NUEVA YORK, sábado, 10 junio 2006 (ZENIT.org).- Los cambios en las estructuras familiares han puesto a muchos niños en dificultades. En apoyo de este argumento el Institute for American Values ha publicado dos estudios el 30 de marzo. Los estudios, de los que son autores Norval Glenn y Thomas Sylvester, se basan en el examen de los artículos publicados en el Journal of Marriage and Family desde 1977 al 2002.
En la introducción al primer estudio, «The Shift: Scholarly Views of Family Structure Effects on Children, 1977-2002», los autores comentan que las opiniones académicas pueden dividirse en dos campos. El primero puede denominarse pro-matrimonio, y sostiene que el declive del matrimonio ha sido una tendencia preocupante, especialmente para los niños.
El segundo, denominado «pro diversidad familiar», mantiene que el divorcio y la crianza de hijos sin matrimonio no han debilitado a las familias, sino que sólo han cambiado la forma. Los cambios en las estructuras familiares, sostiene esta opinión, no han tenido un efecto tan negativo en los niños después de todo.
En los años 70, justo después de que se liberalizasen las leyes del divorcio, prevaleció el punto de vista más optimista. A finales de los 80, aumentó la preocupación y muchos comentaristas se mostraron preocupados por el aumento del divorcio y de la paternidad en soltería.
La investigación y el debate sobre los efectos en la estructura familiar han continuado en las revistas académicas en los años siguientes. Hace poco, el debate sobre el divorcio y las madres solteras ha pasado a un segundo plano detrás del tema de las uniones del mismo sexo y su posible legalización.
Mejor con los dos
Glenn y Sylvester afirman que la investigación sobre los efectos de los cambios en la estructura familiar, que comenzó hace varias décadas, está ahora más clara. «La mayoría de los expertos en familia», comentan, «están al parecer de acuerdo en que la preponderancia de las evidencias indican que a los niños les va mejor cuando crecen con sus dos progenitores casados, siempre y cuando el matrimonio no se vea afectado por violencia o conflicto grave».
En muchos casos, las divergencias de opinión se centran ahora más sobre si la sociedad puede compensar los cambios en las estructuras familiares, de forma que se reduzcan los efectos negativos en los hijos.
Para dar una opinión más clara de la investigación sobre temas familiares, Glenn y Sylverster examinaron todos los artículos relevantes – 266 en total – publicados en el Journal of Marriage and Family durante un periodo de 26 años. Esta publicación, observaban, es la revista más influyente de sociología familiar de Estados Unidos.
Glenn y Sylvester consideraron tres estructuras familiares principales: niños viviendo con padres casados biológicos o adoptivos; niños viviendo con un solo progenitor; y familias de acogida.
Encontraron un cambio sustancial en los estudios, en el sentido de que expresaban preocupación por los cambios en las estructuras familiares, en el periodo 1977-1982, y otras vez entre 1983-1987. Los puntos de vista de preocupación se hicieron más frecuentes, pero no se trató de un cambio firme.
Un estudio importante citado es el meta análisis de 1991 de Paul Amato y Bruce Keith, que apuntaba que una serie de resultados negativos se asociaban con el divorcio de los padres. Amato y Keith escribían: «Los resultados conducen a una conclusión pesimista: el argumento de que el divorcio de los padres presenta pocos problemas para el desarrollo a largo plazo de los hijos... es simplemente inconsistente con la literatura sobre el tema».
No han estado ausentes, sin embargo, puntos de vista contrarios (y más positivos). Glenn y Sylvester citaban ejemplos de algunos estudios que niegan problemas significativos ligados al divorcio.
La dureza de los datos
Hay, no obstante, un importante factor a considerar. Los puntos de vista que expresan preocupación tienden a basarse en investigaciones cuantitativas, mientras que el acercamiento menos alarmante tiende a expresarse en artículos teoréticos. «Una importante razón de esta diferencia», concluyen Glenn y Sylvester, «es probablemente, aunque no ciertamente, en que los puntos de vista de los autores de los documentos cuantitativos se ven más constreñidos por la ‘dureza de los datos’ que los otros autores y así sufren menos el efecto de preconcepciones y bases ideológicas».
