CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 7 marzo 2005 (ZENIT.org).- El presidente de la región eclesiástica de Granada ha estado estos días en Roma participando en una peregrinación compuesta por más de mil personas de distintas diócesis andaluzas, y Zenit ha aprovechado para conversar con él sobre la salud de Juan Pablo II, así como sobre temas que afectan de cerca de su gobierno pastoral, como la relación con el Islam, o el laicismo en España.
Monseñor Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada , es doctor en Filología y Semítica por la Universidad Católica de América (Washington) y miembro de distintos consejos pontificios, entre ellos el Consejo de la Cultura y el Consejo para los Laicos.
–¿Qué le suscita el Papa en su situación actual de enfermo?
–Monseñor Martínez: Para mí es imposible no vincular lo que el Papa esta viviendo con el Año de la Eucaristía. Veo el testimonio de una ofrenda que prolonga la vida de Jesucristo y nos invita a todos a dar testimonio.
El Papa es el testimonio vivo de que un lecho en el hospital puede ser perfectamente un altar en el que uno sigue ofreciéndose.
El Papa no hace nada que no sea lo que ha hecho siempre: dar la vida para que los hombres conozcan a Jesucristo. Lo hará mientras esté aquí y lo expresará mientras lo pueda expresar.
Este momento de la Iglesia no es menos fecundo que otros. Es un momento de fragilidad en el que brilla más el poder de Dios.
–¿El mundo comprende esta situación de fragilidad en la que brilla más el poder de Dios?
–Monseñor Martínez: El mundo entiende lo que entiende, sobretodo las instancias, que tienen sus intereses y cálculos. Pero los hombres de corazón sencillo captan ese mensaje perfectamente.
En el Papa, su ministerio coincide de tal manera con su humanidad que incluso los más alejados de la Iglesia pueden reconocer en esa humanidad la gracia de Dios.
Te puedes encontrar católicos que sólo viven para la política del cálculo y en cambio paganos que lo entienden. Algo parecido le pasó al Señor, a veces le entendían mas los de lejos que los de cerca…
–Usted nació en Madrid, ha vivido en Jerusalén, Washington, Córdoba, Toledo, Granada y ahora nos encontramos en Roma… ¿esta visión internacional en qué le ayuda?
–Monseñor Martínez: Me ayuda a situar ciertas circunstancias que vive la Iglesia especialmente en un marco global y menos parroquial, en el mal sentido de la palabra.
Doy gracias a Dios porque tuve que comenzar mi ministerio episcopal a la intemperie, mi primer trabajo fue en la universidad con los jóvenes, nos encontrábamos por los pasillos y en las cafeterías.
Esto me enseñó a no temer al mundo, a saber que la Iglesia se hace en un encuentro que puede suceder en un autobús o en la calle. Es un don específico que el Señor me ha hecho en este momento de la historia.
–Como filólogo, teólogo, filósofo… ¿no tiene la sensación de que la Iglesia privilegia un lenguaje demasiado intelectual?
–Monseñor Martínez: La Iglesia es demasiado poco intelectual: en muchos sectores prevalece una manera de exponer el cristianismo profundamente abstracta, pero nada intelectual. Es un formalismo a veces muy vacío. Y mire, no hay nada mas intelectual, serio y profundo que la pregunta de un adolescente: «¿Qué demonios pinto yo aquí? ¿Quién me quiere?».
El Papa es un maestro con un magisterio profundamente intelectual pero profundamente humano, se dirige a la inquietud, a la sorpresa, el amor, la amistad… a la persona concreta. Lo otro son abstracciones y pamplinas.
–¿Qué aspecto de Don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación a quien usted conoció, le ha marcado más profundamente?
–Monseñor Martínez: Yo no sé separar al Papa Juan Pablo II de Don Giussani, en mi vida son dos figuras muy paralelas, me han enseñado que la clave y la consistencia de lo humano es Jesucristo.
Conocí a don Giussani en Ávila en un curso organizado por un grupo de sacerdotes. El curso se llamaba «Verdad de Dios; verdad del hombre». Cuando vio el cartel dijo: «Este es el lema de toda mi vida».
No hay nada humano que no este hecho para Cristo y para ser configurado con Cristo. Él ha venido para hacer posible la relación, para vivir de verdad esta vida. Para que la otra vida tenga sentido es necesario vivir esta vida al 101 por ciento, es lo que hace concebible esperar la vida eterna.
–El Islam ha formado parte de Granada en el pasado, y también ahora. ¿Cómo se articulan las relaciones entre cristianos y musulmanes?
–Monseñor Martínez: Granada es una frontera no sólo entre el Islam y el mundo occidental sino también entre tradición y postmodernidad. Una frontera puede ser un lugar que divide o que une, permite escucharse, tener afecto a lo que es diferente.
Yo como cristiano quisiera que todos los hombres pudieran vivir como hermanos. En ese sentido deseo el bien de los musulmanes en Granada. No deseo que sean peores o menos musulmanes, sino que se acerquen a Dios. En la medida en la que los hombres nos acercamos a Dios también nos acercamos los unos a los otros.
Pido a Dios que nunca, ni cristianos ni musulmanes, pongamos a Dios al servicio de nuestros intereses políticos o de clase. A Dios se le adora, se le da gracias y se le ama.
El objetivo de la esperanza es Dios. Dios trabaja los corazones de los hombres, nos pide dar testimonio de su amor y lo ha hecho la Iglesia en distintas circunstancias.
–¿Le preocupa el laicismo español?
–Monseñor Martínez: El laicismo español tiene mucho de resentimiento, y el resentimiento con frecuencia es fruto de experiencias malas de frustración. Es evidente que la Iglesia, la Eucaristía y la existencia del pueblo cristiano es el único obstáculo y punto de resistencia ante el poder que tiene la pretensión de ser totalitario. Y, en ese sentido, estorba.
A mi no me han preocupado nunca los enemigos exteriores de la Iglesia, me preocupa la fragilidad de la fe de los cristianos, la secularización y la falta de sentido eclesial de la comunidad cristiana. Es nuestra fragilidad en la relación con Jesucristo, la mediocridad pavorosa de nuestra fe.
Y mientras esta sea la tónica de vida de muchos en nuestra Iglesia y la esperanza se ponga en los medios del mundo y no en Jesucristo, seguiremos generando laicismo y abandono de la fe por descrédito. Estamos en Cuaresma: preocupémonos de nuestra conversión.