CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 16 febrero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el texto del mensaje de Juan Pablo II enviado al obispo de Coimbra, leído en la tarde del martes durante el funeral por Sor Lucía –la última testigo de las apariciones de la Virgen de Fátima en 1917, fallecida a los 97 años el domingo pasado en el convento carmelita de la localidad portuguesa–, celebrado en la catedral local.
El cardenal Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova (Italia), presidió la misa funeral en calidad de enviado especial de Juan Pablo II.
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Al Venerable Hermano
ALBINO MAMEDE CLETO
Obispo de Coimbra
Con íntima emoción he sabido que Sor Maria Lúcia de Jesús e do Coração Imaculado, a la edad de 97 años, ha sido llamada por el Padre celestial a la morada eterna del Cielo. Ella ha alcanzado así la meta a la que siempre aspiraba en la oración y en el silencio del convento. La liturgia nos ha recordado en estos días que la muerte es herencia común de los hijos de Adán, pero al mismo tiempo nos ha asegurado que Jesús, con el sacrificio de la cruz, nos ha abierto las puertas de la vida inmortal. Recordamos estas certezas de la fe en el momento en que damos el último adiós a esta humilde y devota carmelita, que consagró su vida a Cristo, Salvador del mundo. La visita de la Virgen María, que recibió la pequeña Lucía en Fátima junto a sus primos Francisco y Jacinta en 1917, fue para ella el comienzo de una singular misión a la que se mantuvo fiel hasta el final de sus días. Sor Lucía nos deja un ejemplo de gran fidelidad al Señor y de gozosa adhesión a su voluntad divina.
Recuerdo con emoción los distintos encuentros que tuve con ella y los vínculos de amistad espiritual que con el paso del tiempo se intensificaron. Me he sentido siempre sostenido por el don diario de su oración, especialmente en los momentos duros de la prueba y del sufrimiento. Que el Señor la recompense ampliamente por el gran y escondido servicio que ha hecho a la Iglesia. Amo pensar que quien ha acogido a Sor Lucía en el paso de la tierra al Cielo haya sido precisamente Aquella que ella vio en Fátima hace tantos años. Que la Virgen Santa acompañe el alma de esta devota hija suya al bienaventurado encuentro con el Esposo divino. A usted le confío, Venerado Hermano, la tarea de hacer llegar a las monjas del Carmelo de Coimbra la certeza de mi cercanía espiritual, mientras que, para su consuelo interior en el momento de la separación, imparto una afectuosa bendición, que extiendo a los familiares, a usted, Venerado Hermano, al Cardenal Tarsicio Bertone, mi enviado especial, y a todos los participantes en el sagrado rito de sufragio.
Vaticano, 14 de febrero de 2005,
Juan Pablo II