CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este lunes al recibir en audiencia en la Sala Clementina del Vaticano a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias.
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Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
queridos directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias:
Os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, en particular al señor cardenal Crescenzio Sepe, a quien le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y a monseñor Henryk Hoser, presidente de las Obras Misionales Pontificias. Bienvenidos a este encuentro, que tiene lugar con motivo de la anual asamblea general ordinaria de vuestro Consejo Superior. Vuestra presencia testimonia el compromiso misionero de la Iglesia en los diferentes continentes y el carácter «pontificio» que caracteriza a vuestra asociación subraya el lazo particular que os une con la Sede de Pedro. Sé que, después de un intenso trabajo de «actualización», habéis terminado la redacción y alcanzado la aprobación de vuestro Estatuto. Deseo que este paso contribuya a ofrecer más perspectivas aún al trabajo de animación misionera y de ayuda a la Iglesia en que estáis comprometidos.
En vuestra asamblea general queréis reflexionar sobre el mandato misionero que Jesús confió a sus discípulos y que representa una urgencia pastoral experimentada por todas las Iglesias locales, recordando también lo que afirma el Concilio Vaticano II, es decir, que «el compromiso misionero es esencial para la comunidad cristiana» («Ad gentes», 2). Al ponerse al servicio de la evangelización, las Obras Misionales Pontificias, desde su nacimiento en el siglo XIX, han experimentado que la acción misionera consiste en definitiva en comunicar a los hermanos el amor de Dios que se reveló en el designio de la salvación. Conocer y acoger este Amor salvífico es, de hecho, una cuestión fundamental para la vida, he escrito en la encíclica «Deus caritas est»– y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quién somos nosotros (Cf. n. 2). A través de actos de caridad concreta y generosa, las Obras de Propagación de la Fe, de San Pedro Apóstol, y de la Santa Infancia, han difundido el anuncio de la Buena Nueva y han contribuido a fundar y consolidar las Iglesias en nuevos territorios; la Unión Misionera del Clero ha favorecido el crecimiento de la atención del clero y de los religiosos por la evangelización. Todo esto ha suscitado en el pueblo cristiano un despertar de fe y de amor, junto a un gran entusiasmo misionero.
Queridos amigos de las Obras Misionales Pontificias: gracias también a la animación misionera que realizáis en las parroquias y en las diócesis, la oración y el apoyo concreto a las misiones hoy son experimentados como parte integrante de la vida de todo cristiano. Así como la Iglesia primitiva hacía llegar a Jerusalén las «colectas» recogidas en Macedonia y Acaya para los cristianos de aquella Iglesia (Cf. Romanos 15, 25-27), así hoy un responsable espíritu de coparticipación y de comunión involucra a los fieles de toda comunidad en el apoyo a las necesidades de las tierras de misión y esto constituye un signo elocuente de la catolicidad de la Iglesia. Vuestro Estatuto, subrayando que la misión, obra de Dios en la historia, «no es un mero instrumento, sino un acontecimiento que pone a todos a disposición del Evangelio y del Espíritu» (artículo 1), os alienta a trabajar para que los cristianos crezcan en la conciencia de que el compromiso misionero les involucra en el dinamismo espiritual del bautismo, reuniéndoles en comunión en torno a Cristo para participar en su misión (Cf. ibídem).
Este intenso movimiento misionero, que afecta a las comunidades eclesiales y a cada uno de los fieles, se ha desarrollado en estos años con una prometedora cooperación misionera. Vosotros sois un significativo testimonio de la misma, pues ayudáis a alimentar por doquier ese espíritu de misión universal, que ha sido el signo distintivo de vuestro nacimiento como Obras Misionales y la fuerza de vuestro desarrollo. Seguid ofreciendo este precioso servicio a las comunidades eclesiales, favoreciendo su cooperación recíproca. La armonía de objetivos y la deseada unidad de acción evangelizadora crecen en la medida en que toda actividad tiene como punto de referencia a Dios que es Amor y al corazón traspasado de Cristo, en el que este amor se expresa en su plenitud (Cf. «Deus caritas est», 12). De este modo, cada una de vuestras acciones, queridos amigos, no se reducirá nunca a mera eficiencia organizativa, ni quedará ligada a intereses particulares de cualquier tipo, sino que siempre se revelará como manifestación del Amor divino. Vuestras diferentes diócesis de origen muestran claramente que las Obras Misionales Pontificias, «si bien son las Obras del Papa, son también de todo el episcopado y de todo el Pueblo de Dios» («Cooperatio missionalis», 4).
Queridos directores nacionales: os agradezco en particular todo lo que hacéis para salir al paso de las exigencias de la evangelización. Que vuestro compromiso estimule a todos los que se benefician de vuestra ayuda a acoger el don inestimable de la salvación y a abrir el corazón a Cristo, único Redentor. Con estos sentimientos, invocando la materna asistencia de María, Reina de los Apóstoles, os imparto a los aquí presentes y a las Iglesias particulares a las que representáis, una especial bendición apostólica.
[Traducción del original italiano
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