Religión y derechos humanos

Una nueva alianza

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WASHINGTON, sábado, 5 marzo 2005 (ZENIT.org).- Los analistas de derechos humanos están prestando cada vez más atención a las dificultades que experimentan los creyentes. Al mismo tiempo, las organizaciones religiosas se movilizan cada vez más para ayudar a sus seguidores.

Este fenómeno se analiza en el libro recientemente publicado «Freeing God’s Children: The Unlikely Alliance for Global Human Rights» («Liberar a los hijos de Dios: la alianza inverosímil por los derechos humanos globales), de Allen Hertzke (Rowman & Littlefield Publishers). El profesor de ciencias políticas de la Universidad de Oklahoma concentra su investigación en las organizaciones con sede en Estados Unidos que se movilizan para ayudar a los creyentes perseguidos en cualquier parte del mundo.

Estas organizaciones religiosas utilizan un sofisticado arsenal de tácticas para promover su causa. Se hace presión a través de medidas legislativas, peticiones, protestas, campañas internacionales, y boicots de compras a las empresas que se considera que apoyan a regímenes represivos.

Hertzke da como fecha de inicio de esta tendencia la mitad de los años noventa y la vincula a organizaciones cristianas evangélicas que se aliaron con otras organizaciones. El interés por defender la libertad religiosa también ha creado alianzas entre grupos que normalmente no tendrían nada en común, uniendo, por ejemplo, a evangélicos, judíos liberales, católicos, budistas tibetanos e incluso a algunas feministas.

En el pasado, las organizaciones civiles de derechos humanos, junto con el establishment de prensa y política exterior, tendían a dar poca prioridad a la persecución religiosa, afirma Hertzke. Este vacío dejó una puerta a las organizaciones religiosas, desmintiendo los argumentos de quienes ven una creciente secularización de la sociedad, sostiene.

El cambio geográfico del cristianismo, con un aumento del número de fieles en países en desarrollo, también ha jugado su parte al centrar más la atención en la persecución religiosa. El anglicano típico, observa Hertzke, ya no es un vicario inglés que degusta té, sino una madre africana joven. Y en muchos países en desarrollo hay todavía pocas garantías de libertad religiosa. Junto a esto se da la tendencia a la globalización, que hace más fácil que los activistas occidentales organicen campañas a nivel mundial para defender a sus hermanos perseguidos.

Hertzke también atribuye parte del éxito de las organizaciones de inspiración religiosa a la consolidación de la religión en Estados Unidos. Cerca de la mitad de los americanos pertenecen a alguna iglesia, cifra que supera con creces la participación en cualquier otra forma de asociación, observa. Y es muy probable que los miembros de una Iglesia sean activistas y se impliquen en la vida civil, y que además reciban una preparación organizativa a través de sus actividades de trasfondo religioso.

Política exterior
Una táctica utilizada por las organizaciones de inspiración religiosa es intentar lograr leyes que respalden al gobierno para presionar a los países a que respeten la libertad religiosa. Hertzke pone algunos ejemplos de tales acciones legislativas:

— Gary Haugen, un abogado de derechos humanos que en nombre de Naciones Unidas investigó sobre el genocidio de Ruanda, es cristiano evangélico y fundó la organización International Justice Mission. La documentación de esta organización, y de otras, llevó a que el Congreso aprobara la Ley de Protección al Tráfico de Víctimas de 2000.

— Charles Jacobs creó el American Anti-Slavery Group, que llamó la atención sobre la esclavitud en países como Sudán y Mauritania. La presión de grupos de derechos llevó a la Ley de Paz para Sudán en 2002.

— Las organizaciones de inspiración religiosa con sede en Estados Unidos dieron preeminencia a la información de un médico alemán, Norbert Vollersten, sobre los abusos contra los derechos humanos en Corea del Norte, llevando a la introducción de legislación en el Congreso de 2003.

Otras acciones legislativas recientes incluyen la Ley Internacional de Libertad Religiosa de 1998 que establecía tanto la Comisión sobre Libertad Religiosa Internacional de Estados Unidos como la Oficina para la Libertad Religiosa Internacional en el Departamento de Estado.

Hertzke admite que algunas veces se critica el mezclar política exterior con iniciativas que aseguren una mayor libertad religiosa, por ser unilateral, autosuficiente e inconsistente. Sin embargo, afirma, «este empuje en la política exterior norteamericana refleja únicamente el legado histórico distintivo de la nación, que considera a las sociedades con libertad religiosa como un fundamento crucial para la democracia pluralista».

