El «Compendio de la doctrina social de la Iglesia», según el cardenal Martino

Presentación del presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 10 marzo 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la presentación que ha realizado el cardenal Renato R. Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz del recién publicado «Compendio de la doctrina social de la Iglesia». El volumen de 525 páginas está en estos momentos en proceso de traducción al castellano. Por el momento se ha editado en inglés e italiano.

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Esta obra se inició hace cinco años, bajo la presidencia de mi venerado predecesor el cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân. La enfermedad y, más tarde, la muerte del cardenal Van Thuân, así como el consiguiente cambio de presidencia en el Consejo pontificio Justicia y paz, produjeron un inevitable retraso en el trabajo.

La elaboración del «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» no fue una tarea fácil. Los problemas más complejos que se afrontaron fueron fundamentalmente cuatro: el hecho de que se trataba de elaborar un texto sin precedentes en la historia de la Iglesia; la formulación de algunas complejas cuestiones epistemológicas inherentes a la naturaleza de la doctrina social de la Iglesia; y el deseo de ofrecer una enseñanza que resistiera el paso del tiempo, en una fase histórica caracterizada por cambios sociales, económicos y políticos muy rápidos y radicales.

El «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» brinda un cuadro completo de las líneas fundamentales del «corpus» doctrinal de la enseñanza social católica. El documento, fiel a las autorizadas indicaciones que el Santo Padre Juan Pablo II dio en el número 54 de la exhortación apostólica «Ecclesia in America», presenta «de manera completa y sistemática, aunque de forma sintética, la doctrina social, que es fruto de la sabia reflexión del Magisterio y expresión del compromiso constante de la Iglesia, en fidelidad a la gracia de la salvación de Cristo y en amorosa solicitud por el destino de la humanidad» («Compendio», n. 8).

El «Compendio» tiene una estructura sencilla y clara. Después de una «Introducción», siguen tres partes:

La primera, que consta de cuatro capítulos, trata sobre los presupuestos fundamentales de la doctrina social: el designio amoroso de Dios con respecto al hombre y a la sociedad, la misión de la Iglesia y la naturaleza de la doctrina social, la persona humana y sus derechos, y los principios y valores de la doctrina social.

La segunda, que consta de siete capítulos, trata sobre los contenidos y los temas clásicos de la doctrina social: la familia, el trabajo humano, la vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, el medio ambiente y la paz.
La tercera, muy breve —consta de un solo capítulo—, contiene una serie de indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles laicos.

La «Conclusión», titulada «Para una civilización del amor», resume la idea de fondo de todo el documento.

La obra se completa con amplios índices, utilísimos y fáciles de consultar.

El Compendio tiene una finalidad precisa y se caracteriza por algunos objetivos claramente enunciados en la Introducción, que reza así: «Se presenta como instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan a nuestro tiempo; como guía para inspirar, en el ámbito individual y en el colectivo, comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como subsidio para los fieles en la enseñanza de la moral social» (n. 10).

Asimismo, es un instrumento elaborado con el objetivo preciso de promover «un nuevo compromiso capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo y adecuado a las necesidades y a los recursos del hombre, y sobre todo al anhelo de valorar, con formas nuevas, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas a la evangelización del ámbito social, porque «todos los miembros de la Iglesia participan de su dimensión secular» (Christifideles laici, 15)» (ib.).

Un dato que conviene poner de relieve, pues se halla presente en varias partes del documento, es el siguiente: el texto se presenta como un instrumento para alimentar el diálogo ecuménico e interreligioso de los católicos con todos los que buscan sinceramente el bien del hombre. En efecto, en el número 12 se afirma: «Este documento se propone también a los hermanos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, a los seguidores de las otras religiones, así como a los hombres y mujeres de buena voluntad que se interesan por el bien común».

En efecto, la doctrina social, además de dirigirse de forma primaria y específica a los hijos de la Iglesia, tiene un destino universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la sociedad, ilumina a todos los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de captar la profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta doctrina, así como la carga de humanidad y humanización de sus normas de acción.

Evidentemente, el «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» atañe ante todo a los católicos, porque «la primera destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos sus miembros, dado que todos tienen que asumir responsabilidades sociales. (…) En las tareas de evangelización, es decir, de enseñanza, catequesis y formación, que suscita la doctrina social de la Iglesia, está destinada a todo cristiano, según las competencias, los carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de cada uno» (n. 83).

La doctrina social implica, asimismo, responsabilidades relativas a la construcción, organización y funcionamiento de la sociedad: obligaciones políticas, económicas, administrativas, es decir, de índole secular, que corresponden a los fieles laicos de modo peculiar, en virtud de la condición secular de su estado de vida y de la índole secular de su vocación; mediante esas responsabilidades los laicos ponen en práctica la doctrina social y cumplen la misión secular de la Iglesia.

