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Venerados hermanos en el episcopado:
Os doy la bienvenida con gusto en esta audiencia especial y os saludo cordialmente a todos vosotros, que venís de diferentes países del mundo. Dirijo también un particular saludo a todos los que están aquí con nosotros y que pertenecen a otras Iglesias.
Algunos de vosotros participan en la anual cita de los obispos amigos del Movimiento de los Focolares, que tiene por tema: «Cristo crucificado y abandonado, luz en la noche cultural». Aprovecho con gusto esta ocasión para enviar a Chiara Lubich mis mejores deseos y mi bendición, que extiendo a todos los miembros del Movimiento que ella ha fundado.
Otros participan en el IX Congreso de obispos amigos de la Comunidad de San Egidio, que afronta un argumento particularmente actual: «La globalización del amor». Saludo a monseñor Vincenzo Paglia, y con él al profesor Andrea Riccardi y a toda la Comunidad, que en el aniversario de su fundación se reunirá esta noche en la Basílica de San Juan de Letrán para participar en una celebración eucarística solemne.
No tengo aquí todos los nombres, pero saludo también a todos los queridos hermanos, obispos, cardenales, y de todo corazón a los queridos hermanos de la Iglesia ortodoxa.
Queridos hermanos en el episcopado, quisiera deciros ante todo que vuestra cercanía a los dos movimientos subraya la vitalidad de estas nuevas agregaciones de fieles y manifiesta al mismo tiempo esa comunión entre los carismas que constituye un típico «signo de los tiempos».
Me parece que estos encuentros de carismas de la unidad de la Iglesia en la diversidad de los dones son un signo muy alentador e importante. La exhortación postsinodal «Pastores gregis» recuerda que «las relaciones recíprocas entre los obispos van mucho más allá de sus encuentros institucionales» (n. 59). Es lo que sucede también en congresos como los vuestros, en los que se experimenta no sólo la colegialidad, sino una fraternidad episcopal que encuentra en los ideales compartidos y promovidos por los movimientos un estímulo para hacer más intensa la comunión de los corazones, más fuerte el recíproco apoyo y más compartido el compromiso de mostrar la Iglesia como lugar de oración y de caridad, como casa de misericordia y de paz.
Mi venerado predecesor, Juan Pablo II, ha presentado a los Movimientos y a las nuevas comunidades surgidas en estos años como un don providencial del Espíritu Santo a la Iglesia para responder de manera eficaz a los desafíos de nuestro tiempo. Y vosotros sabéis que esta es también mi convicción. Cuando era profesor y después cardenal tuve la oportunidad de expresar mi convicción: los movimientos son un don del Espíritu a la Iglesia. Y precisamente en el encuentro de los carismas muestran también la riqueza, tanto de los dones como de la unidad de la fe.
¿Cómo olvidar, por ejemplo, la extraordinaria vigilia de Pentecostés del año pasado, que fue testigo de la participación conjunta de muchos movimientos y asociaciones eclesiales? Todavía está viva en mí la emoción experimentada al participar en la Plaza de San Pedro en una experiencia espiritual tan intensa.
Os repito lo que entonces les dije a los fieles, venidos de todas las partes del mundo, es decir, que la multiformidad y la unidad de los carismas y ministerios son inseparables en la vida de la Iglesia. El Espíritu Santo quiere la multiformidad de los Movimientos al servicio del único Cuerpo que es precisamente la Iglesia. Y esto lo realiza a través del ministerio de quienes Él ha puesto para regir a la Iglesia de Dios: los obispos en comunión con el sucesor de Pedro.
Esta unidad y multiplicidad, que se da en el pueblo de Dios, se manifiesta en cierto sentido también hoy aquí, al reunirse con el Papa muchos obispos, cercanos a dos movimientos eclesiales diferentes, caracterizados por una fuerte dimensión misionera.
En el rico mundo occidental, en el que también está presente una cultura relativista y en el que no falta al mismo tiempo un difundido deseo de espiritualidad, vuestros movimientos testimonian la alegría de la fe y la belleza de ser cristianos. Con una gran apertura ecuménica en las grandes áreas deprimidas de la tierra, comunican el mensaje de la solidaridad y se acercan a los pobres y a los débiles con ese amor, humano y divino, que he querido presentar nuevamente a la atención de todos en la encíclica «Deus caritas est».
De la comunión entre los obispos y los movimientos puede surgir, por tanto, un válido impulso para un nuevo compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo.
El Movimiento de los Focolares, precisamente a partir del corazón de su espiritualidad, es decir, de Jesús crucificado y abandonado, subraya el carisma y el servicio de la unidad, que se realiza en los diferentes ámbitos sociales y culturales, como por ejemplo, en el económico, con la «economía de comunión», y a través de los caminos del ecumenismo y del diálogo interreligioso.
La Comunidad de San Egidio, al poner en el centro de su propia existencia la oración y la liturgia, quiere hacerse cercana a quienes se encuentran en situaciones de pobreza y de marginación social. Para el cristiano, el hombre, aunque esté alejado, no es nunca un extraño.
Juntos podemos afrontar con un empuje más fuerte los desafíos que nos interpelan de manera apremiante en este inicio del tercer milenio: pienso en primer lugar en la búsqueda de la justicia y de la paz y en la urgencia de construir un mundo más fraterno y solidario, a partir precisamente de los países de los que procedéis algunos de vosotros, y que sufren sangrientos conflictos. Me refiero especialmente a África, continente que llevo en mi corazón y que espero que pueda experimentar finalmente un tiempo de paz estable y de auténtico desarrollo. El próximo Sínodo de los Obispos africanos será seguramente un momento propicio para mostrar el gran amor que Dios siente por las queridas poblaciones africanas.
Queridos amigos: la fraternidad que existe entre vosotros y los movimientos de los que sois amigos os empuja a «llevar mutuamente vuestras cargas» (Gálatas 6, 2), como recomienda el apóstol, sobre todo en lo que se refiere a la evangelización, al amor por los pobres y la causa de la paz. Que el Señor haga cada vez más fecundas vuestras iniciativas espirituales y apostólicas.
Yo os acompaño con la oración y con gusto os imparto la bendición apostólica a los que estáis aquí presentes, al Movimiento de los Focolares y la Comunidad de San Egidio, y a los fieles confiados a vuestras atenciones pastorales.
[Traduccón del original en italiano realizada por Zenit
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]