PAMPLONA, martes, 13 septiembre 2005 (ZENIT.org).- ¿La Iglesia se mete en política cuando expone su punto de vista? ¿Iglesia y democracia son antagonistas? Zenit lo ha preguntado a César Izquierdo, coeditor junto a Carlos Soler del libro «Cristianos y democracia».

Izquierdo, que es el director del departamento de Teología Dogmática de la Facultad de Teología de Universidad de Navarra advierte que «democracia no es lo mismo que relativismo epistemológico y moral».

En el libro se recogen intervenciones de Rafael Navarro-Valls, Diego Contreras, Alberto de la Hera, María Elósegui, Andrés Jiménez Abad y monseñor Fernando Sebastián, arzobispo de Navarra, entre otros. Está editado por EUNSA.

--¿Por qué se presentan a menudo Iglesia y democracia como antagónicas?

--Izquierdo: Hay que tener en cuenta que la abundancia de medios de comunicación, con todos los aspectos positivos que comporta, va acompañada también de un aumento de las formas de manipulación de personas poco críticas, para las que es más cómodo repetir tópicos que informarse y pensar por sí mismas.

En otros casos, el pretendido antagonismo entre la Iglesia y la democracia se basa en una concepción de la democracia que podríamos calificar de «salvaje»: la que considera que todo debería estar sometido a la decisión de los ciudadanos. A esto se opone no sólo la Iglesia, sino el simple sentido común.

Lo más valioso de la democracia es que ofrece un camino para que en una sociedad brille la justicia en la convivencia. El fin, por tanto, es la justicia, no la democracia misma, que es medio de llegar a ella. Por esta razón, la democracia necesita contar con una referencia fuera de sí misma. Si la calidad de la democracia se juzgara solamente por la corrección de los procedimientos, correría el riesgo de pervertirse y corromper a la sociedad.

Lo que molesta a algunos es que, no sólo la Iglesia, sino muchos ciudadanos corrientes, de diversas procedencias confesionales y culturales, defiendan la existencia de la verdad y el bien para la sociedad, como fundamentos de la justicia. Y es que solamente si hay una verdad y un bien más allá de la discusión, de las libres opiniones y del puro pragmatismo, es posible defender la justicia, especialmente respecto a los más débiles, en cualquier sociedad.

Quienes no admiten esto, difunden un sentido de democracia que equivale a un relativismo epistemológico y moral: nadie puede decir a los otros qué es verdadero o bueno, por tanto, habría que limitarse a estar de acuerdo en aceptar, en dar por bueno lo que diga la mayoría en cada momento.
Ahora bien, me parece que detrás de la opinión de que todo está sujeto al consenso, aparecen de inmediato los que se sirven de la democracia como estrategia para sus intereses particulares, tanto ideológicos como económicos, políticos y culturales.

Todos los hombres son iguales y tienen derecho a opinar, se dice; pero quienes tienen el poder de los medios, de la política, de la economía, etc., utilizan toda su enorme fuerza para influir en los resultados que les interesan. Para ello no dudan en perseguir la «muerte» civil de quien se atreva a defender lo contrario.

--¿Por qué se tilda de «intromisión» la opinión de la Iglesia en ámbito político?

--Izquierdo: En un sistema democrático, la expresión libre de opiniones sobre la marcha de la sociedad nunca es una intromisión. Esa es la grandeza de la democracia. Cuando se acusa a la Iglesia de intromisión indebida se actúa de forma bien poco democrática, porque en definitiva lo único que se le reprocha es no estar de acuerdo con otras opiniones.

Pero es que resulta que eso es lo que hace viva a una sociedad: que todos puedan proponer —y nunca imponer— su visión propia de las cosas al servicio de la sociedad. El contraste de opiniones y el diálogo respetuoso estimulan a los ciudadanos a participar en el debate social.

Lo que sucede es que muchos amigos en teoría de la libertad, reaccionan con fiereza cuando alguien discrepa de ellos. Un ejemplo de esto lo hallamos en las armas dialécticas que se usan. Y así, mientras la Iglesia expone su postura con respeto y con argumentos, sabe que al atreverse a hacerlo se debe preparar a ser objeto de todo tipo de ironías, de argumentos zafios, descalificaciones y burlas. Atacar a la Iglesia es algo que no cuesta caro en nuestra sociedad.

--¿Es posible, y deseable, una ética civil no religiosa?

--Izquierdo: En teoría no veo cómo podría ser posible una ética puramente civil, es decir, sin un fundamento inconmovible, como solamente lo puede constituir Dios. Y entiendo la ética en un sentido fuerte, es decir, no una ética «civilizada» que equivalga a ser solamente un buen ciudadano que cumple las leyes, sino una ética que incluye la exigencia del heroísmo, cuando sea necesario por fidelidad a la conciencia.

Sin embargo, lo que en la teoría parece imposible, se da en la práctica, y existen sin duda personas con un profundo sentido moral, aunque con un débil sentido religioso. Pero la vida vivida con generosidad y sentido moral termina acercando a Dios.

Como dice Dostoievski, quien ama a los demás hasta la abnegación, acaba no teniendo dudas ni sobre la inmortalidad ni sobre Dios.

--Se insiste mucho en potenciar las minorías religiosas en los países. ¿Qué ocurre con las mayorías?

--Izquierdo: El respeto a las minorías está en la entraña de la democracia que, sin embargo, se gobierna contando con mayorías. Se da así un curioso contraste: quienes defienden el derecho de la mayoría a inspirar el gobierno de una sociedad, respetando al menos en teoría, a los grupos minoritarios, actúan de forma diversa cuando se trata de un aspecto fundamental de la sociedad como es el religioso.

Es un caso más de imposición de un pensamiento único, para el que todo se debe interpretar a partir de las decisiones políticas de la sociedad. Para ello, la atención a las minorías religiosas pasa, de ser una obligación de la sociedad, a constituirse en una excusa para debilitar a la Iglesia, con la que se identifica la mayoría de los ciudadanos.

--¿Cree que Juan Pablo II y Benedicto XVI tienen la misma visión sobre Iglesia y democracia?

--Izquierdo: En este punto sólo puedo aventurar conjeturas. Tienen la misma visión de la Iglesia, sin duda; pero la Iglesia vive en circunstancias diversas en cada tiempo. La situación del mundo y de la Iglesia en nuestros días no es la misma que se encontró Juan Pablo II en 1978, y supongo que Benedicto XVI tendrá una visión propia de la misión de la Iglesia en este tiempo.

En cuanto a la democracia, no se me ocurre que haya otra diferencia entre un Papa y otro que el de la diversa experiencia personal. Para el Papa Karol Wojtyla, la democracia fue, durante muchos años, una aspiración para su patria y para los demás países del Este con regímenes comunistas.

En cambio, Benedicto XVI conoce la democracia desde dentro, con sus evoluciones, avances y retrocesos. Ambos, en todo caso, han tenido en común la experiencia de vivir bajo regímenes totalitarios.

Ratzinger tuvo que sufrir el nazismo (al que, por cierto, se había llegado con el consentimiento democrático de los ciudadanos alemanes), y Wojtyla vivió la mayor parte su vida en un régimen comunista. Esta común experiencia les ha dado a ambos un aprecio muy particular de la libertad, de una libertad que sólo puede ser tal si va unida a la verdad.