Caminando en la cuerda floja de las relaciones Iglesia-Estado

El Papa presenta algunas directrices

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ROMA, 12 marzo 2005 (ZENIT.org).- Mientras en las últimas semanas el mundo centra su mirada en la salud de Juan Pablo II, su propia atención se centra en un tema de gran preocupación: las relaciones Iglesia-Estado. Un mensaje con fecha del 11 de febrero enviado al arzobispo de Burdeos, monseñor Jean-Pierre Ricard, presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, planteaba algunos puntos sobre este tema.

La carta fue enviada tras la conclusión de la visita quinquenal de los obispos franceses a Roma durante el pasado año. El Papa observaba que la ley francesa de 1905, que reemplazó el Concordato de 1804, «fue un evento doloroso y traumático para la Iglesia en Francia» (No. 2).

Juan Pablo II hacía notar que la ley de 1905 «relegaba el factor religioso a la esfera privada y rechazaba el reconocimiento del lugar de la vida religiosa y la institución de la Iglesia en la sociedad». Añadía, además, que, desde 1920, el gobierno francés había dado algunos pasos para mejorar la situación.

Francia, continuaba, abraza el principio de la laicidad («laïcité»). La Iglesia, apuntaba, también está convencida de la necesidad de separar los papeles de la Iglesia y el Estado, siguiendo la prescripción de Cristo, «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Lucas 20:25). De hecho, el Concilio Vaticano II explicaba que la Iglesia no se identifica con ninguna comunidad política ni está limitada por lazos con ningún sistema político. Al mismo tiempo, tanto la comunidad política como la Iglesia sirven a las necesidades de las mismas personas y este servicio se llevará a cabo de modo más efectivo si hay cooperación entre ambas instituciones.

Esta cooperación ha seguido mejorando en Francia, comentaba el Papa, «hasta el punto de que en los últimos años se ha creado un foro de diálogo al más alto nivel» (No. 4). Esto ha permitido que se desarrollen las relaciones en un clima de respeto mutuo. Juan Pablo II también invitaba a los católicos franceses a participar en la vida pública.

Hablar claro
El Papa también observaba que es necesario dar espacio a la religión en la sociedad francesa de modo que «no se caiga en el sectarismo que podría convertirse en una amenaza para el mismo estado» (No. 6). Esto podría conducir a un aumento de la intolerancia y a dañar la coexistencia de los grupos que forman la nación.

Con este fin, continuaba el Pontífice, se debe permitir a los cristianos hablar en público y expresar sus convicciones durante los debates democráticos, «desafiando al estado y a sus compañeros ciudadanos sobre sus responsabilidades como hombres y mujeres, especialmente en el campo de los derechos humanos fundamentales y del respeto por la dignidad humana, por el progreso de la humanidad, pero no a cualquier precio, por la justicia y la equidad, así como por la protección de nuestro planeta».

Y el Papa no dejó pasar la ocasión sin volver a un tema constante en los últimos años, la necesidad de dar un lugar en el continente europeo a los valores cristianos. «El cristianismo formó en gran medida los rasgos de Europa», escribía. «Es tarea de la gente de hoy construir una sociedad europea sobre los valores que prevalecieron cuando nació y que son parte de su riqueza» (No. 5).

Mantener la libertad
El 24 de enero, el Papa se dirigió a un grupo de obispos españoles durante su visita a Roma. Habló de la propagación de la ideología laicista en la sociedad de aquel país «que lleva gradualmente, de forma más o menos consciente, a la restricción de la libertad religiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública» (No. 4). Además, «No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental», añadía el Santo Padre.

El Papa también insistía en que es necesario que los católicos busquen «el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según la voluntad divina». Y les animaba a ser testigos valientes de su fe en los diferentes ámbitos de la vida pública.

Fe y práctica
El año pasado, Juan Pablo II también tocó las relaciones Iglesia-Estado en su discurso a un grupo de obispos de Estados Unidos el 4 de diciembre. Dirigiéndose a los prelados de las provincias eclesiásticas de Louisville, Mobile y Nueva Orleáns, el Papa les animaba a que hicieran una prioridad pastoral del ayudar a los laicos a combinar armoniosamente los deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que tienen como miembros de la sociedad humana.

Citando la «Lumen Gentium», No. 36, el Santo Padre afirmaba que los hombres y mujeres laicos, tras recibir una catequesis adecuada y una formación continua, han de tener clara su misión «para extender el Reino de Dios, a través de su actividad secular, ‘de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz’» (No. 3).

Por eso, es necesario que los fieles reciban instrucciones claras sobre sus deberes como cristianos, y sobre su obligación de actuar de acuerdo con la enseñanza autorizada de la Iglesia, añadía el Papa. Y para quienes objetan que tal instrucción tiene un tono excesivamente político, Juan Pablo II establece claramente: «Aun respetando plenamente la separación legítima de la Iglesia y el Estado en la vida americana, esta catequesis debe también dejar claro que para el fiel cristiano no puede haber separación entre la fe que es para ser vivida y ponerla en práctica y su compromiso de participación total y responsable en la vida profesional, política y cultural» (No. 3).

Juan Pablo II urgía además a los obispos a que dieran prioridad a esta área en su trabajo. «Dada la importancia de estos temas para la vida y misión de la Iglesia en su país, les animaría a considerar el inculcar los principios doctrinales y morales subrayando el apostolado de los laicos como esencial en su ministerio de maestros y pastores de la Iglesia en América».

Modelo europeo
La necesidad de reforzar los valores espirituales y morales en la sociedad civil fue también el tema de un reciente documento publicado por la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea. El 25 de febrero, el comité ejecutivo de la COMECE hizo público un borrador de debate sobre el tema de la renovación de la estrategia de Lisboa de la Unión Europea. La estrategia de Lisboa tiene como fin afrontar reformas que tienen que ver con materias relacionadas con las políticas sociales y de bienestar.

Los obispos europeos observaban la necesidad de una mayor atención a los valores espirituales en la construcción de la Unión Europea. «Se presta todavía demasiada poca atención a la promoción de una conciencia de estar enraizados en una tradición religiosa y cultural y a la comprensión de la historia europea», afirmaban.

La estrategia de Lisboa no menciona el término «espíritu», y sólo lo hace en término de reforzar el espíritu empresarial. «Europa puede producir individuos dinámicos y excepcionales si se forman en una educación cultura y religiosa consciente de la historia de Europa», añadían los obispos.

«Los europeos parecen haber perdido también sus sentido de lo que es santo, trascendente y ceremonial», observaban los prelados. De hecho, «es deprimente ver que en muchas partes de Europa, los domingos e incluso las fiestas religiosas y nacionales se han vuelvo días ordinarios de trabajo y de compras». La religión, defendía el documento de los obispos, puede jugar un papel importante en la consolidación del modelo social europeo. Ahora más que nunca, defienden, la sociedad secular necesita que la religión le eche una mano.

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ZENIT Staff

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