ROMA, sábado, 27 agosto 2005 (ZENIT.org).- Un libro publicado este año analiza la aportación hecha por Juan Pablo II a la cultura de la paz. «Papal Diplomacy: John Paul II and the Culture of Peace» (Diplomacia Papal: Juan Pablo II y la Cultura de la Paz) ha sido escrito por Bernard O’Connor, sacerdote de la diócesis de Antigonish, en Nova Scotia, que trabaja actualmente en la Congregación para las Iglesias Orientales del Vaticano.
El libro incluye una selección de alocuciones al cuerpo diplomático así como discursos a embajadores y a las Naciones Unidas. El material se divide en cuatro capítulos, precedidos cada uno por una introducción en la que el padre O’Connor subraya lo que él considera las principales aportaciones a la cultura de la paz contenidas en los documentos. El libro termina con un ensayo del sacerdote sobre el papel de Juan Pablo II en la diplomacia internacional.
En la introducción, el padre O’Connor observa que Juan Pablo II utilizó constantemente la frase «cultura de la paz» en sus discursos sobre temas internacionales. Esto refleja «la convicción del Papa de que el proceso diplomático es intrínsecamente capaz de reforzar las más profundas aspiraciones de la humanidad».
Pero no es un ideal abstracto. Más bien, esta paz es una consecuencia de los esfuerzos de la humanidad en promover una comunidad y una solidaridad globales. Los pilares de esta comunidad son la cooperación, el diálogo, la reciprocidad, y el compromiso por la irreemplazable dignidad de toda persona.
La introducción a cada capítulo enumera algunos de los rasgos de la cultura de la paz contenidos en los documentos. En el primer capítulo, que contiene las alocuciones a los cuerpos diplomáticos, están:
— Una cortesía natural. Los mensajes comienzan siempre con un saludo y contienen expresiones de gratitud.
— Un desafío disciplinado. Juan Pablo II advierte a los diplomáticos que el diálogo por la paz no es fácil y es análogo al comerciante bíblico que busca perlas finas.
— Transformación de la voluntad. La seguridad viene de elecciones nacidas de la voluntad. La cultura de la paz exige que la voluntad se guíe por la racionalidad.
— Sed de libertad. La evolución hacia la libertad no es algo automático. La libertad está ligada a la verdad y a la justicia.
— Resistir la tentación de abandonar la esperanza. No debemos desesperarnos. La cultura de la paz es testigo de la capacidad de la humanidad para confortar el dolor y consolar la pena.
— Atención a la responsabilidad moral. El estado tiene obligaciones morales hacia la cultura de la paz: transparencia en la administración; imparcialidad; uso justo y honesto de los fondos públicos; rechazo de medios ilícitos. La cultura de la paz no acepta una filosofía utilitarista que permita el uso de cualquier medio, o ignore el valor intrínseco de las personas.
— El imperio de la ley. La ley da a cada persona lo que se debe y lo que merece en justicia.
— Estar receptivos ante los beneficios ofrecidos por la religión. El Papa rechazaba los esfuerzos por confinar las iglesias únicamente a la esfera de lo religioso. La religión tiene un regalo que hacer al desarrollo social.
— Estructurar prioridades. Los dilemas de la humanidad no son excusa para la pasividad. La humanidad debe dar la cara a sus problemas y utilizar sus recursos para superar los obstáculos.
— Asegurar el diálogo. Los gobiernos necesitan tener estructuras que permitan el diálogo con las comunidades de creyentes. El llamamiento al diálogo, junto con los medios formales de ponerlo en práctica, es crucial para la perspectiva de paz del Papa.
Reciprocidad
El capítulo, que engloba discursos a los embajadores que presentaban sus credenciales, contiene otra selección de rasgos, a saber:
— Reciprocidad constructiva. Esta reciprocidad se concibe como un foro en el que los estados se informan unos a otros de sus necesidades y preocupaciones. También es un foro en el que pueden hacerse esfuerzos para mejorar el mundo.
— Solidaridad y responsabilidad. Esto implica un compromiso ético hacia quienes están en necesidad. Hay obligación de contener las amenazas internas y externas a la dignidad del hombre.
— Puesta al día de una perspectiva heredada. El concepto de derechos humanos es antiguo, pero necesita ser revisado a la luz de los actuales problemas, en particular la necesidad de establecer un orden jurídico que pueda regular los asuntos internacionales.
