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Mar 16, 2005 00:00
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 16 marzo 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje ha enviado Juan Pablo II al presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, el cardenal Renato Raffaele Martino, con motivo de la Conferencia convocada en Roma para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II «Gaudium et spes», que tiene lugar en el Vaticano entre el 16 y el 18 de marzo.
Al vernerado hermano
señor cardenal Renato Raffaele Martino,
presidente del Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz
1. Con una oportuna iniciativa el Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz ha promovido junto a algunas instituciones académicas internacionales una conferencia especial para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. El tema del simposio es estimulante: «El llamamiento a la justicia. La herencia de la "Gaudium et spes" cuarenta años después».
Al hacerle llegar mis mejores deseos a usted, venerado hermano, y a cuantos participan en el encuentro, no puedo dejar de subrayar la particular importancia que tiene este aniversario para el Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, que fue instituido para dar cumplimiento a la voluntad expresada por los padres conciliares en ese documento (Cf. «Gaudium et spes», 90). En estos años el Consejo Pontificio ha desempeñado una importante acción para profundizar y desarrollar las enseñanzas del Concilio en materia de justicia y de paz, mereciéndose el reconocimiento de toda la comunidad eclesial.
2. El tema presentado en el simposio, «El llamamiento a la justicia», llama la atención sobre el desafío ante el que se encuentra constantemente la Iglesia, comprometida en recordar a todo creyente la necesidad de interpretar las realidades sociales a la luz del Evangelio (Cf. «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 62). En ocasiones, los enormes progresos de la ciencia y de la tecnología pueden llevar a olvidar cuestiones fundamentales de justicia, a pesar de la aspiración común a una mayor solidaridad entre pueblos y a una estructuración más humana de las relaciones sociales (Cf. «Gaudium et spes», 63; «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 213-214).
La triste permanencia de conflictos y las repetidas manifestaciones de violencia en muchísimas partes del mundo constituyen la prueba por contraposición de la inseparable relación que existe entre justicia y paz, según la fundamental enseñanza propuesta con valiente claridad en la «Gaudium et spes» (Cf. n. 78). En este sentido, deseo reafirmar una vez más que la paz es obra de la justicia: nace de hecho de ese orden sobre el que el divino Fundador quiso que fuera edificada la sociedad humana. Por tanto, ¿cómo es posible no alentar a aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que ponen todo su empeño por crear condiciones de una mayor justicia en el mundo? (Cf. «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 495, 498). La paz auténtica sobre la tierra comporta, de hecho, la firme determinación de respetar a los demás, individuos y pueblos, en su dignidad, y la constante voluntad de incrementar la fraternidad entre los miembros de la familia humana (Cf. «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 194).
3. Pero la «Gaudium et spes» no reduce a esto su enseñanza: en ella, el Concilio afirma que la paz «es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar… Por lo cual, se llama insistentemente la atención de todos los cristianos para que, viviendo con sinceridad en la caridad (Efesios 4, 15), se unan con los hombres realmente pacíficos para implorar y establecer la paz» («Gaudium et spes», 78).
Dicho con otras palabras: el tema de la justicia no agota la Doctrina Social de la Iglesia. Es necesario no olvidar nunca la virtud del amor que lleva al perdón, a la reconciliación y que anima el compromiso cristianos a favor de la justicia. De todos modos, es indudable que el tema de la justicia es fundamento de todo recto orden social.
4. He pedido al señor cardenal Angelo Sodano, mi secretario de Estado, que se haga portavoz de estos pensamientos y que transmita a usted, venerado hermano, y a todos los participantes en esta conferencia mi aprecio por los nobles propósitos que constituyen la base del encuentro sobre ese importante documento conciliar.
Con estos sentimientos, invoco sobre quienes participan en el Simposio la guía y la iluminación del Espíritu Santo. Estoy convencido de que las sesiones de estos días contribuirán a dar a entender que «a medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor» («Novo millennio ineunte», 57).
Mientras confío a la materna protección de la Virgen María a los organizadores, relatores y participantes en la conferencia, les envío a todos con afecto la bendición apostólica, prenda de alegría y de paz en el Señor.
Vaticano, 15 de marzo de 2005
IOANNES PAULUS II
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]