LONDRES, sábado, 25 junio 2005 (ZENIT.org).- Aunque las sociedades occidentales son ahora más ricas en términos materiales, la gente no es más feliz por ello. Éste es el argumento del libro del economista británico Richard Layard: «Happiness: Lessons from a New Science» («Felicidad: Lecciones de una Nueva Ciencia»), publicado este año por Allen Lane.
En Estados Unidos, en Gran Bretaña o en Japón, la gente en general no es más feliz de lo que era hace 50 años, afirma Layard. Y esto ocurre a pesar de que los ingresos medios se han más que duplicado, hay más vacaciones, los fines de semana laborables son más cortos, y la gente vive más y tiene mejor salud, declara el autor. Y cita abundantes datos que respaldan estas afirmaciones.
El libro comienza recordando la figura de Jeremy Bentham, filósofo británico del siglo XVIII conocido por su idea de que la mejor sociedad es la que produce la cantidad mayor de felicidad. Layard observa que las ideas de Bentham han tenido una gran influencia, pero que a lo largo del tiempo la búsqueda de la felicidad suele degenerar en un individualismo desenfrenado. Como remedio Layard sostiene que necesitamos renovar el concepto de búsqueda de la felicidad añadiéndole la idea de bien común, evitando así el excesivo individualismo.
La propuesta de Layard de la felicidad, que sigue la estela de Bentham, y su énfasis en las sensaciones emocionales o psicológicas carecen de una dimensión moral profunda., Es útil, sin embargo, el análisis hecho en el libro de cómo la sociedad moderna y materialista no ha logrado satisfacer las aspiraciones de la gente.
No de sólo pan
Layard, que ha dado clases en la London School of Economics, explica que según la teoría económica el comportamiento egoísta combinado con los mercados perfectamente libres conducirá a una mayor felicidad, como también conducirá a la mejor distribución posible de los deseos y los recursos. «Este punto de vista de la felicidad nacional es el que ha dominado el pensamiento y los pronunciamientos de los líderes de los gobiernos occidentales», observa.
Es cierto que la gente deplora la pobreza extrema, reconoce Layard. Pero una vez que se resuelven las necesidades básicas, hay más en la vida que la prosperidad material, sostiene. La gente quiere también otras cosas, como la seguridad y la capacidad de confiar en los demás.
De hecho, es en los países pobres donde los datos muestran una relación positiva entre riqueza y aumento de la felicidad. Los ingresos extra son una gran mejora para la gente que es verdaderamente pobre, dice Layard.
En las naciones de mayores ingresos la situación es diferente. Por ejemplo, entre la población más rica, e incluso entre la población más pobre, una cuarta parte cada una del total de Estados Unidos, los niveles de felicidad no han cambiado en las últimas décadas, a pesar del notable aumento de renta para ambos grupos, indicaba Layard. En Europa, donde los estudios sobre la felicidad sólo comenzaron a partir de 1975, hay una leve tendencia ascendente en la felicidad para algunos países, pero baja en otros. En general, el aumento en felicidad es pequeño si se compara con los cambios en los niveles de ingresos.
A quienes se muestran escépticos con las encuestas de opinión, Layard les responde citando estudios que han seguido a las mismas personas durante un periodo de tiempo muy largo. La conclusión es la misma: no llegaron a ser más felices aunque se hicieron más ricos.
Una noria
Layard también sostiene que la falta de correlación entre riquezas y felicidad se muestra en los datos relacionados con la depresión clínica y el alcoholismo. La depresión clínica – es decir, circunstancias bien definidas y no sólo el sentirse miserable por un corto espacio de tiempo – ha aumentado en las últimas décadas en Estados Unidos. Y el alcoholismo también está en alza, tanto en Estados Unidos como en Europa. La incidencia de suicidios, especialmente entre los jóvenes, ha aumentado también en algunas naciones occidentales en los últimos años.
El libro examina algunos factores que están detrás de la falta de una felicidad creciente. Comparamos constantemente nuestro bienestar económico con el de otros, observa Layard, así el crecimiento económico que afecta a todos por igual puede dejarnos sin un aumento de nuestro contento. Luego está lo que él denomina la «noria hedonista», por la que nos acostumbramos a nuevas posesiones y necesitamos aún más para sentir una sensación de contento.
Si los factores económicos no son los principales determinantes de nuestra felicidad, ¿de qué depende entonces? Layard considera la influencia de la infancia, incluyendo la importancia de una familia unida. Muchos estudios, afirma, muestran que los niños sufren cuando sus padres se divorcian.
El autor cita más adelante evidencias de que en nuestra felicidad en la vida adulta influye una combinación de factores. Nuestra situación financiera juega una parte. Otros elementos importantes incluyen el ambiente del trabajo, la calidad de las relaciones familiares y de las amistades, y el estado de salud. Asimismo, son factores clave el grado de libertad personal y la clase de valores personales que tenemos. En cuanto a este último punto, los estudios muestran que la gente que cree en Dios es más feliz.
Demasiado que elegir
En un libro publicado por Eco el año pasado se hacía un análisis similar sobre los defectos de la prosperidad material, «The Paradox of Choice: Why More is Less» (La Paradoja de la Elección: Por qué más es menos). El autor, Barry Schwartz, profesor de teoría social en el Swarthmore College, reflexionaba sobre el dilema de los consumidores modernos enfrentados con una desconcertante variedad de opciones.
En un supermercado local, Schwartz encontró no menos de 85 variedades de galletas crujientes que elegir. El establecimiento también tenía 285 variedades de galletas (incluyendo 21 con trocitos de chocolate), 85 tipos de zumos y 75 clases de té helado. Y, para no dejarla fuera, la sección de cosmética presentaba 116 tipos de cremas para la piel y 360 tipos de champú.
Y las opciones se dan también en el mundo académico. No hace muchos años, los primeros años de la universidad seguían un curso bien definido de estudios obligatorios, con relativamente pocas opciones. Hoy, sin embargo, son posibles cientos de opciones y combinaciones. La Universidad de Princeton ofrece no menos de 350 cursos que satisfacen los requisitos generales de educación.
Schwartz observa que la libertad y la autonomía son una parte importante de nuestro bienestar. Pero la constante necesidad de elegir – sea entre carreras, lugares donde vivir o productos que comprar – también trae consigo un estrés. Y, como Layard, indica que una mayor riqueza y más opciones no traen necesariamente una mayor felicidad.
El corazón humano
Análisis sociales aparte, la religión tiene algo que decir sobre la felicidad. La gente tiene un deseo natural por la felicidad, observa el Catecismo de la Iglesia Católica, en el No. 1718. Pero este deseo es de origen divino y sólo Dios lo puede satisfacer. «Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza» (No. 1719).
Y muchos de los problemas de la «noria hedonista» son bien conocidos por los cristianos bajo el término más tradicional de vicios capitales, como la envidia y la avaricia (No. 1866).
Más adelante, el Catecismo recuerda cómo se advierte a los seguidores de Cristo contra un apego excesivo a las riquezas materiales (Nos. 2544-2547). El deseo de la verdadera felicidad, es decir, en Dios, «aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios» (No. 2548). El «Bienaventurados los pobres de esp
íritu» sigue siendo un principio válido para alcanzar la felicidad, en este mundo y en el venidero.