Ordenado obispo el tataranieto Padre de la Patria cubana

Monseñor Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal

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PINAR DEL RÍO, jueves, 9 junio 2005 (ZENIT.org).- «He experimentado la mano de Dios en mi vida», reconoció monseñor Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal, en la ceremonia de su ordenación episcopal en la catedral de Pinar del Río (Cuba), el 4 de Junio, día del Inmaculado Corazón de María.

Monseñor de Céspedes, tataranieto de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, hasta ahora vicario general de la Diócesis de Pinar del Río y asesor de la revista «Vitral» desde su fundación, es el nuevo pastor de la diócesis isleña Matanzas, por decisión de Benedicto XVI.

A pesar de que los ómnibus planificados nunca llegaron, muchos matanceros pudieron venir desde aquella provincia hermana para unirse a centenares de pinareños y habaneros que inundaron la catedral y los jardines.

Al filo de las diez de la mañana una larga y solemne procesión de sacerdotes y obispos entró cantando a la Catedral el himno: «Una luz en la oscuridad, un arroyo de agua viva, un cantar a la esperanza, quiere ser tu Iglesia…»

Entre los presentes se encontraba monseñor Felipe Estévez, obispo auxiliar de Miami, quien vino para testimoniar que los cubanos católicos son un mismo pueblo a ambos lados del mar que les une y separa.

Monseñor José Siro González Bacallao, fue el consagrante principal y por tanto presidió la Santa Misa, a su lado los arzobispos de La Habana y Santiago de Cuba, que fueron los co-consagrantes.

Monseñor Siro en su homilía, trazó los rasgos fundamentales de la misión y el talante de un obispo: padre, hermano y amigo.

Luego dejó una última recomendación al nuevo obispo: «¡Cuidado, no creerte por encima de los demás, de no colocarte lejos de tu pueblo! Tú eres sobre todo un cristiano y un servidor entre los demás hombres y mujeres que te han sido encomnendados y de todo el pueblo cubano».

Al final de la misa el nuncio apostólico, el arzobispo Luigi Bonazzi, expresó que la Iglesia cubana toda se enriquecía con este nuevo don de un obispo.

El Señor Jesús ha dicho que «por sus frutos los conoceréis», añadió, por tanto podemos decir que la Diócesis de Pinar del Río es uno de esos árboles con profundas raíces, azotados por vendavales y ciclones de todo tipo, pero todo lo que está marcado por la cruz, siempre da frutos de redención.

«¡Ánimo!», dijo el Nuncio a los cubanos, citando palabras del Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pablo al referirse al martirio que había marcado el siglo XX.

Monseñor agradeció con la palabra más típica de los pinareños: «¡Alabao!», es decir, «alabado» sea Dios por todas las veces que a lo largo de su vida había sentido y palpado la Mano de Dios en su vida.

Recordó a sus padres y sus hermanos, la educación de los Padres Maristas, de la Juventud Estudiantil Católica que le enseñó que la fe hay que vivirla encarnada y actuante en los ambientes de la sociedad, así como la Universidad de Mayagüez donde se convirtió en ingeniero eléctrico.

Recordó también el Seminario en Caracas y su labor sacerdotal en el barrio de Petare en los cerros de aquella capital. Luego, su regreso a la Patria y su servicio de casi 20 años en la Diócesis de Pinar del Río, siendo la mano derecha, el amigo, el hermano del obispo Siro, a quien expresó su más sentida gratitud.

«La Iglesia de Matanzas gana un nuevo pastor y la Iglesia de Pinar gana también, porque quien da y entrega, se enriquece al dar…porque el que pierde su vida, la ganará», explica en una crónica enviada a Zenit Dagoberto Valdés, director de la revista «Vitral».

«La Iglesia cubana crece con un nuevo obispo cuyo perfil pastoral es de pleno y sacrificado compromiso con una presencia encarnada profética y servicial de la Iglesia metida en medio de los gozos y esperanzas, de las alegrías y las penas de su pueblo, de nuestro pueblo», añade Valdés.

«Cuba crece al tener un pastor sencillo, cercano, con fuerte criterio propio, con deseos de ser “una ofrenda permanente” en el presente y el futuro de la nación», concluye.

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ZENIT Staff

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