En la elaboración del «Compendio» se planteó constantemente la cuestión relativa a la situación de la doctrina social de la Iglesia en el mundo de hoy. Al formular la respuesta, se consideró que no convenía seguir el camino de un simple análisis sociológico o una enumeración de prioridades sociales o problemas emergentes. Más bien, se creyó oportuno que el «Compendio» constituyera un instrumento serio y riguroso adecuado para realizar el discernimiento —acto cognoscitivo eclesial y comunitario— tan indispensable hoy. El discernimiento cristiano se funda en la lectura de los signos de los tiempos, realizada a la luz de la palabra de Dios y del «corpus» de verdades que el Magisterio ha constituido como doctrina social de la Iglesia, con la finalidad de orientar la praxis comunitaria y personal. Así se llega al centro mismo de la doctrina social de la Iglesia, a su íntima naturaleza de «encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias (…) con los problemas que derivan de la vida de la sociedad» (Congregación para la doctrina de la fe, instrucción «Libertatis conscientia», 72). El «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» presenta la doctrina social de la Iglesia como una enseñanza que nace del discernimiento, que ella misma es discernimiento y está orientada al discernimiento.

Desde esta perspectiva de fondo, el «Compendio» tiene como finalidad favorecer un discernimiento capaz de afrontar algunos desafíos decisivos y de gran importancia.

El desafío cultural
El primer desafío es el del ámbito cultural, que la doctrina social afronta aprovechando su dimensión interdisciplinar constitutiva. Mediante su doctrina social, la Iglesia «proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el ho
mbre, aplicándola a una situación concreta» («Sollicitudo rei socialis», 41). Así pues, es evidente que, sobre todo con vistas al futuro, la doctrina social deberá desarrollar cada vez más su dimensión interdisciplinar («La doctrina social […] tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación»: «Centesimus annus», 59).

La dimensión interdisciplinar no es una añadidura, sino una dimensión intrínseca de la doctrina social de la Iglesia, porque está íntimamente vinculada a la finalidad de encarnar la verdad eterna del Evangelio en los problemas históricos que debe afrontar la humanidad. La verdad del Evangelio debe encontrarse con los saberes elaborados por el hombre, porque la fe no es ajena a la razón; los frutos históricos de la justicia y la paz maduran cuando la luz evangélica se filtra y penetra en las culturas, respetando las autonomías recíprocas, pero también las conexiones analógicas entre fe y saberes. Cuando el diálogo con las diversas disciplinas del saber se hace íntimo y fecundo, la doctrina social de la Iglesia logra cumplir su misión de estimular nuevos proyectos sociales, económicos y políticos que tengan como centro a la persona humana, en todas sus dimensiones.

Conviene notar que la dimensión interdisciplinar, orientada teológicamente, puede responder a dos exigencias fuertemente sentidas por la cultura de hoy. La cultura actual rechaza cualquier sistema «cerrado», pero al mismo tiempo busca razones. La doctrina social de la Iglesia no es «un sistema cerrado» («Libertatis conscientia», 72), y no lo es por dos motivos: porque es histórica, es decir, «se desarrolla en función de las circunstancias cambiantes de la historia» (ib.), y porque tiene su origen en el mensaje evangélico (cf. ib.), que es trascendente y, precisamente por esta razón, es la principal «fuente de renovación» (Pablo VI, «Octogesima adveniens», 42) de la historia. La dimensión interdisciplinar permite a la doctrina social orientar sin ser un sistema, y no ser un sistema sin desorientar.

El desafío de la indiferencia ética y religiosa
El segundo desafío es el que proviene de la situación de indiferencia ética y religiosa, y de la necesidad de una renovada colaboración interreligiosa. En el ámbito social, los aspectos más importantes de la indiferencia generalizada son la separación entre ética y política, y la convicción de que las cuestiones éticas no pueden aspirar a un estatuto público, no pueden constituir el objeto de un debate racional y político, porque serían expresiones de opciones individuales, incluso privadas. La separación entre ética y política, por extensión, tiende a aplicarse también a las relaciones entre la política y la religión, relegada a asunto privado.

En este ámbito, la doctrina social de la Iglesia tiene hoy y en el futuro próximo una ardua tarea por desempeñar, una tarea que se puede cumplir mejor si se realiza en diálogo con las confesiones cristianas y también con las no cristianas. La colaboración interreligiosa será uno de los itinerarios de valor estratégico para el bien de la humanidad, decisivo en el futuro de la doctrina social. Contemplando con la mirada de la sabiduría cristiana los acontecimientos de finales del siglo XX e inicios del milenio que acaba de comenzar, se puede descubrir, guiados por el Santo Padre, al menos un ámbito histórico de importancia prioritaria para el diálogo interreligioso sobre los temas sociales. Se trata del tema de la paz y los derechos humanos.

