BUENOS AIRES, viernes, 4 marzo 2005 (ZENIT.org–Aica).- Durante la reciente asamblea plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina (CAL) celebrada en Roma, en la sesión del 19 de enero de 2005 intervino el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio, S.J., miembro de dicho organismo, con una exposición sobre «La homilía dominical en América Latina».
El purpurado planteó una pregunta presentada por el mismo Juan Pablo II: «¿cómo proclamamos la Palabra?, ¿cómo estamos predicando?».
«Si queremos saber cómo estamos predicando debemos ir siempre a ver cómo está el conocimiento y el amor de nuestro pueblo creyente por la Palabra».
«Fue precisamente con la Palabra que nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (Mc 1, 45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (Mc 6, 2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (Mc 1, 27). Fue con la Palabra que los apóstoles, a los que «instituyó para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 14), atrajeran al seno de la Iglesia a todos los pueblos (Cfr. Mc 16, 15-20)», añadió
«Es claro que este conocimiento y este amor no se verifican con la mirada estadística de quien sólo cuenta cuántos asisten a la misa dominical o compran la Biblia… La verificación más bien debe provenir de una mirada de Buen Sembrador», propuso.
«Una mirada de Sembrador que sea una mirada confiada, de largo aliento. El Sembrador no curiosea cada día el sembrado, él sabe que sea que duerma o vele, la semilla crece por sí misma».
«Una mirada de Sembrador que sea esperanzada –añadió–. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. El se juega por la fecundidad de la semilla contra la tentación de apurar los tiempos».
«Una mirada del Sembrador que sea mirada amorosa, de esas que saben cómo es la fecundidad gratuita de la caridad: si bien la semilla parece desperdiciarse en muchos terrenos, donde da fruto lo da superabundantemente».
«De esta mirada brotará una homilía que es, a la vez, siembra y cosecha. Tanto cuando prepara su prédica como cuando dialoga con su pueblo, el Espíritu pone en los labios del predicador palabras que cosechan y palabras que se siembran», reconoció.
«Sintiendo y sopesando en su corazón cómo está el conocimiento y el amor por la Palabra, el predicador ora cosecha un valor que está maduro y muestra caminos para ponerlo en práctica, ora siembra un deseo, una esperanza de más, allí donde encuentra tierra buena, apta para que crezca la semilla», indicó-
«El desafío, pues, que se nos sigue planteando es el de una nueva evangelización», dijo por último.
«El depósito de la fe inculcado por las madres en el corazón de sus hijos a lo largo de los siglos, es fuente viva de nuestra identidad. Identidad que no cambia sino para mejorar hasta que se forme Cristo en nosotros».
«Esta identidad que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos -y predilectos de María- el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera –concluyó–. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura, pero hermosa tarea del que predica el Evangelio».