NUEVA YORK, martes, 15 febrero 2005 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha alertado ante las Naciones Unidas del peligro cada vez más claro de que la comunidad internacional adopte objetivos de desarrollo parciales para las poblaciones en vías de desarrollo, perdiendo la noción auténtica de desarrollo.
El encargado de dar voz a esta preocupación de la Iglesia fue el obispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, al intervenir el 11 de febrero, en la sesión de la Comisión para el Desarrollo Social de Naciones Unidas.
La Comisión analiza los resultados de la Cumbre para el desarrollo celebrada en Copenhague hace diez años, en la que se subrayó «el compromiso de promover una concepción de desarrollo social que fuese «política, económica, ética y espiritual»».
En esta década, señaló el prelado italiano con preocupación, ese concepto «ha perdido esa cualidad de ser un concepto que abarque todo. Los responsables de las naciones, al igual que los especialistas han elegido un enfoque para erradicar la pobreza que se basa sobre todo en el logro de resultados económicos mensurables».
«Ahora bien, si estos indicadores forman parte del compromiso positivo de la comunidad internacional en este sector, corren el riesgo de concentrar los esfuerzos en alcanzar resultados cuantitativos a corto plazo en detrimento de la calidad del trabajo a favor del desarrollo que exige, por el contrario, paciencia, saber compartir, educación y participación».
«Para que el desarrollo pueda despegar es necesario lo que se ha dado en llamar «un gran impulso» [«big push»] en las inversiones públicas».
Tras exponer algunas de las iniciativas de financiación del desarrollo que barajan en estos momentos algunos países, añadió: «el verdadero reto con que nos enfrentamos es el de trabajar concretamente para conseguir resultados económicos positivos que eliminen la pobreza y salvaguarden al mismo tiempo la concepción de desarrollo social de Copenhague».
Si es verdad que «la erradicación de la pobreza se ha convertido en un imperativo moral, sería beneficioso para su realización considerarla, efectivamente, un bien público global prioritario».
Para afrontar este desafío, el obispo consideró que es necesaria «una condición moral»: «la creación, en el ámbito internacional, de un sentido de justicia social que en estos momentos es deficitario», concluyó.