CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 25 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus.

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Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo, duodécimo del tiempo ordinario, está como «rodeado» por solemnidades litúrgicas significativas. El viernes pasado celebramos el Sagrado Corazón de Jesús, celebración que une acertadamente la devoción popular con la profundidad teológica. Era una tradición, y en algunos países sigue siéndolo, la consagración al Sagrado Corazón de las familias, que tenían una imagen suya en su casa.

Las raíces de esta devoción se hunden en el misterio de la Encarnación: precisamente a través del Corazón de Jesús se manifestó de manera sublime el Amor de Dios hacia la humanidad. Por este motivo, el auténtico culto al Sagrado Corazón mantiene toda su validez y atrae especialmente a las almas sedientas de la misericordia de Dios, que en él encuentran la fuente inagotable, en la que pueden sacar el agua de la Vida, capaz de regar los desiertos del alma y de hacer que vuelva a florecer la esperanza.

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es también la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes: aprovecho la oportunidad para invitaros a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, a rezar siempre por los sacerdotes para que puedan ser testigos del amor de Cristo.

Ayer la liturgia nos permitió celebrar la Natividad de San Juan Bautista, el único santo de quien se conmemora el nacimiento, pues marcó el inicio del cumplimiento de las promesas divinas: Juan es ese «profeta», identificado con Elías, que estaba destinado a preceder inmediatamente al Mesías para preparar al pueblo de Israel para su venida (Cf. Mateo 11,14; 17,10-13). Su fiesta nos recuerda que toda nuestra vida siempre está subordinada a Cristo y logra su realización acogiéndole a Él, Palabra, Luz, y Esposo, de quien nosotros somos voces, candiles y amigos (Cf. Juan 1,1.23; 1,7-8; 3,29). «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Juan 3,30): esta expresión del Bautista constituye un programa para todo cristiano.

Dejar que el «yo» de Cristo tome el lugar de nuestro «yo» fue de manera ejemplar el anhelo de los apóstoles Pedro y Pablo, que la Iglesia venerará con solemnidad el próximo 29 de junio. San Pablo escribió de sí mismo: «no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20).

Antes que ellos y antes que cualquier otro santo, quien vivió esta realidad fue María santísima, que conservó las palabras de su Hijo Jesús en su corazón. Ayer contemplamos ese Corazón suyo inmaculado, Corazón de Madre, que sigue velando con tierna solicitud sobre todos nosotros. Que su intercesión nos permita ser siempre fieles a la vocación cristiana.

[Después del Ángelus el Papa dirigió su saludo a los peregrinos en ocho idiomas. Entre otras cosas, en italiano, dijo:]

Hoy, domingo que precede a la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, se celebra en Italia la Jornada por la Caridad del Papa. Doy las gracias de corazón a la comunidad eclesial italiana por las oraciones y el apoyo que ofrece a mi ministerio de sucesor de Pedro, llamado a servir a todo el Pueblo de Dios.

[En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española aquí presentes, así como a quienes participan en esta oración mariana a través de la radio o la televisión. Queridos hermanos: que la certeza de la presencia de Cristo en la barca de su Iglesia aumente vuestra fe y amor hacia Ella, os inspire confianza en medio de las dificultades y os anime a testimoniar con alegría vuestra condición de cristianos. ¡Feliz domingo!

[Traducción del italiano realizada por Zenit
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]