GINEBRA, martes, 13 junio 2006 (ZENIT.org).- La economía global se impulsa con ellos, pero son decenas de millones los trabajadores marginados de sus beneficios, denuncia el observador permanente de la Santa Sede ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Las palabras del arzobispo Silvano Tomasi –difundidas íntegramente este martes por la Sala de Prensa de la Santa Sede– se oyeron en Ginebra el 8 de junio, en el marco de la 95ª sesión de la Conferencia Internacional del Trabajo, en curso del 31 de mayo al 16 de junio.
Tema central de esta Conferencia es «la promoción del trabajo decente para todos, esto es, el trabajo debidamente remunerado y desarrollado de modo respetuoso de la dignidad de los trabajadores», puntualiza la Oficina de prensa vaticana.
El prelado se hizo portavoz de la satisfacción de la Delegación de la Santa Sede por el hecho de que el «trabajo decente» forme parte de una agenda estratégica de «cualquier debate para la erradicación de la pobreza», así como de la «convergencia de esfuerzos» para su implementación.
Pero la tarea está aún «lejos de alcanzar su objetivo», advirtió.
«La liberalización de las finanzas y el comercio en el proceso de globalización ha producido mucha riqueza», pero también se muestran evidencias de «crecientes disparidades entre y dentro de los países en el aprovechamiento de los beneficios», constató.
La idea de «trabajo decente» lleva a pensar en las «personas que no están suficientemente cualificadas para subirse al tren de la globalización o cuyas capacidades y talentos se utilizan para impulsar la economía global sin que participen en los beneficios acumulados», apuntó el prelado.
Y se trata de «decenas de millones –lamentó–: inmigrantes indocumentados que trabajan en agricultura, en manufactura, en servicio doméstico; mujeres de la industria textil trabajando en condiciones insalubres por míseros salarios; trabajadores etiquetados por su raza, casta o credo que son relegados a trabajos marginales de la sociedad».
En opinión de monseñor Tomasi, «una globalización que impulsa el crecimiento económico sin equidad, bloquea el acceso al trabajo decente y cuestiona el funcionamiento actual de las estructuras internacionales creadas para facilitar el flujo de ideas, capital, tecnología, bienes y personas para el bien común».
Y observó que un trabajo «indecente» pone en crisis a las personas, aumentándose el riesgo de comportamientos destructivos o antisociales.
Lo que implica el «trabajo decente» para todos «exige un énfasis renovado en la dignidad de cada persona y del bien común, situándolos en el centro de toda actividad y política laboral», recalcó.
«Un entorno laboral seguro y saludable también es un componente integral del trabajo decente», apuntó el prelado en esta Conferencia Internacional, recordando que cada año se registran 270 millones de accidentes laborales, 160 millones de personas padecen enfermedades laborales y 5.000 trabajadores mueren cada día por afecciones o accidentes originados en el trabajo.
Constatando que la cifra de menores trabajadores se ha reducido en el mundo un 11% en cuatro años (entre 2000 y 2004 pasó de 248 a 218 millones de niños), el observador de la Santa Sede ante la OIT alentó a «redoblar la determinación de gobiernos, empleadores, sindicatos y sociedad civil hacia el objetivo de la total eliminación del trabajo infantil» .