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Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo la costumbre iniciada durante las estancias de Juan Pablo II en Cracovia, os habéis reunido ante la sede arzobispal para saludar al Papa. Os doy las gracias por esta presencia y por la cordial acogida.
Sé que el día 2 de cada mes, a la hora de la muerte de mi amado predecesor, os reunís aquí para recordarlo y orar por su elevación al honor de los altares. Que esta oración sostenga a los que se ocupan de la causa, y enriquezca vuestro corazón con toda gracia.
Durante el último viaje a Polonia, Juan Pablo II os dijo a propósito del tiempo que pasa: «No se puede hacer nada. Hay un solo medio: es Cristo, que dijo: «Yo soy la resurrección y la vida». Quiere decir: A pesar de la ancianidad, a pesar de la muerte, la juventud está en Dios. Y esto es lo que os deseo a todos los jóvenes de Cracovia, de Polonia y del mundo entero» (17 de agosto de 2002).
Esta era su fe, su firme convicción, su testimonio. Y hoy, a pesar de la muerte, él —joven en Dios— está entre nosotros. Nos invita a fortalecer la gracia de la fe, a renovarnos en el Espíritu y a «revestirnos del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4, 24).
Os doy las gracias una vez más por la visita que habéis querido hacerme esta noche. Llevad mi saludo y mi bendición a vuestros familiares y amigos. Gracias.
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