotaciones negativas desde que Hitler la asumiera a gran escala».
Usar la ingenuidad humana para ayudar a las personas a vivir mejor es una meta laudable, comentaba. Pero, preguntaba: «¿Es una función propia de los seres humanos actuar como creador o ejecutor?» Puede ser que no en la práctica, pero se está volviendo cada vez más común.