ROMA, martes, 22 marzo 2005 (ZENIT.org).- Si la justicia estadounidense no lo impide, la agonía de Terri Schiavo tendrá lugar en el décimo aniversario de la firma de la «Evangelium Vitae», la encíclica de Juan Pablo II «sobre el carácter inviolable de la vida humana», en particular, sobre las últimas fases de su existencia.
«El caso Schiavo demuestra que aquel documento fue profético», explica el padre Thomas Williams, L.C., decano de Teología del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» en Roma.
«El Santo Padre acuñó la expresión «cultura de la muerte» para referirse a la tendencia de la sociedad moderna a despreciar la inviolable dignidad de la vida humana –aclara el teólogo–. El caso Schiavo ilustra las preocupaciones de Juan Pablo II porque las personas humas sean más valoradas por su utilidad y «calidad de la vida» que por su dignidad inherente».
De hecho, en la encíclica, el Santo Padre escribe que «estamos aquí ante uno de los síntomas más alarmantes de la «cultura de la muerte», que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar, caracterizadas por una mentalidad eficientista que presenta el creciente número de personas ancianas y debilitadas como algo demasiado gravoso e insoportable», afirmaba el Papa en el número 64.
El padre Williams, estadounidense, añade que el problema se plantea de manera incorrecta. «No se trata de los padres de Terri tengan razón y de que su marido no la tenga», aclara. «El problema está en dar a una persona el poder sobre otra vida. La sociedad no debe permitir que la vida o la muerte de una persona se pongan en la balanza de los sentimientos que los demás sienten por ella. Toda vida humana debe ser defendida y protegida por la ley, no por lo que significa para los demás, sino por lo que es en sí misma».
Juan Pablo II firmó la encíclica «Evangelium Vitae» el 25 de marzo de 1995, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando el ángel anunció a María que concebiría a Jesús.
En su documento, el Papa distingue entre eutanasia –«una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor»– y «ensañamiento terapéutico», –«ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia»– (número 65).
El padre Williams explica que «esta distinción es sutil pero sumamente importante desde un punto de vista moral. El caso de Terri Schiavo no tiene nada que ver con tratamientos desproporcionados para mantener la vida de una persona cueste lo que cueste, sin tener en cuenta los sufrimientos que estas medidas pueden provocar. Estamos hablando de la atención más básica que consiste en proporcionar agua y alimentación. Terri no es una enferma terminal, pero si se le quita el tubo que le permite alimentarse y recibir hidratación será condenada a muerte de hambre y de sed».
En la «Evangelium Vitae», el Santo Padre condena la eutanasia con términos durísimos: «De acuerdo con el Magisterio de mis predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal».
«El Papa nos alienta a llamar a las cosas por su nombre», añade Williams. «Y la eutanasia, independientemente de sus motivos, siempre es un homicidio: la deliberada eliminación de una vida humana inocente».
El decano subraya: «si matar a otra persona con su consentimiento es siempre moralmente equivocado, hacerlo sin su consentimiento es todavía más grave. En 1995, el Santo Padre alertó ante la tentación de quienes se arrogan la autoridad para decidir quién debería vivir y quién debería morir. Nos recordó que esta autoridad pertenece sólo a Dios».
Juan Pablo II escribió: «La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura como un homicidio que otros practican en una persona que no la pidió de ningún modo y que nunca dio su consentimiento».
«El Santo Padre no sólo denunció los males de la cultura de la muerte», afirma el padre Williams. «Indicó también el camino de una auténtica cultura de la vida. Nos alienta a reafirmar nuestro compromiso de vida y a ser solidarios con los que sufren. Cuando la gente se da cuenta de que es apreciada por la sociedad como una persona preciosa e irrepetible, y no como un peso que hay que cargar, con frecuencia encuentran la fuerza para cargar su cruz con alegría».
«Nuestra fe cristiana nos enseña que el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra –concluye el padre Williams–. A través de su cruz y resurrección, Cristo triunfó sobre la muerte y nos abrió a todos las puertas de la vida eterna».