Sin embargo, añaden una nota de advertencia sobre los estudios cuantitativos. La evidencia de que los efectos negativos sobre los hijos sean resultado de los cambios en las estructuras familiares no es conclusiva. Esto se debe, en teoría, a que la evidencia tendría que basarse en estudios al azar; esto no puede hacerse porque es imposible dividir a las familias en grupos e imponerles artificialmente el divorcio a las parejas de un grupo y usar el otro como grupo de control.
De ahí que Glenn y Sylvester adviertan que los métodos estadísticos usados pueden fallar. No es posible probar estadísticamente una relación estricta de causa y efecto entre el divorcio y sus consecuencias negativas para los hijos, sostienen. No obstante, la mayor parte de las evidencias «indica que la estructura familiar importa, y que importa en alto grado, para los hijos», concluyen.
Desacreditado
El segundo documento de Glenn y Sylvester se titula: «The Denial: Downplaying the Consequences of Family Structure for Children». Considera algunos de los argumentos utilizados por los autores de los artículos publicados en el Journal of Marriage and Family para justificar un punto de vista más optimista sobre las consecuencias de los cambios en la familia.
En los primeros estudios, algunos académicos sostenían que el aumento de ausencia de padres no era un hecho nuevo, puesto que en el pasado la muerte del padre solía ser bastante frecuente. Esta tesis, sin embargo, se ha visto desacreditada en los últimos años como consecuencia de la investigación que muestra que la muerte del padre y el divorcio tienen consecuencias diferentes para los hijos. De hecho, los resultados de los niños que perdieron a su padre por muerte son sustancialmente mejores que los niños cuyos padres se divorciaron.
Otros estudios más recientes mantienen que, en el caso de ausencia del padre, otra figura masculina (como el abuelo, el padrastro o el novio de la madre) pueden servir como modelos masculinos alternativos o sustitutivos del papel paternal perdido. Las evidencias que apoyen este punto de vista son, no obstante, escasas. «La esperanza de que otros hombres puedan sustituir fácilmente la ausencia de un padre biológico ha recibido poco sino ningún apoyo empírico», según Glenn y Sylvester.
Una tendencia más reciente es sostener que el divorcio en sí mismo no condena necesariamente a los niños a sufrir. Pero esta postura es simplemente exagerada, puesto que los expertos en familia serios nunca han sostenido que todos y cada uno de los niños tocados por el divorcio se verán afectados negativamente.
Un argumento más serio presentado por algunos expertos que se muestran relativamente tranquilos en cuanto al divorcio es que muchos problemas asumidos como resultado del divorcio surgen realmente del conflicto de los progenitores antes del divorcio.
Una revisión de las evidencias examinadas por Glenn y Sylvester revela que algunos estudios indican, de hecho, que una parte de los alegados efectos del divorcio están presentes antes de que ocurra el divorcio. No obstante, no hay un acuerdo sobre las dimensiones de estos efectos.
La investigación lleva a la conclusión de que poner fin a un matrimonio altamente conflictivo parece que normalmente mejora los resultados de los niños, liberándolos como hace de una vida en un hogar de enfrentamientos e inestable. Pero el divorcio que dis
uelve matrimonios con pocos conflictos parece tener una fuerte influencia negativa en los hijos. Lo que es realmente importante, observa el documento, es que un estudio representativo a nivel nacional estima que cerca de dos tercios de los divorcios son de matrimonios con pocos conflictos.
Un bien auténtico
Benedicto XVI, en una alocución el 11 de mayo a los miembros del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, observaba: «El matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino».
Y continuaba: «La comunión de vida y de amor, que es el matrimonio, se convierte así en un auténtico bien para la sociedad». Además, el Papa insistía en que debemos evitar confundir el matrimonio con otros tipos de uniones, que se basan en un tipo de amor más débil.
«Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa para todos los hombres». La investigación especializada respalda ampliamente esta conclusión.
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Jun 10, 2006 00:00