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Santo Padre:
¡Bienvenido a su tierra, bienvenido a Alemania!
Todos los aquí reunidos le damos nuestra más cordial bienvenida. Nos alegramos de que esté usted entre nosotros. Nos alegramos de este su primer viaje a Alemania. Es un día de júbilo para todos nosotros.
La Jornada Mundial de la Juventud a la que ha invitado usted a participar a los jóvenes del mundo es un acontecimiento maravilloso. Me parece extraordinario que tengamos entre nosotros a tantos jóvenes.
Nos emociona especialmente, y lo digo también como cristiano protestante, que un alemán, es decir, uno de los nuestros, ocupe la silla de Pedro. Se lo reitero hoy aquí en su tierra: Le deseamos para su eminente cargo todo lo mejor y la bendición de Dios.
Su elección como Papa reviste importancia histórica: Tras el Papa de Polonia, que fue el primer país invadido por Alemania en la Segunda Guerra Mundial, ha sido elegido como sucesor de San Pedro alguien que forma parte de la llamada generación de los «niños de la defensa antiaérea». Que esto haya sucedido me da confianza, sesenta años después del final de la ideología contraria al ser humano y a Dios que imperó en Alemania. Ello también se ha entendido en todo el mundo como signo de reconciliación y hoy puedo contar que, tan sólo unos minutos después de su elección, el primero que me llamó para felicitarnos fue el presidente polaco Kwaśniewski.
Santo Padre:
Hace pronto cincuenta años que inició usted su carrera académica muy cerca de aquí, en la Universidad de Bonn, como jovencísimo catedrático de teología. Su manera de interpretar la fe entusiasmó a sus oyentes y desde entonces su prestigio en el mundo científico no ha dejado de crecer. Para usted la fe y la teología no han sido nunca un tema propio de círculos académicos ajenos al mundo. Siempre ha velado usted por que las manifestaciones centrales de la profesión de fe sean a la vez relevantes para la cultura secular y la política.
Lógicamente ello había de provocar desacuerdos. Pero usted con razón prefiere el desacuerdo a la indiferencia. Pues también los dogmas de la fe han de ser la sal de la tierra. Y así ha ocurrido que estudiosos de todo el mundo hayan buscado el diálogo justamente con usted, entre ellos, no hace mucho tiempo, su coetáneo Jürgen Habermas.
Pienso que también supone un reconocimiento para la teología alemana y, más aún, para el conjunto de las humanidades alemanas, el hecho de que haya sido elegido para ocupar la «cathedra Petri» alguien de entre sus filas, alguien procedente del mundo de la cátedra.
En 1992, al ingresar en la prestigiosa Academia de Ciencias Morales y Políticas del Instituto de Francia como sucesor del gran Andrei Sajarov, dijo usted lo siguiente acerca de él: Fue más que un conspicuo estudioso, fue un gran hombre. En su persona concurren igualmente la erudición y la sabiduría. Y así es como las personas, mucho más allá de la Iglesia Católica, buscan y encuentran en usted una autoridad moral.
Santo Padre:
Viene usted a un país en el que las Iglesias cristianas desempeñan un papel vivo. Me alegro de que así sea.
Estoy pensando por ejemplo en la labor de las asociaciones juveniles católicas y evangélicas. Hoy en día se les suele reprochar a los jóvenes falta de compromiso o fijación en su propio ego. Obviamente, estas críticas no pueden ir dirigidas contra los muchos miles de monitores juveniles que, a título puramente honorífico, se responsabilizan de niños o jóvenes de su misma edad en distintas organizaciones, como los Scouts, la Federación Alemana de Organi¬zaciones Infantiles y Juveniles Católicas o el CVJM/YMCA. En este tipo de organizaciones muchos jóvenes experimentan el inestimable valor del compromiso con el prójimo y lo grati¬ficante que puede ser.
Precisamente a través del trabajo juvenil de las Iglesias los jóvenes vivencian valores y ejercitan una conducta responsable que es vital para la sociedad en su conjunto. La orientación por la que tanto se clama hoy en día solo puede emanar de quien está orientado. Tengo la impresión de que el trabajo juvenil de las Iglesias hace un gran bien y, más aún, resulta indispensable.
En su compromiso social las Iglesias se guían por una determinada imagen del ser humano. Es la imagen del ser humano que no se inspira en el pragmatismo ni el materialismo. Nos dice: No sólo de pan vive el hombre. Y sólo es por y a través del otro que el ser humano llega a sí mismo. La libertad, la personalidad y la solidaridad van unidas. Así lo enseña con razón la Doctrina Social Católica. Por eso la labor caritativa y diaconal de las Iglesias es mucho más que un taller de reparaciones sociales.
En ese compromiso siempre se manifiesta a la vez una exhortación política: A saber, no abandonar a su suerte a los débiles, a los enfermos, a los moribundos, a los perdedores de la competencia. Todos los llamamientos a la solidaridad realmente sólo adquieren fuerza de convicción a partir del compromiso efectivo, del efectivo amor al prójimo.
En las Iglesias de nuestro país ese efectivo amor al prójimo y el empeño en pro de una sociedad justa son, así lo constato una y otra vez, muy notables. Los laicos que se entregan con total dedicación y entusiasmo al voluntariado merecen por ello precisamente el ánimo y aliento de las cúpulas eclesiásticas, y la gratitud de todos nosotros.
Santo Padre:
Viene usted a la Jornada Mundial de la Juventud a la cual había invitado a participar a los jóvenes del mundo su predecesor, el inolvidable Juan Pablo II. La Jornada Mundial de la Juventud se proyecta como signo de esperanza. La solidaridad que demuestran los jóvenes de todo el mundo puede hacer mucho bien. Nos hace cobrar conciencia de la responsabilidad que asumimos frente a este nuestro mundo único, compartido por todos.
Pero sé que la Jornada Mundial de la Juventud no se ocupa primordialmente de programas de acción o discusiones teóricas. Su terreno es la espiritualidad, la experiencia espiritual, la oración y la celebración de la fe. La transformación, la verdadera transformación, siempre presupone el cambio del corazón. Con su espíritu abierto y su búsqueda de orientación esos cientos de miles de jóvenes nos transmiten precisamente también a nosotros los mayores una señal de esperanza y de confianza. Estos días pasados yo mismo ya lo he experimentado así.
Justamente en los tiempos que corren, tiempos en que muchas personas sienten miedo ante el terror y la violencia que se cometen por motivos supuestamente religiosos, es bueno experimentar la fe y la religión como caminos hacia la paz y la humanidad. Santo Padre, usted mismo se ha referido reiteradamente a la existencia de «patologías», extravíos de la religión —inclusive en el Cristianismo—, del mismo modo que existen extravíos de la razón ilustrada. Ambas, la religión y la razón, deben corregirse y purificarse mutuamente de forma permanente, como usted dice.
Espero que esta Jornada Mundial de la Juventud convocada por usted dé al mundo una señal muy clara de una fe humana, una fe proyectada hacia el ser humano. De una fe a la que no le resultan indiferentes el mundo y los seres humanos, de una fe que da testimonio de que todos somos hijos de Dios en este mundo único y compartido
Una vez más: ¡Bienvenido, Papa Benedicto!
[Traducción del original en alemán distribuido por los organizadores de las Jornadas Mundiales de la Juventud]