Algunos rechazan el que Estados Unidos se proponga como ejemplo moral, o temen que esté intentando imponer su propio modelo cultural. Pero Hertzke apunta que es inevitable que se dé algún tipo de liderazgo, dado el preeminente poder económico y militar de Estados Unidos. También rechaza la acusación de que vincular libertad religiosa a la política exterior sea perseguir simplemente los puntos de vista de los conservadores religiosos. De hecho, las iniciativas en este campo han sido respaldadas por una amplia variedad de grupos, incluyendo a anglicanos, budistas, bahabitas y judíos.

El profesor defiende además que es una necesidad de las organizaciones eclesiales el implicarse en la política exterior, como contrapeso necesario a la influencia empresarial. «Hoy en día, la movilización a través de las iglesias constituye el único desafío serio al secuestro periódico de la política exterior por parte de los intereses globales de los negocios. Con frecuencia éstos no tienen reparos en ignorar si sus socios de comercio respetan los derechos humanos».

Contribución católica
Hertzke reconoce los «recursos únicos y formidables» que la Iglesia católica aporta en el campo de la defensa de los derechos humanos. Subraya que Juan Pablo II ha usado su pontificado para defender los derechos humanos y, específicamente, la necesidad de libertad religiosa. Este interés es una característica constante de su vida. Como obispo en Polonia, Karol Wojtyla lideró la resistencia de la Iglesia al comunismo, y fue uno de los autores de la declaración conciliar del Vaticano II sobre libertad religiosa, «Dignitatis Humanae».

Uno de los católicos norteamericanos más destacados en la lucha por la libertad religiosa es Nina Shea, directora del Centro para la Libertad Religiosa en la Freedom House, en Washingtong. Shea, informa Hertzke, afirma que muchos cristianos están sufriendo hoy por su fe más que en cualquier otra época de la historia.

Una gran preocupación de Shea durante los años noventa fue la persecución de cristianos en China. Otros países como Vietnam y Sudán también han atraído su atención en los últimos años. Shea también ha sido un ejemplo de cómo se han forjado alianzas entre las iglesias. El Centro para la Libertad Religiosa siguió la situación de los protestantes, budistas y otros, tanto como la de los católicos. El libro de Shea, «In the Lion’s Den» («En la guarida del león»), vendió más de 50.000 ejemplares a finales de los noventa. Se publicó en una editorial baptista del sur y fue promovido ampliamente a través de entrevistas en radios evangélicas.

Voces judías
Hertzke destaca también la participación cada vez mayor de judíos que ejercen presión a favor de la libertad religiosa, y en defensa de los cristianos. La cooperación entre organizaciones judías y cristianas se remonta a los años setenta, cuando ambos se unieron para defender a los judíos perseguidos en la Unión Soviética.

En años recientes, los judíos se han destacado en su ayuda a los cristianos. Charles Jacobs, por ejemplo, fundó el American Anti-Slavery Group, con sede en Bosto
n, que ha sido muy activo en la defensa de los cristianos en Sudán. Abe Rosenthal, antiguo editor y columnista del New York Times, ha alzado su voz en defensa de los cristianos que sufren bajo regímenes comunistas e islámicos. Y Michael Horowitz, del Hudson Institute con sede en Washington, ha escrito y presionado en defensa de los cristianos y de otros creyentes.

Otros capítulos del libro detallan los complicados procesos para lograr la aprobación de leyes por parte del Congreso y relatan las campañas como la realizada a favor de Sudán. Hertzke observa que, para entender la actual política de Estados Unidos en temas de derechos humanos, es necesario en primer lugar tener una idea de la importancia de la religión en la vida de los norteamericanos.

Indica que los años de investigación que le ha llevado el libro le han enseñado que la fe religiosa y el altruismo cuentan mucho más de lo que creen los estudiosos de ciencias políticas, que se concentran en fuerzas impersonales. La mayor presencia religiosa en las esferas política y diplomática también ha sido positiva, remediando la tendencia a pasar por alto la importancia de las iglesias y los creyentes, mantiene Hertzke. Y la influencia de la religión en los derechos humanos parece que será un factor constante en los próximos años.

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ZENIT Staff

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