La respuesta de la Iglesia ante las profanaciones de la Eucaristía

Entrevista al obispo de La Paz, monseñor Miguel Ángel Alba Díaz

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LA PAZ (Baja California, miércoles, 15 febrero 2006 (ZENIT.orgEl Observador).- La diócesis mexicana de La Paz, en el Estado noroccidental de Baja California, ha sido noticia estos días por la decisión de desagraviar la profanación de la Eucaristía que tomó el obispo Miguel Ángel Alba Díaz.

Con objeto de conocer de viva voz el origen de estas determinaciones y los actos que se han producido en la diócesis de La Paz, hemos entrevistado al obispo Alba Díaz sobre temas dolorosos para el conjunto de la Iglesia en México y en todo el mundo.

–¿Cuál es el comienzo de esta cadena de robos?

–Monseñor Alba: Inicié mi ministerio como Obispo de La Paz en agosto de 2001, poco tiempo después, en 2002, se consumó un primer sacrilegio en la Parroquia de Guadalupe en Ciudad Constitución y a comienzos del 2004 otro en la misma población, pero en la Parroquia de Lourdes. En ambos casos fue notorio que el objeto del robo no era la Santa Eucaristía, sino los vasos sagrados, pues las especies consagradas fueron despreciadas y tiradas en lugares despoblados. Los respectivos párrocos organizaron actos de desagravio, pero a nivel local y, a los ojos del pueblo y de los medios de comunicación, los hechos fueron minimizados, como si lo importante fueran los objetos pretendidamente de valor, que fueron robados, y no la profanación de la Eucaristía.

–¿Ha habido profanaciones específicamente al Santísimo Sacramento?

–Monseñor Alba: En octubre de 2005, durante los actos celebrativos del Año de la Eucaristía, y mientras un servidor participaba en el Sínodo de Obispos, se realizó un nuevo sacrilegio, ahora en la Parroquia de Guadalupe de la Ciudad de La Paz. Este último caso lo conocí hasta mi regreso y me preocupó más, pues en este caso, el objeto del robo fue la Hostia Consagrada, rompiendo el cristal de la custodia. Nuevamente los actos de desagravio se quedaron a nivel parroquial. El 3 de febrero del año en curso fue la cuarta profanación, ahora en la Iglesia Catedral, y no quise que las cosas se redujeran, como si se tratara de un robo de objetos preciosos o de valor artístico, sino que se percibiera cual era la naturaleza y magnitud del acto y cual era la verdadera preocupación de la Iglesia. Por eso emití mi primer mensaje a la comunidad el domingo 5 de febrero, informando del hecho y de la gravedad del mismo y anunciando que se realizarían actos de desagravio a nivel ciudad y Diócesis.

–¿En que consiste la respuesta de la Iglesia?

–Monseñor Alba: Los actos de desagravio fueron detallados en el Decreto del día 7 de febrero y trataban de combinar la oración de reparación con signos externos de dolor y de penitencia eclesial, porque «El Esposo nos ha sido arrebatado». Ambos documentos fueron leídos y comentados en los templos y encontraron acogida amplia, notoria y fiel en los medios de comunicación locales, de tal manera que los hechos fueron percibidos en su verdadera dimensión por la sociedad y causaron honda consternación e indignación en el pueblo católico. La Catedral, más llena que nunca, y el ambiente que reinaba en ella durante la primera Misa de desagravio, es un testimonio patente de lo que señalo.

–¿La policía ha detenido a alguien con relación a estos hechos?

–Monseñor Alba: El mismo viernes 10 de febrero, pocas horas antes de que se celebrara en Catedral la primera Misa de desagravio, la policía encontró al joven que había robado el Santísimo y me llamó para que fuéramos con él al lugar donde lo tenía oculto; una construcción abandonada, en medio de escombro, polvo y basura. Allí, junto con el Vicario General, procedí a recoger tanto el copón con las formas que permanecían en él, como las Hostias que se habían diseminado alrededor para llevarlas de nuevo a Catedral.

–¿Qué reflexión le merece todo esto?

–Monseñor Alba: Los sentimientos experimentados y las reflexiones que estos hechos suscitaron en un servidor, los expuse en un tercer documento que fue leído al iniciar la Misa de desagravio ante la multitud de fieles reunidos y recibieron también amplia difusión y resonancia en los templos y en los medios de comunicación. Al terminar esa Misa, el Vicario General llevó solemnemente las hostias profanadas al altar para celebrar con ellas nuestra Hora Santa de desagravio al Señor. Creo que esta profanación, que el Señor en su providencia admirable quiso permitir, ha creado en sacerdotes y fieles una conciencia más viva del don eucarístico y de la presencia del Señor. Por todas partes surgen iniciativas para dar mayor seguridad a nuestros sagrarios y templos y se organizan grupos de fieles para velar continuamente el Santísimo y no dejarlo nunca abandonado. Igualmente estos hechos protagonizados por un joven indígena, que tiene su mente destruida por el alcohol y por la droga, han dado mucho material para reflexionar en la cultura de la muerte y en la pérdida del verdadero significado y trascendencia del cuerpo y de la vida del ser humano.

–¿Qué hay detrás de una cadena tan infausta de acontecimiento en su diócesis?

–Monseñor Alba: Estoy cierto de que siempre, detrás de todo pecado, está la obra del maligno. En estos casos y muy concretamente en la profanación eucarística cometida en el Santuario de Guadalupe en Octubre pasado, tengo el fuerte, demasiado fuerte temor de que el robo haya sido cometido con fines netamente sacrílegos, para actos de superstición, brujería, e incluso, me temo, cultos de tipo satánico. El mundo de la droga, la degradación moral y el crimen organizado, es ordinariamente el mejor medio de cultivo para el culto a Satanás en todas sus formas, desde tatuajes, hasta ritos salvajes.

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ZENIT Staff

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