LAGIEWNIKI, lunes, 12 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió el Papa en su encuentro con los enfermos, el sábado 27 de mayo pasado, durante visita al santuario de la Divina Misericordia, en el marco de su reciente viaje apostólico a Polonia.
* * *
VIAJE APOSTÓLICO
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A POLONIA
SALUDO DEL SANTO PADRE
ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS
Łagiewniki, sábado 27 de mayo de 2006
Amadísimos hermanos y hermanas:
Me alegra poder encontrarme con vosotros, con ocasión de mi visita a este santuario de la Misericordia Divina. Os saludo de corazón a todos: a los enfermos, a los enfermeros, a los sacerdotes que en este santuario se dedican a la pastoral, a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, a los miembros del «Faustinum» y a todos los demás.
En esta circunstancia nos encontramos ante dos misterios: el misterio del sufrimiento humano y el misterio de la Misericordia divina. A primera vista, estos dos misterios parecen contraponerse.
Pero cuando tratamos de profundizar en ellos a la luz de la fe, vemos que están en recíproca armonía, gracias al misterio de la cruz de Cristo. Como dijo aquí Juan Pablo II, «la cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (…). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre» (17 de agosto de 2002, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 2002, p. 4).
Vosotros, queridos enfermos, marcados por el sufrimiento del cuerpo y del alma, sois quienes estáis más unidos a la cruz de Cristo, pero, al mismo tiempo, sois los testigos más elocuentes de la misericordia de Dios. Por medio de vosotros y mediante vuestro sufrimiento, él se inclina con amor hacia la humanidad. Sois vosotros quienes, diciendo en el silencio del corazón: «Jesús, en ti confío», nos enseñáis que no hay fe más profunda, esperanza más viva y amor más ardiente que la fe, la esperanza y el amor de quien en la tribulación se abandona en las manos seguras de Dios. ¡Ojalá que las manos de quienes os ayudan en el nombre de la misericordia sean una prolongación de estas grandes manos de Dios!
Quisiera abrazaros a cada uno. Dado que prácticamente no es posible, os estrecho espiritualmente contra mi corazón, y os imparto mi bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
[© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]