De todos son conocidas las múltiples y apremiantes intervenciones del Papa sobre este tema. Basta repasar los discursos que ha dirigido Juan Pablo II en estos veintiséis años de pontificado al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede para darse cuenta de cuán frecuentes e insistentes son sus llamamientos a una colaboración entre las religiones mundiales en favor de la paz, con el «espíritu de Asís». Me limito aquí a citar un texto del «Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002». Escribe el Santo Padre: «Las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano. Se trata de un campo concreto del diálogo y de la colaboración ecuménica e interreligiosa, para que las religiones presten un servicio urgente a la paz entre los pueblos» (n. 12: «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 8).

El terreno de los derechos humanos, de la paz, de la justicia social y económica, del desarrollo, en el futuro próximo, ocupará cada vez más el centro del diálogo interreligioso, en el que los católicos deberán participar con su doctrina social, entendida como «corpus doctrinal» que estimula pero que también se alimenta de «la actividad fecunda de millones y millones de hombres, que (…) se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso en el mundo» («Centesimus annus», 3).

El desafío pastoral
El tercer desafío es específicamente pastoral. El futuro de la doctrina social de la Iglesia en el mundo actual dependerá de que se comprenda cada vez mejor que esa doctrina está arraigada en la misión propia de la Iglesia; que nace de la palabra de Dios y de la fe viva de la Iglesia; y que es expresión del servicio que la Iglesia presta al mundo, en el que la salvación de Cristo se ha de anunciar con palabras y obras. Es decir, se debe comprender cada vez mejor que esa doctrina está relacionada con todos los aspectos de la vida y de la acción de la Iglesia: sacramentos, liturgia, catequesis y pastoral. La doctrina social de la Iglesia, que «forma parte esencial del mensaje cristiano» (ib., 5), debe ser conocida, difundida y testimoniada. Cuando, de cualquier modo, se pierde la conciencia viva de esta «pertenencia» de la doctrina social a la misión de la Iglesia, esa doctrina social es instrumentalizada en función de varias formas de ambigüedad o de parcialidad.

Quiero recordar aquí la famosa expresión: «La doctrina social cristiana es parte integrante de la concepción cristiana de la vida», con la que el beato Papa Juan XXIII, en la encíclica «Mater et magistra» (n. 206), abría el camino, hace ya muchos años, a las sucesivas, importantes y profundas precisiones de Juan Pablo II: «La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia» («Sollicitudo rei socialis», 41); la doctrina social, «instrumento de evangelización» («Centesimus annus», 54), «anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre» (ib.).

Esa doctrina podrá cumplir tanto mejor su servicio al hombre dentro del entramado de la sociedad y de la economía cuanto menos se reduzca a un discurso sociológico o político, a exhortación moralizadora, a «ciencia del vivir bien» («Redemptoris missio», 11), o a simple «ética para situaciones difíciles» y, por el contrario, cuanto más sea conocida, enseñada, vivida y encarnada, en toda la plenitud de su «unión vital con el Evangelio del Señor» («Sollicitudo rei socialis», 3).

Para concluir la presentación del «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» con estas reflexiones sobre el papel de la doctrina social de la Iglesia en el mundo actual ante las nuevas exigencias de la evangelización, quisiera poner de relieve una doble dimensión de la presencia de los cristianos en la sociedad, una doble inspiración que nos viene de la doctri
na social misma y que en el futuro exigirá que se viva cada vez más en síntesis complementaria.

Me refiero, por una parte, a la exigencia del testimonio personal y, por otra, a la exigencia de un nuevo proyecto para un auténtico humanismo que implique las estructuras sociales. Nunca se han de separar ambas dimensiones, la personal y la social. Yo albergo la gran esperanza de que el «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» haga madurar personalidades creyentes auténticas y las impulse a ser testigos creíbles, capaces de modificar los mecanismos de la sociedad actual con el pensamiento y con la acción.

Siempre hay necesidad de testigos, de mártires y de santos, también en el ámbito social. Los Sumos Pontífices a menudo han hecho referencia a las personas que han vivido su presencia en la sociedad como «testimonio de Cristo Salvador» («Centesimus annus», 5). Se trata de todos los que la «Rerum novarum» consideraba «muy dignos de elogio» (n. 41) por haberse comprometido a mejorar, en esos tiempos, la condición de los obreros; de ellos la «Centesimus annus» dice que «han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad» (n. 23). «A impulsos del magisterio social, se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso en el mundo. Actuando individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y organizaciones, han constituido como un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad» (ib., 3).

Son los innumerables cristianos, en su mayoría laicos, que «se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida» («Novo millennio ineunte», 31). El testimonio personal, fruto de una vida cristiana «adulta», profunda y madura, no puede por menos de contribuir también a la construcción de una nueva civilización, en diálogo con las disciplinas del saber humano, en diálogo con las demás religiones y con todos los hombres de buena voluntad, para la realización de un humanismo integral y solidario.

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ZENIT Staff

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