— Aceptar a la gente. La ayuda internacional no debe pasar por alto la forma en que un país quiere salvaguardar los deseos de su gente. Lo que es intrínseco a la identidad de un pueblo no puede ser atacado o borrado.
— Pluralismo. La postura no confesional de un estado y la garantía de libertad religiosa para sus ciudadanos no excluyen acuerdos con la Santa Sede sobre cuestiones específicas.
— Un espíritu humanista en política exterior. El Papa elogia la tolerancia y la generosidad. La cultura de la paz necesita ser consciente del bien común y estar atenta a las necesidades de las minorías y de quienes tienen necesidad económica.
— Un clima de confianza. La resolución de problemas surge no sólo del proceso de diálogo, sino de la confianza que imbuye dicho diálogo. El delicado equilibrio entre los reinos espiritual y secular puede mantenerse cuando está presente la confianza.
— Cuestiones cruciales y profundas. Una cultura de la paz no desdeña la vida e invita a la comunidad internacional a sondear cuestiones como la distribución de los recursos, la solidaridad humana, y la visión que subyace a los programas y políticas.
— Rechazo de la coacción. El estado nunca debe aplicar la coacción para poner en práctica su agenda, sea en cuestiones religiosas o en áreas como las relaciones con los países más pobres en temas como el pago de la deuda.
— Repetir conceptos clave. Las alocuciones papales a los embajadores suelen repetir temas clave, como el diálogo, el bien común, la cooperación y la reconciliación. La repetición permite a los oyentes percibir la riqueza contenida en los conceptos, y proporciona una oportunidad de añadir más detalles y aplicaciones.
En las Naciones Unidas
El tercer capítulo del libro recoge dos discursos de Juan Pablo II ante la Asamblea General de Naciones Unidas, y también algunas alocuciones a conferencias de las organizaciones de Naciones Unidas. El padre O’Connor encuentra los siguientes temas en este material:
— Eliminar la posibilidad de provocar la guerra. La alocución de 1979 perfila la manera en que se puede prevenir la guerra. El Papa animaba a la Asamblea General a descubrir y eliminar las raíces del odio, de la destructividad y el desprecio. Además, las Naciones Unidas deben analizar las tensiones que dañan los derechos humanos.
— Un compromiso por la paz. Un compromiso por la libertad, la solidaridad y la paz implica correr riesgos. El riesgo de vencer el miedo, de abrazar al débil y al que sufre y de despertar el alma a la civilización del amor.
— Educación. La cultura es vital para la humanidad, puesto que es una forma específica de nuestra existencia y de nuestro ser y determina el carácter social de nuestra existencia. El papel esencial de la cultura está en educar, permitirnos ser más y no sólo tener más. Asimismo, la tarea en una cultura de la paz es tanto moderar como regular todo lo que rebajaría la naturaleza humana.
— Los recursos de la tierra. El Papa expresaba su preocupación por la plaga del hambre. Dentro de la cultura de la paz se debe prestar atención a la administración de la creación por parte de la humanidad, para asegurar el correcto uso de los recursos.
— Globalización. La dimensión global de la interdependencia entre estados requiere nuevas formas de pensar y de cooperar. Los estados debería
n también patrocinar el desarrollo a niveles que lleven más allá la economía y la tecnología.
Comunidad diplomática
El último capítulo recoge algunos discursos de Juan Pablo II a miembros de la comunidad diplomática en sus viajes por el mundo. Revelan los siguientes rasgos:
— Reconciliación de las personas. Esto implica curar las heridas entre estados y requiere líderes mundiales con convicciones y principios.
— Amor fraternal. La caridad y la igualdad son el corazón de la doctrina católica y sólo el amor puede hacer verdaderamente responsables a los pueblos ante la llamada del necesitado.
— Valorar las cualidades de los demás. Los diplomáticos deben hacer el esfuerzo de comprender las aspiraciones, necesidades y logros de sus contrapartes en diálogo y colaboración.
— El lenguaje del destino. La diplomacia permite a las naciones realizar su destino, y no sólo aceptar un sino inevitable.
— El imperialismo. El moderno imperialismo de hoy adora el dinero, la ideología, la clase y la tecnología. La cultura de la paz, por el contrario, afirma la universalidad de la humanidad.
Los lectores encontrarán el espíritu de Juan Pablo II vivo y actual en el legado de sus enseñanzas.