CUDAD DEL VATICANO, miércoles, 9 marzo 2005 (ZENIT.org).- Para superar los difíciles momentos que está atravesando Georgia, Juan Pablo II recomienda a esta antigua República soviética un prudente equilibrio entre «las exigencias de la unidad» y «el respeto de las legítimas diversidades».
Desde su habitación en el Policlínico Gemelli el Papa ha enviado esta propuesta a la nueva embajadora de Tiflis, la princesa Khétévane Bagration de Moukhrani, nacida en 1954, en Francia, en el seno de una antigua familia real en el exilio.
Georgia está todavía conmocionada tras el anuncio a inicios de febrero de la muerte de su primer ministro, Zurab Zhvania, intoxicado por gas según la versión oficial, y del supuesto suicidio un funcionario de la presidencia, Georgui Jelashvili.
Las dos trágicas noticias han sido recibidas con escepticismo por sectores de la población de este país, que en noviembre de 2003 vivió la «Revolución de las Rosas», en la que la joven oposición liderada por Mijaíl Saakashvili, de 37 años, y Zhvania, de 41, derrocó al presidente Eduard Shevardnadze, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética.
«Desde que Georgia emprendió el camino de la independencia y de la reconstrucción nacional, ha tenido que afrontar muchos y con frecuencia durísimos desafíos, que han puesto a prueba la generosidad y el espíritu de sacrificio de los ciudadanos en el servicio al bien común», reconoce el mensaje pontificio.
El texto fue entregado este miércoles por el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, a la princesa Khétévane al recibir sus cartas credenciales en el Vaticano.
«Además de la difícil tarea de instituir sólidas estructuras políticas y económicas, los georgianos han tenido que afrontar el compromiso de mantener firme el sentido de la unidad, con apertura hacia la comunidad europea e internacional», añade.
«Como ha demostrado la experiencia de muchas naciones en los últimos veinte años, sólo se pueden afrontar estos desafíos con un sabio y prudente equilibrio entre las exigencias de la unidad y el respeto de las legítimas diversidades», afirma el Papa.
«Por tanto –reconoce Juan Pablo II–, la necesidad más apremiante que se advierte es el desarrollo de un sólido modelo de unidad en la diversidad, firmemente anclado en la experiencia histórica del país, pero abierto al enriquecimiento que surge del diálogo y de la cooperación con los demás».
«El mundo de hoy», afirma el obispo de Roma, «nos desafía a conocernos y respetarnos mutuamente en la diversidad de nuestras culturas. Sólo de este modo se abrirá el camino, a todos los niveles de la vida social, económica y cultural, a un futuro de solidaridad, de comprensión y de paz».