CIUDAD DEL VATICANO, martes, 6 junio 2006 (ZENIT.org).- Se acaba de celebrar en El Vaticano, los días 2-3 de junio, una conferencia internacional sobre la lucha contra la corrupción, promovida por el Consejo Pontificio Justicia y Paz.
Inaugurando la conferencia, el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente de Justicia y Paz, indicó que «la corrupción socava el desarrollo político y social de personas y pueblos, afligiendo por igual a naciones ricas y pobres, países desarrollados y en vías de desarrollo, estados totalitarios o autoritarios y democracias. Distorsionando en su raíz el papel de las instituciones democráticas, induce inexorablemente a una cultura de la ilegalidad con trágicos efectos sobre la vida de los pobres especialmente».
En nombre del Santo Padre, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, envió un mensaje deseando que «este significativo encuentro contribuya a suscitar un renovado empeño por la promoción de la cultura de la legalidad».
Antonio Maria Costa, director ejecutivo de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen, subrayó que «la corrupción golpea a todos, y es tarea de cada uno combatirla» por lo que hay que movilizar a la comunidad en esta lucha.
El funcionario de la ONU presentó la situación mundial. Sólo en África el coste de la corrupción alcanza los 150 mil millones de dólares al año, equivalente a un cuarto del producto interior bruto de todo el continente. En muchos países ex comunistas, la élite política ha seguido haciendo componendas con los totalitarismos anteriores. En muchos países de América Latina, cerca de la mitad de los ingresos de las actividades comerciales acaba en comisiones, incrementando notablemente el coste de producción de las mercancías.
Costa se mostró convencido de que «es posible crear un sistema global anticorrupción» mediante «la puesta en marcha de la Convención de Naciones unidas contra la Corrupción», adoptada en México en 2003 y vigente desde diciembre de 2005.
Y subrayó que «democracia significa para los ciudadanos y los inversores tener confianza en las instituciones públicas y privadas. Si esta confianza falta, todo el sistema democrático fracasa. Este es el precio de una cierta permisividad ante la corrupción».
En la jornada final intervinieron el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, monseñor Gianpaolo Crepaldi y el cardenal Renato Raffafele Martino.
Wolfowitz profundizó en las causas de la que llamó «cultura de la corrupción» haciendo hincapié en la voluntad del Banco Mundial de eliminar la pobreza, incrementando los esfuerzos para desarrollar una obra educativa de alto nivel y hacer surgir el sentido del Estado y de la legalidad.
Refiriéndose a la relación entre Doctrina Social de la Iglesia y lucha contra la corrupción, monseñor Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio Justicia y Paz, recordó que «muchas investigaciones han demostrado que hay una relación negativa entre corrupción y crecimiento económico, entre corrupción e índice de desarrollo humano, entre corrupción y funcionalidad del sistema institucional, y entre corrupción y lucha contra las injusticias sociales».
«En otros términos –afirmó–, una sociedad mayoritariamente corrupta tiende a crecer menos desde el punto de vista económico, a ser menos promotora de la persona, menos abierta y menos justa».
Junto a la investigación y represión del fenómeno, el secretario del dicasterio vaticano dijo que, hacen falta «buenas leyes, sanas relaciones sociales, válida educación e instrucción, justicia y solidaridad, mantenimiento de la moralidad de base y formación de las conciencias».
Crepaldi precisó que «hay que incentivar los comportamientos honestos y castigar los deshonestos» y que estos criterios están «perfectamente en línea con la doctrina social de la Iglesia» y, al mismo tiempo, expresan «las exigencias concretas de la lucha contra la corrupción hoy».
«La doctrina social de la Iglesia pone claramente en relación entre sí estos tres aspectos, entendiendo la justicia de modo inseparable en sentido legal, en sentido social y en sentido moral. Estos tres aspectos son considerados inseparables porque los debe mantener juntos el principio de subsidiariedad como modalidad de articulación del bien común».
En cuanto a la relación entre corrupción y desarrollo, el ponente explicó que «la corrupción está también en la raíz de la pobreza y el subdesarrollo. Su negatividad, antes aún de restar recursos al crecimiento y repercutir en el sistema con costes muy elevados, contribuye a crear un contexto ético, social y cultural de freno al desarrollo».
«La doctrina social de la Iglesia –añadió el prelado– cree en la economía y le confía un gran papel en el desarrollo humano; al mismo tiempo cree que el verdadero desarrollo es fruto de una economía “limpia” y que la actividad empresarial requiere por su propia naturaleza virtudes contrarias a la corrupción: “diligencia, laboriosidad, prudencia en asumir razonables riesgos, fiabilidad y fidelidad en las relaciones interpersonales, fortaleza en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas pero necesarias»
Monseñor Crepaldi indicó que «los mercados dominados por la corrupción favorecen a los menos capaces; en los mercados corruptos prevalecen las rentas parasitarias; los mercados no pueden subsistir sin reglas escritas y no escritas que en cambio la corrupción elimina de hecho; el mercado no vive sin una circulación de informaciones que en cambio la corrupción contamina; un mercado distorsionado por la corrupción impide la entrada de nuevas empresas; la corrupción se alimenta de excesos de burocracia que frenan el dinamismo de los mercados; la conexión entre economía y política, con la participación de hombres políticos en los consejos de administración de las empresas, alimenta la corrupción y frena al mismo tiempo la eficiencia productiva y económica».
«Para la lucha contra la corrupción –subrayó el prelado– hacen falta mercados abiertos pero regulados, tanto jurídicamente como moralmente».
Al despedirse de los casi 80 estudiosos y expertos de alto nivel internacional, el cardenal Martino, afirmó que el «dicasterio se empeñará en atesorar cuanto se ha dicho, preparando a este fin un texto ‘razonado’ en el que se destacarán los resultados más significativos y más consolidados y las líneas más maduras e iluminadoras para combatirlo con eficacia y gobernarlo con decisión».
El cardenal indicó los puntos del esbozo esencial de este texto:
1) el fenómeno de la corrupción desafía antes que nada a nuestra inteligencia. Debe ser continuamente estudiado y atentamente seguido en sus causas y en sus efectos. Para gobernarlo adecuadamente hay que comprenderlo adecuadamente.
2) La corrupción desafía a nuestra voluntad para hacer el bien bien y a nuestra responsabilidad hacia las generaciones presentes y futuras. Todos, cada uno con su parte de responsabilidad, deben dar su propia aportación: individuos, entes organizados, instituciones nacionales, organizaciones internacionales.
3) El fenómeno de la corrupción desafía a la Iglesia y la lucha contra la corrupción debe comprometer a la Iglesia.