ROMA, miércoles, 1 marzo 2006 (ZENIT.org).- Periodista y escritor, Andrea Monda sostiene que en la primera Encíclica de Benedicto XVI («Deus caritas est», sobre el amor cristiano) es posible encontrar afinidades con «Los cuatro amores», del célebre escritor C. S. Lewis.
«Edizioni San Paolo» se ha encargado de publicar dos volúmenes de Monda sobre el autor irlandés: «Invito alla lettera di C.S. Lewis» (2000) y, junto a Paolo Gulisano, «Il Mondo di Narnia» (2005).
Clive Staples Lewis nació en Belfast, Irlanda el 29 de noviembre de 1898. Se formó en Oxford, donde fue tutor y miembro del consejo de gobierno en el Magdalen College de 1925 a 1954, año en que fue nombrado profesor de Literatura Medieval y Renacentista en Cambridge. Era muy destacado y ejerció una influencia muy profunda entre sus alumnos. Murió en Oxford el 22 de noviembre de 1963.
Ateo durante muchos años, describió su conversión al cristianismo en Cautivado por la alegría. Dotado de una inteligencia excepcionalmente brillante y lógica, llegó a ser uno de los escritores más influyentes de nuestro tiempo.
Entre sus obras –cuyas traducciones son conocidas por millones de personas en todo el mundo— las hay de ficción, se cuenta la conocida serie de libros infantiles Las crónicas de Narnia –obra alegórica y fantástica sobre la eterna lucha del bien y el mal bajo–, Cartas del diablo a su sobrino–también muy popular–, El problema del dolor o Los cuatro amores.
De las afinidades de ésta última obra con la primera encíclica de Benedicto XVI habló Monda con Zenit.
–¿Cuáles son las relaciones entre el Pontífice Benedicto XVI y el escritor irlandés?
–Andrea Monda: Es sabido que el entonces cardenal Joseph Ratzinger leyó y apreció varias obras del escritor C. S. Lewis (que hoy vuelve a ser famoso en todo el mundo por la película basada en su best-seller Las Crónicas de Narnia) y cada tanto vuelven a aflorar huellas de aquella experiencia también en los textos del Papa Benedicto XVI, incluso en la Encíclica «Deus Caritas Est» .
–¿En qué pasajes en particular?
–Andrea Monda: Ante todo en la elección de poner en el centro de su reflexión el amor, esencia de la doctrina cristiana y, en especial, al haber dedicado la primera parte de la Encíclica a la comparación y distinción entre eros y agapé (con una breve alusión a philia). Es muy probable que el Sumo Pontífice se haya acordado del espléndido ensayo de Lewis Los cuatro amores, de 1960, en el que el escritor analiza cuatro formas de amor: el afecto, la amistad (philia) y precisamente el eros y la caridad (agapé).
Pero no es sólo en la estructura donde se percibe una armonía, sino también en los contenidos: la aguda inteligencia de Lewis va al núcleo de la fe cristiana con la misma capacidad de penetración que el pontífice alemán, y la misma habilidad para iluminar, explicar y brindar a la atención del lector.
–¿Puede ofrecer algún ejemplo?
–Andrea Monda: Escribe por ejemplo Lewis, hablando de la caridad, que «…el amor-dádiva natural va siempre dirigido a objetos que el enamorado considera en cierto modo intrínsecamente dignos de amor… Pero el divino amor-dádiva en el hombre le permite también amar lo que no es naturalmente digno de amor: los leprosos, los criminales, los enemigos, los retrasados mentales, a los amargados, a los orgullosos y a los despreciativos».
Y más adelante, sigue afirmando: «Nosotros queremos ser amados por nuestra inteligencia, belleza, generosidad, honradez, eficacia. Al advertir, en cambio, que alguien nos está ofreciendo amor supremo –la caridad– esto nos produce un impacto terrible… En un caso similar recibir es más duro y tal vez más meritorio que dar… Todos los que tienen buenos padres, esposas, maridos o hijos pueden estar seguros de que a veces –y quizá siempre, respecto a algún rasgo o hábito en concreto— están recibiendo caridad, que no son amados porque son amables, sino porque el Amor en sí mismo está en quienes los aman».
Es muy probable que el Santo Padre se haya acordado de esa página de Lewis cuando, en el punto 17 de la Encíclica escribió que «Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta»; y en el punto siguiente, prosigue afirmando que «de este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita».
–Amor, literatura y espiritualidad… ¿Cómo logran convivir?
–Andrea Monda: Es verdad que el Espíritu sopla donde quiere: un filólogo-escritor de fantasías, laico y anglicano (por más que estuviera próximo al catolicismo), y un teólogo católico alemán, hoy Pastor Universal de la Iglesia católica, se encuentran, se vuelven a hallar unidos en el pensamiento y en la palabra, unidos por el Espíritu del Amor.
Viene a la mente que tenía razón el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), leído y querido por Lewis y por Ratzinger, cuando escribió que la Iglesia es el lugar en el que todas las verdades se dan cita.