CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 marzo 2005 (ZENIT.org).- El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, bautizó a cinco adultos durante la Vigilia Pascual que presidió en la Basílica de San Pedro en el Vaticano en nombre de Juan Pablo II.
El Santo Padre se hizo presente entre los fieles que llenaban el templo con un mensaje leído al inicio de la celebración en el que, tras asegurar que seguía la celebración desde su apartamento, pedía oraciones para que los hombres y las mujeres de hoy puedan creer en la resurrección de Cristo.
«Pidamos al Señor Jesús que el mundo vea y reconozca que, gracias a su pasión, muerte y resurrección, lo que estaba destruido se reconstruye, lo que era viejo se renueva y se hace más bello que antes, volviendo a su integridad originaria», afirmaba el texto.
El Papa dirigió «un saludo especial» a los cinco adultos que recibieron los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, procedentes de Perú, Italia, Japón y República Democrática del Congo.
«Verdaderamente extraordinaria es esta noche, en la que la luz deslumbrante de Cristo resucitado vence definitivamente a la potencia de las tinieblas del mal y de la muerte, y vuelve a encender en los corazones de los creyentes la esperanza y la alegría», reconoció el mensaje pontificio.
La vigilia, que duró unas tres horas, comenzó en el atrio de la Basílica de San Pedro con la bendición de fuego y la iluminación del cirio pascual.
En su homilía, el cardenal Ratzinger subrayó que «Cristo es la luz; Cristo es camino, verdad y vida; siguiendo a Cristo, teniendo fija la mirada de nuestro corazón en Cristo, encontramos el buen camino».
«Seguir a Cristo significa ante todo estar atentos a su palabra», añadió el purupurado alemán.
«La participación en la liturgia dominical semana tras semana es necesaria para todo cristiano precisamente para entrar en una auténtica familiaridad con la palabra divina», afirmó Ratzinger.
«El hombre no vive sólo de pan, de dinero o de la carrera –aclaró–, sino de la palabra de Dios que nos corrige, nos renueva, nos muestra los auténticos valores fundamentales del mundo y de la sociedad».
«Seguir a Cristo implica estar atentos a sus mandamientos, resumidos en el doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos», añadió el decano del Colegio cardenalicio.
«Seguir a Cristo significa tener compasión por los que sufren –insistió–, tener un corazón por los pobres; significa tener la valentía de defender la fe contra las ideologías; tener confianza en la Iglesia y en la interpretación y aplicación de la palabra divina para las circunstancias actuales».
«Seguir a Cristo implica amar a su Iglesia, su cuerpo místico. Si caminamos así, encendemos pequeñas luces en el mundo, rompemos las tinieblas en la historia», concluyó.