SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, jueves, 18 enero 2007 (ZENIT.org–El Observador).- Diversas reacciones ha producido en la Iglesia católica latinoamericana la postura del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, tras asumir por tercera ocasión la primera magistratura de su país al declarar que Cristo ha sido «el más grande socialista» de la historia.
A la reacción de la Conferencia Episcopal de Venezuela, se han unido voces de diferentes sectores de la Iglesia para matizar tanto ésta como otras afirmaciones de carácter religioso del mandatario venezolano. La mayor parte de ellas señala la experiencia que se ha tenido del socialismo real durante el siglo XX, sobre todo en la antigua Unión Soviética y los países de Europa del Este.
A las críticas se ha unido monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, al sur de México, quien ha emitido un comunicado que reproducimos por la importancia que reviste el tema, sobre todo para la Iglesia y el futuro del catolicismo en América Latina.
CRISTO, ¿EL MÁS GRANDE SOCIALISTA?
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El pasado 11 de enero, el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al jurar para un tercer mandato de seis años, con la posibilidad de promover una reelección sin límite, dijo que lo hacía en nombre de «Cristo, el más grande socialista de la historia».
Por la tarde del mismo día, Daniel Ortega, al asumir la presidencia de Nicaragua para los próximos cinco años, sostuvo que «debe imperar el reino de Cristo y no el reino de las guerras, del empobrecimiento o de la destrucción de la naturaleza». Es el mismo comandante que, hace años, cuando los obispos empezaron a criticar las desviaciones marxistas del sandinismo, afirmó: «Yo creo en Cristo, pero no en los Obispos».
No faltaron personas, en tiempos en que el marxismo estaba vigente, que sostenían: «Cristo fue el primer marxista de la historia».
¿Qué decir al respecto? ¿Se pueden sostener estas afirmaciones, según la doctrina católica?
JUZGAR
Ante todo, hay que distinguir qué se entiende por socialismo. Si se le hace equivalente al marxismo, que es un materialismo cerrado a la trascendencia, centrado en la economía y en la buena intención de hacer a todos iguales, obstruyendo las libertades individuales y la iniciativa personal, es obvio que este socialismo ya está superado por la historia. Si se pretendiera poner a Cuba como modelo de este sistema, habría que preguntar a los cubanos por qué tantos de ellos hacen angustiosos intentos por huir de su país. Son innegables algunos logros en salud, alfabetización, instrucción escolar, trabajo, aunque mal remunerado, y un mínimo de alimentos, racionados, pero a costa de derechos humanos fundamentales, sobre todo de la libertad religiosa. Es obvio, por tanto, que si al sistema socialista se le identifica con el marxismo, Cristo no es socialista.
En cambio, si por socialismo se entiende la lucha para que el sistema social, político y económico sea justo y solidario, sobre todo para que los pobres vivan con la dignidad que Dios quiere, eso está muy de acuerdo con lo que Cristo vino a enseñar. Su mayor preocupación fue que aprendiéramos a amarnos como hermanos, con una opción solidaria por los marginados. Esa es la prueba de que en verdad lo hemos comprendido y de que somos discípulos suyos. Por lo que hayamos hecho a favor de los excluidos, seremos evaluados al fin de nuestra historia, y mereceremos el cielo o el infierno.
Los primeros cristianos se distinguían por compartir fraternalmente sus bienes, de modo que entre ellos no había quien padeciera necesidad. Si esto es lo que se pretende poner en práctica cuando se habla de socialismo, ¡bienvenido! Y todos hemos de comprometernos en ponerlo en práctica, pues en ello se juega nuestra identidad cristiana. Sin embargo, esto no se puede lograr pisoteando derechos inalienables de las personas y de las sociedades.
Al respecto, es ilustrativo lo que acaba de expresar el Presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, monseñor Ubaldo Santana: «El presidente ha anunciado su decisión de impulsar a Venezuela por el camino del “socialismo del siglo XXI”. Este tema no debe dejar a nadie indiferente. La Iglesia tiene una palabra que ofrecer al respecto y está dispuesta a dar su contribución en el diseño de este proyecto, manteniéndose fiel a los postulados del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia: el reconocimiento de la unidad de la persona, de su trascendencia y de su libertad en sus múltiples dimensiones, defensa y garantía de sus derechos humanos, independencia y equilibrio de los poderes. Bien conocida es la posición de la Iglesia que considera contrarios al verdadero desarrollo humano tanto el sistema fundamentado en el neoliberalismo salvaje, como los sistemas socialistas que se fundamenten en el marxismo-leninismo. Al hablar de socialismo del siglo XXI, se puede entender que se quiere deslindar o por lo menos diferenciar de los socialismos reales del siglo pasado que tanto sufrimiento, dolor y muerte trajeron a la humanidad».
¿A qué se debe que propuestas, como las de Hugo Chávez, tengan tantos seguidores? Sigamos escuchando a monseñor Santana: «Las utopías de diversos cortes revolucionarios han vuelto por sus fueros luego de un largo eclipse en América Latina, montadas en la ola del desencanto provocado por el fracaso de democracias representativas, fundamentadas en modelos capitalistas neoliberales que no fueron capaces de eliminar las flagrantes desigualdades sociales y superar la grave lacra de la pobreza… Algunos de los cambios políticos que se están produciendo llevan en sus entrañas una poderosa aspiración de edificar un orden más justo de la sociedad y del Estado. Intentan darle voz y poder a los excluidos del mundo. La causa es legítima, pero ¿cómo saber si se están utilizando las estrategias adecuadas? El Estado no se puede encargar solo de tan compleja e ingente tarea. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo al principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales».
ACTUAR
Seamos críticos ante quienes invocan el nombre de Dios para justificar el terrorismo, las guerras, los sistemas explotadores de los pobres, los totalitarismos inhumanos, las represiones indebidas. De igual manera, sepamos discernir los hechos reales, no los discursos, de quienes invocan a Cristo para implantar sistemas distintos u opuestos. Jesús es muy claro: «No todo el que me llame ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Y la voluntad de Dios Padre es la justicia, la opción por los pobres, el amor mutuo; no los insultos, la vanidad, el poner la confianza en los recursos económicos, la obstrucción de la justa libertad.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas